Buscó desde 1959 a sus amigos perdidos en el Pico de Orizaba

El hallazgo de dos cadáveres momificados en el Pico de Orizaba, encontrados por el grupo de alpinistas que este jueves escaló el volcán para localizar el sitio donde el pasado fin de semana fue descubierto un primer cuerpo, refuerza la hipótesis respecto a que los restos serían de montañistas desaparecidos el 2 de noviembre de 1959.

En conferencia de prensa realizada en Ciudad Serdán, tras descender del volcán, Hilario Aguilar Aguilar y Francisco Rodríguez, presidente del Club Alpino Mexicano y director de Protección Civil, ambos en este municipio, revelaron que los cuerpos estaban abrazos y vestían suéter rojo y chamarra azul.

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De acuerdo con sus datos, los restos fueron ubicados a 5 mil 270 metros, en la cara noreste del Citlaltépetl y, por el avanzado estado de descomposición, consideraron que tienen «muchísimo tiempo» enterrados en el hielo.

Entrevistado en una de las casas del Fraccionamiento El Paraiso de la ciudad de Puebla, el ex alpinista Luis Espinosa Ruiz, recordó que hace 55 años y 5 meses, específicamente el 2 de noviembre de 1959, un grupo de siete personas, seis de ellas integrantes de la Legión Alpina de Puebla, escaló el Citlaltépetl.

Como a las 12:15 horas de ese día, después de pasar una grieta cerca del glaciar Jamapa, localizado cerca del cráter, contó que un alud cubrió a cuatro de sus compañeros: Juan Espinosa Camargo, Enrique García Romero, Manuel Campos y Alberto Rodríguez.

El hielo arrastró a Darío Huesca, Marco Antonio Fernández Romero y a él, según cuenta Espinoza Ruiz, quien, acompañado por Edmundo Pérez, uno de los integrantes del grupo de montañistas que escalaba en segundo término, trataron de ayudar a sus compañeros, pero sólo encontraron muerto a Alberto en una grieta; en tanto, el resto quedó en calidad de desaparecido.

Desde entonces hasta 1997, don Luis realizó 20 ascensos en este coloso, con la esperanza de recuperar los cuerpos de sus amigos, sobre todo de «La Calavera», como le apodaban a García Romero, pues ambos estaban a un mes de egresar de la carrera de Ingeniería Química.

El miércoles anterior fue el día de su cumpleaños y Espinoza Ruiz recibió el «mejor regalo»: la noticia sobre que un grupo de alpinistas había fotografiado los restos de una persona en el volcán, lo que le produjo profunda alegría.

En la sala de su casa, el hombre de 78 años de edad, mostró fotografías que dan cuenta de sus mejores años en el alpinismo, el cual, pese a la tragedia, inculcó a sus hijos; además, abrió su cartera para mostrar un papel con los números telefónicos de dos guías: Francisco Reyez y Joaquín Canchola Limón, a quien habla recurrentemente para saber si hay información sobre sus compañeros, de esos que perdió hace 55 años y cinco meses, refirió.

En tanto, en Tlachichuca, otro municipio localizado a las faldas de la montaña más alta de México, Canchola Limón coincidió con Espinoza Ruiz, pues en sus 50 años como guía de alta montaña, ha participado en 10 rescates de personas que han muerto en el coloso, sin que alguien haya quedado en calidad de desaparecido, salvo este trío.

Desde su punto de vista, el cambio climático se ha comido de a poco el glaciar del Pico de Orizaba, por lo que descubrió, después de medio siglo, el lugar escogido por la montaña para enterrar a estos atletas.

Ante tal panorama, Canchola Limón consideró que, en caso de confirmarse la identidad de estas personas, sería más fácil hallar a todos, después de ubicar al primero, pues todos estaban amarrados.

Al final de la jornada, en Ciudad Serdán, Aguilar y Rodríguez reportaron el descubrimiento al Ministerio Público, con el fin de que las autoridades judiciales decidan cuándo se llevará a cabo el rescate de los cadáveres.

Los alpinistas mexicanos que hallaron los cuerpos momificados subirán el domingo al volcán con la misión de recuperarlos, aunque otro grupo ya inició la «arriesgada expedición».

A pesar del acuerdo entre los seis montañistas que hicieron el hallazgo, la foto de Mijangos fue tomada sin autorización de un grupo privado en Facebook con otros escaladores con quienes interactuaban para cruzar información.

«Sucedió lo que queríamos evitar: que un grupo de escaladores sin la formación adecuada para el rescate del cuerpo ascendieran y, por adjudicarse un hallazgo que no hicieron, convirtieran el suceso en un mercado».

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