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Ya sin el bochorno del crepúsculo, se anuncia la presencia del Ensamble de Música y Danza “Egiptanos” en el marco de un festival cultural.
Como inicio, las muchachas de una academia local de baile arábigo, echaban a todos lados las caderas, blandiendo sus faldas de seda y sonriéndole a su propia juventud y lozanía.
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Al ser presentado el grupo Egiptanos, y al decirse que son una comunidad Líbano- Mexicana que rescata ritmos musicales y danzas gitanas, no hay más que detenerse y descolgar del tapanco de la vida, aquellas inolvidables y siempre presentes remembranzas de la raza gitana, a quienes todos los niños del mundo amamos, quizá por las vaguerías, quizá por las flamas de los colores de las mantellinas y las pulseras de las mujeres “húngaras”, o por el arete de los caballeros y el ojo zarco.
Los gitanos son para los niños del mundo, como pan de bolitas dulces, como si no hubiera nada más que llame la atención. Los papás nos arrastran de la mano, y todavía a dos cuadras seguimos volteando a ver si acaso somos robados, como es fama. El único sueño de niños es viajar enredados en esas faldonas multicolores y hamponas de las gitanas, ser besados por esos labios de color gitano, y tomar leche de pecho todos los días y en todos los lugares del mundo, que al fin y al cabo en donde quiera hay madres gitanas.
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En Tepic, las caravanas de gitanos solían acampar en un lote baldío que muchos llamaban “El Torino”, pero que los vecinos de ahí cerca conocíamos como “El Llanito”. Ahora es ahí el Fraccionamiento Estadios. Los adultos nos prevenían que los “húngaros” se robaban a los niños. Pero no era cierto, eso de “robachicos” era un insulto a tan atractivas y laboriosas personas. Ellos tenían, además, niños mucho más bonitos que nosotros. Qué les importábamos, sino leernos la suerte, adivinarnos las cartas, y nosotros venderles telas para sus atuendos y costillas de cerdo para sus caldos.
Los gitanos nos daban cine. Nos vendían palomitas de maíz en fritura.
Pero luego, nos bailaban en plena tierra. Con una guitarra, un acordeón, y un cantador, se formaba una escandalera rítmica entre aire y polvo. Al final nos esperaba el pandero en el suelo, que sonaba mucho más exótico con la repetidera de monedas. Las más de las veces había osos o monos araña dentro del espectáculo.
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No dejemos pasar el recuerdo del grandote Melquíades, el gitano que envuelve a José Arcadio Buendía en una nube de imágenes oníricas y reverberantes que dan lugar a la novela Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez.
Hay una película europea, Time of de Gypsies, Tiempo de Gitanos, que sin ser un récord de inversión o taquilla, es una joya guardada en la caja fuerte de los corazones gitanos y soñadores que hay sobre la tierra. Es una producción yugoslava dirigida por Emir Kusturica.
En Guadalajara existió un pequeño bar, “El Rincón” dentro del Hotel Tapatío, en donde se presentaban danzas y músicas españolas de raíces gitanas.
En el Distrito Federal, uno de los paseos favoritos es ir a comer o a cenar el Restaurante “Gitanerías”.
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De suyo, Egiptanos maneja un repertorio de tradiciones gitanas provenientes de sus ancestros portugueses, españoles, rusos, yugoslavos y griegos.
De América ejecutan el trágico tango “La Copa Rota”, del autor ecuatoriano Alci Acosta, aunque adaptan la letra de este modo:
Aturdido y abrumado por la duda de los celos se ve triste en la cantina a un gitano ya sin fe
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Entre el público resalta una auténtica Yesenia, ante la cual, Fanny Cano o Verónica Castro solamente fingirían sus roles de gitanas. Palidecerían este par de estrellas si hubiesen visto a aquella señorita de faldas hamponas y de seda estampada sobre su cuerpo emperijoyado. Una nayarita, de esas mujeres que solamente se aparecen dentro de una bola de cristal, como cosa de buena suerte para el mundo.