En Los Tiempos De…
En nuestros pueblos, la Semana Mayor iniciaba el Domingo de Ramos con la bendición de las palmas, como en cualquier otra parte del mundo católico. Aquí no se conocieron los olivos, pero sí, abunda en los llanos la palma real. Ese día, temprano se asistía a misa llevando uno o varios cogollos tiernos de palma a bendecir. Algunas personas de manos hábiles, trenzaban en ellas petatillos y figuras que hacían más vistosas las pequeñas palapas, pero la mayoría eran bendecidas así como se cortaban de la palma. Fuera del significado místico de los ramos, la verdadera intención de nuestros abuelos no era estética, sino práctica: adueñarse del poder consagrado de la palma bendita para exorcizar a los malos espíritus. Porque en aquel entonces, cualquier objeto o reliquia bendecida, adquiría la virtud divina de enderezar torcidos y deshacer agravios a como diera lugar.
En aquellos tiempos, una cruz de palma bendita clavada en puertas y ventanas era suficiente para alejar al demonio concebido en cualquiera de sus presentaciones imaginadas: diablo común con sus cuernos y cola, judío errante, catrín, momia, calavera o siriaca, llorona, aparición con cara de caballo, perro negro, gallina con pollitos o puerca flaca y un sinfín de fantasmas creados por la inocencia en que vivíamos. No había ángel caído que soportara la visión de una cruz de palma bendita, sin que huyera despavorido o terminara desvaneciéndose en el aire como la nube de un cohete. Sin duda, eran otros tiempos y otros demonios. Hoy, sólo algunas palmas regresan al templo para ser incineradas, junto con imágenes benditas y biblias destartaladas, y servir de ceniza para el “Miércoles de Ceniza”, principio de cuaresma del siguiente año. En la mayoría de los casos, la palma bendita del Domingo de Ramos va a parar a la basura después de servir de juguete a los pequeñines. Es muy raro ver una cruz de palma clavada en puertas y ventanas; y es que, nuestras angustias y temores parecen ya no ser divinos, sino completamente terrenales.