La estadounidense prometió que demolería a su rival y cumplió su amenaza. Conserva el título mundial por sexta vez
Sobre el papel, Ronda Rousey no se enfrentaba a una pelea sencilla. Si la estadounidense subía a la lona con una marca de 11 victorias y ninguna derrota, muy similar era la de su rival, la brasileña Bethe Correia, que acumulaba un 9-0 y además peleaba en casa, en Río de Janeiro.
Sin embargo, la californiana volvió a demostrar que el título honorífico de “deportista más dominante del planeta” es merecido. Tan solo necesitó 34 segundos para tumbar a la luchadora local y mantener el título del peso gallo de la UFC. Poco más de medio minuto de golpes brutales y despiadados, eso sí. Una tormenta de golpes de la que Correia fue incapaz de guarecerse.
Si en algún momento de la previa al combate éste pudo parecer más igualado, ocurrió antes de unas desafortunadas palabras de la brasileña, que dejó caer que si Rousey perdía podía suicidarse sin tener en cuenta que el padre de la luchadora estadounidense murió cuando ésta era pequeña precisamente de esta forma. Luego trató de disculparse asegurando que no conocía el pasado familiar de la campeona, pero la de California no aceptó las disculpas y aseguró que “demolería” a Correia. Rousey explicó que nunca un combate había sido “algo tan personal” como el de este sábado.
Y lo demostró. La mayor estrella de la UFC empleó en la pelea una brutalidad aún mayor de la habitual. En sus 11 combates anteriores, solo en una ocasión no ganó en el primer asalto, y sus últimas 5 victorias llegaron con su característica llave de brazo. Pero en esta ocasión Rousey destrozó a su rival con los puños.
“Fue un poco como esperaba”, comentó la ganadora al terminar la pelea. “En lugar de forzar un agarre, tenía previsto abrumarla golpeando primero para que ella quisiera agarrarse antes, y eso es exactamente lo que pasó”, explicó la estadounidense, que acumula una marca de 12 victorias sin conocer la derrota y amplía su leyenda.