Cuando el puño se convirtió en voz

Véritas Liberabit Vos

Por Daniel Aceves Rodríguez

Era el cuarto día de competencias Olímpicas, unos juegos olímpicos que se habían inaugurado a escasos diez días de uno de los acontecimientos más trascendentes dentro de la historiografía del sistema político mexicano, donde destacan los acontecimientos de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, tan lleno de claroscuros y de una etiología variopinta hasta la fecha convulsa; en el marco del desarrollo de una organización y ambiente digno de un país que recibía en su seno a las delegaciones mundiales que venían a competir en un espíritu arropado por la idea del barón Pierre de Coubertín enlazados los cinco Continentes en los Aros que majestuosamente ondeaban en el cielo nacional.

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Ahí, en el desarrollo de una prueba atlética de 200 metros libres donde los Estados Unidos seguían marcando el ritmo de una superpotencia que aprovechaba esta justa para literalmente correr tras la marca y superar en una guerra fría a su oponente soviético, en un reto sin par dentro de un dominio mundial de efectos mesiánicos o apocalípticos; en esa carrera un norteamericano Tommie Smith obtenía el primer lugar colocando un nuevo record olímpico, sorpresivamente un australiano Peter Norman dejaba atrás a su rival estadounidense John Carlos que se tuvo que conformar con el bronce ante una reñida entrada digna de fotografía.

Podría decirse que lo restante sería una premiación como las ya conocidas con el Himno Nacional de Estados Unidos y las banderas de las barras y las estrellas predominando en el frente deslizándose al compás de las notas que volveríamos a escuchar repetitivamente a lo largo de la justa; sin embargo esta no fue una premiación normal, el contraste de los dos norteamericanos de tez color obscura flanqueaban a un australiano de color blanco que caminaba en medio de ellos, era notorio que los dos hombres de color iban  sin zapatos deportivos usando calcetines obscuros el ganador con una bufanda negra y ambos portando un guante igualmente de color negro uno de ellos en la derecha y el otro en la izquierda.

Lo que siguió a continuación de la entrega de medallas fue todo un acontecimiento; al entonarse el Himno los dos afroamericanos inclinaron la cabeza y levantaron su puño en señal inequívoca de protesta contra la discriminación y falta de derechos para las personas de color en el país más poderoso del mundo, los vítores y aplausos se tornaron en silencio y asombro, yo recuerdo perfectamente la reacción de los adultos que tenía a mi alrededor (estaba en una miscelánea donde había un televisor blanco y negro que transmitía los juegos)  y los comentarios que vertían al respecto, tal vez mis seis años no me permitían entender mucho pero si percibir que aquello no era algo común.

Era el Black Power en su expresión de repudio a la segregación y al ataque contra las personas de color, era 1968 el turbulento 68 donde ya en abril se había vivido el atentado que costara la muerte al adalid de la lucha contra la segregación racial, el pastor Martin Luther King premio Nobel de la Paz en 1964 había sucumbido a las balas furtivas que acababan con su (I have a dream) emotivo discurso expresado en 1963 en aquella apoteótica marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad, y que daban a las minorías atacadas un remanso de esperanza en su ya alicaída situación; un 1968 que dos meses después otro personaje que auguraba una voz de defensa Robert Kennedy caía abatido por una agresión cobarde teniendo el mismo fin que su hermano John en pleno ejercicio del poder presidencial.

La Guerra de Viet Nam, el movimiento hippie, la revolución psicodélica, la primavera de Praga, el mayo francés y los atentados antes dichos se venían a sumar a esa discriminación y trato diferente a la población de color; ahora en esta justa deportiva era un escenario jamás pensado hasta ese momento para manifestar su indignación y protesta, ahí estaban esos brazos en alto empuñando en un guante negro todo el dolor y amargura de seres humanos discriminados por el color de su piel.

La reacción no se hizo esperar, la icónica imagen quedó como portada y noticia principal en todos los medios, la minoría de color del país más poderoso se había atrevido a romper los cánones y desafiaba con vesania el status quo del momento, aún con el contraste del brillo de la medalla áurea y broncínea en su obscuro cuello, la reacción fue enérgica, los dos atletas fueron expulsados de la delegación y truncas sus carreras quedando al garete del ludibrio público de su nación que hasta muchos años después valoraron su temeraria acción y los condecoraron por lo mismo; suerte parecida sufrió el australiano que uniéndose a ellos portó durante la ceremonia un distintivo por un movimiento de los derechos civiles que utilizó como una forma de unir su deseo al de sus otrora rivales deportivos, su país le dio la espalda y quedó excluido de toda competencia olímpica.

Hermoso detalle ocurrió en 2006 a la muerte de este australiano, cuando los dos amigos llegaron a su funeral y juntos cargaron su ataúd llevándolo hasta su última morada en recuerdo de la solidaridad mostrada en aquél remoto 1968 donde de una manera no verbal se hacía saber el sentir de una parte de la humanidad vilipendiada y zaherída por el propio odio humano.

Hoy son otros los motivos para protestar, la violencia hacia las mujeres y los abusos de los niños son un tema de actualidad, pero no debemos olvidar aquel arrojo y valentía de esos dos deportistas que en minuto y medio hicieron temblar las bases de la conciencia de una sociedad y un país que como diría Abraham Lincoln en su discurso de 1863 en Gettysburg “Hace ochenta y siete años nuestros ´padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada en el principio de que todas las personas son creadas igual…”

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