Sophie pasaba anoche unas horas en París, en el apartamento que su padre tiene justo encima del restaurante “Le Petit Cambodge”, uno de los seis sitios atacados en la capital francesa
“Al principio creíamos que eran petardos o fuegos artificiales, pero pronto nos dimos cuenta de que era mucho más grave”, relata a Efe la joven.
Pese a sus apenas 17 años esta estudiante en adiestramiento de perros se lanzó a la calle. “Tenía que ayudar, era un horror lo que veía por mi ventana”, asegura.
Sophie tiene nociones de primeros auxilios, pero el escenario que encontró superaba su cualificación: “No había médicos y había muchos cuerpos por el suelo, encima de las mesas, sangre por todos los lados”.
Enseguida llegaron las patrullas policiales y un par de médicos voluntarios. Uno de ellos le dijo a Sophie que se ocupara de una mujer cubierta de sangre. “Tenía una importante hemorragia. La médico me dijo: ‘Háblale, no dejes que pierda la consciencia’”.
La joven le tomó la cabeza entre sus brazos y no cesó de decirle cosas. “Ese rato se me hizo eterno. Un minuto antes de que llegaran los servicios de emergencia sufrió un paro cardiaco y murió. No me quito de la mente su cara, se me murió en los brazos”.
Los ojos de Sophie se ponen cristalinos cuando relata lo que sucedió. Por eso, la joven se trasladó hoy hasta la cédula de apoyo psicológico instalada por las autoridades en la Escuela Militar, una academia castrense situada a dos pasos de la Torre Eiffel.
Allí le han atendido algunos de las decenas de psicólogos que reciben un incesante goteo de familiares, de afectados y de todos aquellos que consideran que el atentado más sangriento que ha sufrido Francia puede dejarles secuelas.
Como a Sophie, los galenos les escuchan y les aconsejan. “Es importante que saquen lo que llevan dentro, que evacúen la angustia en la medida de lo posible”, señala un psicólogo voluntario a la salida del centro.
En el interior se suceden las escenas de terror, según relatan testigos. Una mujer, desesperada, pregunta por su hijo. Una familia entera afirma que su padre debía estar en el Bataclan, la sala de fiestas que albergaba un concierto y que se convirtió en la tumba de más de 80 personas.
Otra mujer, desconsolada, se abalanza sobre los agentes que custodian el lugar. Lleva un cartel donde, bajo la foto de su hermano, puede leerse: “Perdido en el Bataclan”.
Pierre-Yves vive en el animado barrio donde los terroristas acabaron con decenas de personas.
Acababa de subir a su casa cuando sonaron los disparos. “Fue como pasar del día a la noche en apenas un segundo”, asegura. Recuerda que se trata de un barrio animado, “siempre lleno de vida”, que los terroristas “convirtieron en un cementerio”.
“Los cuerpos estaban sobre las mesas de la terraza. Cuando bajé me quedé paralizado. Yo mismo podía haber estado allí”, asegura.
Desde el balcón de su casa, Pierre-Yves puede ver “Le Petit Cambodge” y el “Carrillon”, los dos restaurantes atacados de este barrio, cerca del Canal de Saint-Martin, una zona de moda de la noche parisiense.
“Buscan matar, golpear donde más duele, donde hay más vida”, reitera este parisiense que sostiene que no tiene miedo.
“No puedo sentir miedo. Siento tristeza. Siento que nos va a costar quitarnos la angustia que veía anoche en cada rostro”, apunta.