El conjunto rojinegro, con el sufrimiento hasta el tuétano, logra vencer al León en la tanda de penaltis (4) 3-3 (3). La última vez que habían ganado fue en 1951
Con Atlas todo debía ser épico. La gran noche llegó para un equipo huérfano de triunfos por siete décadas. La espera terminó. Ya se pueden imprimir las camisetas y banderas que digan: “Atlas, campeón”. Y los aficionados rojinegros han dejado de ser los apestados de la Liga MX tras vencer en los penaltis al León 4-3 tras un empate global (3-3) en el que el dolor no dejó de perseguirlos. Hoy son expertos en la resiliencia y el olor es de las bengalas que tanto tiempo tardaron en prenderse para celebrar un título. Si aguardaron 70 años, podían esperar más de 120 minutos en la final para ganar.
El desafío de Atlas se basaba en remontar un 3-2 al León tras la ida. Los de Guadalajara fueron un poco mejores en el torneo regular que los esmeraldas tan solo por el hecho de que ganaron en su enfrentamiento liguero (2-0). Pero jugar la liguilla es todo un volado en el que una temporada perfecta puede salir volando por los aires, como le ocurrió al América, líder y eliminado por el undécimo lugar de la tabla, los Pumas. Esta vez se enfrentaron el segundo y el tercero mejor del certamen. Y el duelo no decepcionó.
El León sacó fuelle. Desde el primer tiempo se veía más sólido para pegar y para controlar el balón. En Atlas el balón quemaba los pies. Antes de la primera media hora, Julian Quiñónes quedó frente al portero Rodolfo Cota de León. Sin pensarlo mucho prefirió picar el balón por encima del guardameta. Era una estampa de esas que quedan tatuadas en la historia de un club, pero el poste lo negó. Adiós a la idea de un golazo en una final. Los rojinegros tuvieron otras dos oportunidades con Julio Furch. No hubo gol, solo alegría frustrada y pese a eso los hinchas mantenían la llama encendida.
León les destruía el ritmo. Si los atlistas querían mantenerse en la batalla debían hacer un gol. En el reinicio del partido, Quiñones volvió a tener una oportunidad de tirar a puerta, esquivó al rival y no pudo vencer a Cota. Aldo Rocha, el capitán rojinegro, remató de larga distancia y, otra vez, Cota se lució. En el tiro de esquina una serie de centros terminó en la cabeza de Rocha para empatar el marcador global (3-3). La euforia se desató en casa, pero el festejo tuvo que tener un momento de nervios cuando el VAR debía juzgar si había sido un gol válido.
En una jugada inverosímil que podía ser el gol del título del Atlas, el canterano Zaldívar tenía la portería sola tras un buen remate de su colega Trejo que ya tenía vencido al guardameta Cota. Zaldívar remató de una forma tan impredecible hasta para él mismo y la estrelló en el larguero. Antes de que el juego llegara a los tiempos extra, el árbitro expulsó a Emmanuel Gigliotti, el centro delantero del León, por un duro codazo.
Eran otros 30 minutos de sufrimiento rojinegro. Los primeros quince solo le sirvieron a León para tomar energía y aguantar. Camilo Vargas los salvó en los segundos quince minutos con un manotazo y poco más. Directos a los penaltis. El estadio Jalisco se volcó con su portero, el colombiano Camilo Vargas. La apuesta tuvo su recompensa al atajar dos penaltis decisivos y pese a que su capitán, Rocha, erró uno. Zaldívar, autor de uno de los peores fallos en la historia de la Liga MX, se redimió al marcar su penalti.
Pareciera que el día unió una tragedia y una gloria. A primera hora de la mañana de este domingo 12 de diciembre se informó de la muerte del último capataz del mariachi, Vicente Fernández. Las calles del centro de Guadalajara, sin embargo, no hacían eco de sus canciones a lo largo de la mañana. Pero sí los aficionados que, tras 22 años, volvieron a portar una camiseta del Atlas porque su equipo regresaba a disputar una final. Era un raro sentimiento de unos aficionados que, bajo ningún motivo, querían perderse de disfrutar su domingo de campeonato. Los homenajes no faltaron. Los bares cerca de la cancha ponían a todo volumen los éxitos de su querido Chente. En el estadio dedicaron un minuto de aplausos.
“Una piedra en el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar. Rodar y Rodar. También me dijo un arriero que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”, se escucha la canción de El Rey de Vicente Fernández. Una canción que fue premonitoria del destino de Atlas, un equipo marginado de cualquier forma de triunfo.
Una noche antes del partido, los aficionados le llevaron serenata a sus jugadores al son de sus mejores cánticos. Tomaron una de las calles de un barrio acomodado para impulsarlos, para hacerles creer que esta vez sí se podía. Son aficionados que guardan la nostalgia y que viven el fútbol con un exceso de frenesí. La violencia ha también marcado estos años duros de sequía de alegrías. Nadie se saca de la memoria ese 2015 cuando un grupo de aficionados invadió la cancha del estadio Jalisco e increparon a los jugadores. Hoy los aficionados, que lanzaron vasos, se limitaron en ver festejar a sus jugadores, ya históricos. “¡Arriba el Atlas, cabrones… y campeones!”, repetían los forofos.
El estadio Jalisco tiene mística: letreros que rememoran las épocas del Mundial de México 70, un piano eléctrico que recuerdan los juegos de béisbol. Todo es nostalgia combinada con cánticos argentinos. El estadio se movía con el impulso de los aficionados como si alguien meciera las tribunas. Con el título en las manos, la locura invadió el Jalisco que recordó en sus pantallas a todos los hinchas de Atlas que nunca pudieron ver a sus rojinegros ganar. Un 2021, el año que está corrupto por la pandemia, ha visto ganar al Cruz Azul, después de más de 23 años, y ahora al Atlas que entierra la peor racha.