La verdad… sea dicha
Encontré por ahí un trabajo dedicado al ilustre poeta nayarita, es un estudio sobre la evolución religiosa de Amado Nervo, un documento realizado por la religiosa mexicana María de los Ángeles Ramos Arce. De este esplendido escrito transcribo un fragmento sobre el último día de vida del poeta; un sentido pasaje que aún con la pena sobre la muerte de Nervo, hallé interesante ponerlo en sus manos amable lector; Amado Nervo murió en la ciudad de Montevideo Uruguay un 24 de mayo de 1919, en la habitación 42 del Parque Hotel, el más elegante de ese país. Su deceso ocurrió debido a una enfermedad renal que le agravó cuando Nervo recién llegaba para iniciar sus labores como diplomático en representación del Estado Mexicano:
El 24 de Mayo Nervo se expresaba así con su amigo el doctor Balaúnde -”¡Qué paz, qué tranquilidad siento en mi alma! Hace muchos años que no gozaba de una suavidad tan grata en mi espíritu. ¡Qué bueno es confesarse!” El doctor Balaúnde, hallándolo muy mal, buscó un crucifijo para ponerlo en manos de quien se hallaba en el umbral para emprender el viaje supremo. Halló tres: Uno prestado por una señora que se hospedaba en el mismo hotel, otro, encontrado entre las cosas de Nervo, regalo de su hermana la monja, el cual lo acompañaba siempre, y el tercero, un pequeño crucifijo cosido a las ropas del poeta. El doctor Balaúnde depositó el segundo crucifijo en las manos de Nervo que empezaba su agonía con toda la lucidez de su espíritu. El moribundo estrechó amorosamente la imagen de Cristo -¿Por qué no abren las ventanas para ver la luz? No quiero morir sin ver el sol. El espíritu franciscano del poeta de “La Hermana Agua” deseaba contemplar el “Hermoso Sol” una vez más, antes de hallar para siempre el Eterno Sol, a la luz infinita. Y poco después, con una serenidad absoluta: -”Siento que la muerte me entra por los pies”, añadió. Apretaba con sus manos descarnadas la Cruz de Cristo, se recogió en su interior, con un prolongado silencio, tal vez empezaba a oír en lo íntimo de su alma la voz que lo llamaba.
“Si tu me dices ¡ven! Lo dejo todo
/ No volveré siquiera la mirada /para mirar a la mujer amada
/ Pero dímelo fuerte, de tal modo / que tu voz, como toque de llamada, /vibre hasta el más intimo recodo / del ser, levante el alma de su lodo / y hiera el corazón con una espada”
Y estrechando aún más su crucifijo exclamó: “¡Señor! ¡Señor!” ¡Lo había, al fin hallado!
Si Amado Nervo hubiera posado ante un pintor que reprodujese su manera de ser, tendríamos ahora en tela un perfecto señor de la Edad Media, un cruzado, un caballero galante. Su ansia del infinito, su recogimiento interior, su religiosidad, su fiel amor, su nobleza de ideas -Su Dios y su Dama- su galantería, todo hace de Nervo un personaje ilustre del Medievo. Todo ese conjunto se complementa con la idea de la muerte que lo acompañó toda la vida, desde la tierna infancia hasta su encuentro con ella, después de haber pasado por los variados sentimientos.
La desnudez
Los norteamericanos nos siguen llevando la ventaja en eso de mostrar su desnudez con desparpajo y naturalidad, su cultura tan distinta a la nuestra no le da a la desnudez del cuerpo la mesura que los mexicanos solemos emplear; ellos son desinhibidos, nosotros por lo general pudorosos. En relación al tema, le voy a transcribir lo que el gran Octavio Paz opinó en uno de sus libros respecto al pundonor y la recatada costumbre del mexicano: “Si en la política y el arte aspira a crear mundos cerrados, en la esfera de las relaciones cotidianas procura que imperen el pudor, el recato y la reserva ceremoniosa. El pudor, que nace de la vergüenza ante la desnudez propia o ajena, es un reflejo casi físico entre nosotros. Nada más alejado de esta actitud que el miedo al cuerpo, característico de la vida norteamericana. No nos da miedo ni vergüenza nuestro cuerpo; lo afrontamos con naturalidad y lo vivimos con cierta plenitud “a la inversa de lo que ocurre con los puritanos. Para nosotros el cuerpo existe, da gravedad, y límites a nuestro ser. Lo sufrimos y gozamos; no es un traje que estamos acostumbrados a habitar, ni algo ajeno a nosotros: somos nuestro cuerpo. Pero las miradas extrañas nos sobresaltan, porque el cuerpo no vela la intimidad, sino la descubre. El pudor, así, tiene un carácter defensivo, como la muralla china de la cortesía o las cercas de órganos y cactus que separan en el campo a los jacales de los campesinos. Y por eso la virtud que más estimamos en las mujeres es el recato, como en los hombres la reserva, ellas también deben defender su intimidad”. Ni hablar, amable lector, así somos los mexicanos, aunque a decir verdad, mucho se agradece de vez en cuando disfrutar de la belleza cultural que las representantes de Norteamérica nos regalan. En plan serio; de la cultura de los países hay mucho que aprender, lo que para unos es naturalidad, para otros puede ser una grosería, lo que para unos puede ser un acto de amor, para otros una reverenda barbaridad; hay que conocer del por qué de las cosas o las acciones, para comprender la actitud de los pueblos, de las naciones, la cultura en general puede ser tan abstracta como comprensible.
Cafeteando la noticia
“Cobardía” (Amado Nervo): Pasó con su madre. ¡Qué rara belleza! ¡Qué rubios cabellos de trigo garzul! ¡Qué ritmo en el paso! ¡Qué innata realeza de porte! ¡Qué formas bajo el fino tul
! Pasó con su madre. Volvió la cabeza: ¡Me clavó muy hondo su mirada azul! Quedé como en éxtasis
Con febril premura, -¡Síguela!- Gritaron cuerpo y alma al par.
Pero tuve miedo de amar con locura, de abrir mis heridas que suelen sangrar, ¡y no obstante toda mi sed de ternura, cerrando los ojos, la dejé pasar! Para comentarios robleslaopinion@hotmail.com