Solidaridad nacional

Véritas Liberabit Vos

Era un día normal de trabajo y como era costumbre había iniciado con la impartición de mi clase de las siete de la mañana en el segundo piso del edificio de Ciencias Químicas, transcurridos varios minutos y justo cuando estaba de cara al pizarrón varios alumnos empezaron a decir ¡ Profe, está temblando…! tardé unos segundos para percatarme que la tarima desde la que me encontraba se mecía de una manera un tanto vibrante,  para ese momento la mitad de mis alumnos  estaban ya fuera del salón y la otra parte espero mis indicaciones, todo ocurrió de una manera acelerada, en menos de un minuto nos encontrábamos en un lugar seguro desde donde se podía percibir como los cables de luz junto con sus postes se bamboleaban al unísono de la vibración del subsuelo , después de unos instantes todo se tranquilizó, la clase ya no se reanudó pero el susto prosiguió por un tiempo más.

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Había confusión, estupor y sorpresa, los maestros y directivos nos aprestamos a supervisar si el inmueble había sufrido algún desperfecto o fractura, ya que el movimiento telúrico se había sentido con una intensidad diferente para una ciudad no acostumbrada a este tipo de fenómenos. A los pocos minutos empezaron a correr rumores que en la Ciudad de México las consecuencias habían sido terribles, era el año de 1985 donde los celulares, el internet, o el WathsApp eran impensables, solo la radio y la televisión eran los medios propios para poder estar informados, y efectivamente por este medio llegaba una de las más tristes noticias, las consecuencias de este movimiento sísmico había afectado y golpeado de una manera por demás dolorosa al corazón mismo de nuestra República Mexicana.

Era el 19 de septiembre de 1985, justo a las 7 horas con 19 minutos un terremoto de 8.1 grados en la escala de Richter había sacudido a nuestra capital, miles de edificios habitacionales, oficinas públicas y privadas se habían desplomado, dejando bajo sus escombros a niños, adolescentes, adultos, personas de la tercera edad, enfermos, madres dando a luz, en fin un despertar al día por demás dantesco y triste, la ciudad quedó herida, totalmente separada de cualquier comunicación, la señal de Televisa había salido del aire, era la cadena de Imevisión o canal 13 quién daba a conocer pormenores de este suceso, poco  después el locutor Jacobo Zabludovsky desde su vehículo y contando con un teléfono instalado en su coche –situación por demás singular para ese momento- fue narrando lo que iba encontrando a su paso y cambiando su versión conforme se acercaba a la zona afectada, siendo dramática la forma de describir la situación en la que encuentra su lugar de trabajo Televisa, donde expresa que su casa, donde había pasado por más de veinte años más horas que en la propia, está totalmente destruida, solo pide que ojalá sus compañeros de trabajo se encuentren con bien.

Igual que Televisa ese día cedieron ante la furia de la naturaleza el Hotel Regis, el edificio Nuevo León de Tlatelolco, Las oficinas de las Secretarías de Marina, Comercio y Fomento Industrial, La Procuraduría del Distrito Federal, Torre 1 del Conjunto Pino Suárez, El Centro Médico, El Hospital Juárez, La Clínica Londres por mencionar solo algunos de los más de 412 edificios, 5 mil 728 afectados, 100 mil familias con viviendas dañadas y una cifra no confirmada aproximada de 40 mil personas fallecidas.

Lo que siguió en esos días fue algo ejemplar;  la sociedad civil se solidarizó heroicamente y codo con codo se organizaron para rescatar heridos, buscar desaparecidos, desenterrar cuerpos, dar apoyo a los deudos y paliar el hambre y la sed de quienes sufrían el infortunio de la desgracia, el pueblo de México daba una muestra ejemplar al mundo de la clase de país que era, mucho más grande que cualquiera de sus problemas, donde cada mexicano se unió con su hermano para darle la mano de una manera sólida y desinteresada.

Fue un día trágico para nuestro país que duele su herida en la carne del pueblo, después de treinta años de esta tragedia recuerdo perfectamente dos situaciones que han quedado grabadas en mi mente, la primera fue justo esa mañana cuando me disponía a subir las escaleras para dar mi clase una maestra que había sido mi profesora al darle los buenos días observo que en mi vestuario predominaba el color negro y me pregunto ¿va  a ir hoy a algún funeral?  No Maestra, le contesté jovialmente, ¿habrá sido una premonición?, y la otra; al día siguiente  me tocaba como alumno asistir a mi clase en la Maestría de Educación la cual empezaba a las 19 horas, a los pocos minutos volvimos a sentir una réplica no ligera de este sismo, apurados nos dispusimos a salir del salón, nuestro maestro al reanudar la clase mencionó en un tono triste ¡Pobre de nuestros hermanos del DF, lo que estarán viviendo otra vez en este momento! Oremos por ellos… y todos nos unimos para pedir por nuestros compatriotas y sus familias, igual que ahora después de treinta años pedimos por todos ellos incluyendo a nuestros paisanos nayaritas que perdieron la vida en ese trágico suceso.

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