LA VERDAD… SEA DICHA/Martín Elías Robles
Las autoridades gubernamentales federales no han parado en el intento de frenar la corrupción que corroe las entrañas de sus instituciones, es una tarea titánica que parece imposible de resolver, cuando todavía hay mucho sinvergüenza incrustado en el sistema gubernamental. Es probable que ni sus seis años en el poder le alcancen al gobierno republicano de López Obrador para limpiar la casa de alimañas. Negra la suerte de los mexicanos que ancestralmente hemos vivido inmersos en el mundo de la corrupción, desde los tiempos en que los españoles llegaron para conquistar al pueblo azteca. Dicen los historiadores que la cadena de corruptelas se engendró cuando la famosa Malinche sirvió de intérprete a Hernán Cortés, quien la volvió su amante, y así con una aliada tan inteligente logró doblegar a los indígenas. Los siglos pasaron, los gobiernos se instauraron, pero la corrupción ha permanecido haciéndose cada vez más grande entre los sectores políticos, económicos y sociales de la nación.
Stephen D. Morris, en su definición de corrupción, ha señalado: “La corrupción es el uso ilegal del poder público para el beneficio privado”, luego lo sintetizaría como el uso arbitrario del poder. La verdad, en mi opinión, amable lector, la corrupción no es otra cosa que el resultado de una sociedad desorganizada, el fondo del problema no está en la inefable conducta delictiva, está en el sistema y la estructura que se ha desarrollado en los gobiernos, donde existen las grietas que permiten las marometas ilegales; en el recuento de los daños cabe recordar que los malos servidores públicos también son ciudadanos.
Un ejemplo que expone el tema de la corrupción en toda su expresión, se presentó en el sexenio del ex presidente, José López Portillo, cuando de 1976 y hasta 1982 México vivió una etapa donde una pandilla de pillos no sólo se apoderó de los espacios gubernamentales, de las arcas públicas, sino que se dedicaron a infringir la ley abusando del poder en contra de millones de mexicanos; desde entonces la reputación de políticos, presidentes, gobernadores, diputados, senadores, y alcaldes municipales ha estado por los suelos, situación que a la mayoría de los políticos en el país al parecer no les incomoda en lo absoluto, pues la estela de corrupción sigue muy marcada, gracias a quienes ya por estos tiempos continúan robando sin misericordia alguna, y bajo la complacencia de las autoridades que debieran combatirla.
Ahí está el caso del ex presidente Peña Nieto y su pandilla de bandidos, donde se incluye la “estafa maestra” de Chayito Robles y muchas corruptelas más. Claro que la sociedad mexicana no está exenta de culpas, el ciudadano común puede estar siendo partícipe de corruptelas, cuando por ejemplo, ofrece dinero o regalos para evitar realizar trámites burocráticos, para librar una sanción costosa, un castigo judicial, o cuando pretende incrustar algún familiar al sistema laboral de alguna dependencia. Hace tiempo en México fue dado a conocer el libro “Anatomía de la Corrupción”, un ejemplar presentado por el Instituto Mexicano para la Competitividad A. C. y el Centro de Investigación y Decencia Económica; sin ahondar en datos, le cuento que entre 2008 y 2014 México cayó al lugar 31 en el índice de la percepción de la corrupción de transparencia internacional.
Y es que, mire usted; los mexicanos percibimos la corrupción como algo normal y frecuente, donde por cierto ningún estado de la República se escapa del problema. No cabe duda, donde quiera se cuecen habas. También se ha dado a conocer que el 44 por ciento de las empresas en este país reconoció haber pagado sobornos para agilizar trámites en el gobierno y conseguir permisos; y cómo no, si en México la impunidad está más que permitida, pues aquí sólo el 2 por ciento de los delitos de corrupción son castigados, y alcanza únicamente a los cometidos por mandos inferiores. Como le digo, amable lector, los mexicanos hemos vivido en un mundo de corrupción que si bien es cierto tiene su asentamiento principal en la clase política, los ciudadanos comunes también de algún modo hemos fomentado esta costumbre de buscar maneras para evadir responsabilidades mediante la clásica mordida, el soborno y los compadrazgos.
Este pudiera ser el tiempo para enderezar el barco, para hacer conciencia de lo que pretendemos en nuestra nación; decir no a la corrupción es predicar con el ejemplo, y señalar con firmeza los abusos de los gobernantes, es la manera correcta de limpiar nuestra casa llamada México…
DE LA ARTISTEADA. Qué cosas tiene la vida; ahora que dejó de existir la actriz Edith González, a los 54 años de edad, debido a un cáncer que le fue imposible vencer, le recuerdo porque tuve el privilegio de conocerle allá por los años 90 en la Ciudad de México. La primera vez que le vi y saludé fue en un evento celebrado en Coyoacán hasta donde llegó para conducir un programa artístico de beneficencia, en el que también participó mi hermano Mayo y un servidor. A Edith González ya le conocía por televisión, por aquella famosa telenovela de “Los Ricos También Lloran” que estelarizó la gran Verónica Castro y el entonces galán Rogelio Guerra, trama melodramática en la que Edith personificó a la jovencita caprichosa y rica; novela que me requemé al lado de mi abuela Rosario fiel seguidora de la barra telenovelera del Canal de las Estrellas TELEVISA.
Como le digo, años después conocí a esa mujer impresionante de piel clara, como de porcelana, bellísima, más en persona que en la televisión, que a decir verdad, no hacía justicia a sus encantos, una mujer extremadamente delgada, de fino trato, con una voz dulce que había que escucharla con atención para oír lo que decía. De Edith tengo una anécdota curiosa: minutos antes de salir a su presentación del evento artístico, dos reporteros de espectáculos se acercaron hasta su improvisado camerino para cuestionarle algunas cosas, ella amable les dijo que en otra ocasión con gusto les daría la entrevista pues estaba por salir al escenario, los reporteros continuaron insistentes y acosando a la actriz, hasta que mi hermano y yo intercedimos para que dejaran de molestarla, detalle que Edith agradeció muy gentilmente pues nos dijo que andaba algo indispuesta de salud. Tiempo después le saludamos en otro evento y ya jamás volvimos a verla personalmente. Ni hablar, así es la vida. Como siempre lo he dicho, la muerte es el único camino del que no nos podemos escapar, de que nos morimos, nos morimos. Hasta pronto. Para comentarios robleslaopinion@hotmail.com