Realidad y ficción, simples coincidencias
Imagine lo siguiente: usted se encuentra parado a lado de otras personas. Se puso un buen traje: su camisa bien planchada, pantalón a rayas, y duró más de lo normal en peinarse. Fue por voluntad o lo llevaron a la fuerza, eso es lo de menos, pero hay que cumplir, siempre hay que cumplir, aunque usted deteste ir a ciertos eventos, porque así lo ha dictado la sociedad; y no obstante que nadie crea en lo que hace, por una razón desconocida usted está ahí, esperando a que todo acabe. Entonces, de pronto, una voz al fondo dice: ¡los declaro marido y mujer! –¡Cierre los ojos por un momento!- ¿Qué ve al fondo del lugar? ¿Acaso no ve a un hombre vestido de negro, camisa blanca y corbata negra; y a una mujer bien peinada con un suntuoso vestido blanco?
¿Qué piensa usted cuando escucha la palabra matrimonio? Los virtuosos lo concebirán como la unión de dos almas y la eternidad de una vida; la claridad de una sonrisa en cada amanecer y el brillo de las estrellas postrado en los ojos de la persona amada; una vida llena, completa y un corazón palpitante. Para otros, las cadenas y la pérdida de la libertad; la extinción y la fuga de las satisfacciones mundanas: el sexo, el alcohol y los amigos quedan prohibidos de manera automática. El mundo se reduce a una persona, agría y corajuda que impedirá por cualquier medio que seamos felices a través de otras alternativas que no sea esa persona.
Ahora, ¿Qué piensa usted cuando escucha la palabra familia? Acaso no le llega a la mente una pareja de un hombre y una mujer modestamente vestidos, con dos hijos: un niño y una niña. La presente idea de la familia no es nada más que la concepción creada por el mundo occidental basada en el cristianismo eclesiástico, es decir, en la forma de familia que ha concebido la iglesia, sustentada en una supuesta divinidad y en la religión. Afortunadamente, para los creyentes, nació Jesucristo y la Biblia se tradujo prácticamente a todos los idiomas; de lo contrario probablemente en este momento usted estaría siendo lapidado, la mujer torturada por descubrirse el rostro y por haberse atrevido a enamorar. El libro de Levítico, por ejemplo, prohíbe y castiga un gran número de conductas que probablemente usted realizó: como tener flujo de semen, o bien, que una mujer tenga flujo de sangre y que éste fuere en su cuerpo; ambos serán inmundos –dice la biblia. ¿Siente usted los latigazos en la espalda? ¡No verdad! ¡Qué bueno!
Para las personas que no se consideran discriminadoras, pero a pesar de ello, no conciben el matrimonio entre personas del mismo sexo, o bien lo aceptan, pero se resisten a aceptar que puedan adoptar, no se preocupen, su forma de pensamiento tiene siglos estructurándose así; pero en algunos años las estructuras mentales que las formaron cambiarán y todo lo que ve ahora como anormal se verá como algo cotidiano. Lo mismo pasó con el racismo, la discriminación de género, de clases, etc.
¿Se asombraría usted si le dijera que en el libro “El origen de la familia, propiedad privada y estado, Friedrich Engels ya había analizado estos asuntos? Por ejemplo, que el matrimonio en ciertas tribus era fácilmente disoluble, es decir, que cualquiera que lo hubiera contraído lo podría disolver sin expresar la causa. ¡De risa cierto! ¡Y hay algunos que se asustan por la modernidad! Se sorprendería si le dijera que no hace mucho existía el matrimonio grupal. O que la concepción de hermanos, de padres y de madres se ampliaba a lo que hoy conocemos como primos, tíos y tías.
Uno de los argumentos que leí de las personas que están en contra de los matrimonios igualitarios, que para mí debería extenderse al término a “matrimonio libre”, es que el matrimonio es la base de la familia, y ésta de la sociedad, y que el Estado no puede dictar cómo debe de guiarse la sociedad, ni imponer sus formas. Tienen la razón. El error consiste en limitar el matrimonio entre hombres y mujeres. Las premisas en las que se fundan son erróneas, porque conciben un solo tipo de matrimonio. Es decir, considero que incluso la Corte está de acuerdo con ellos, por ello declaro la limitación del matrimonio entre hombres y mujeres como inconstitucional, porque las leyes no pueden dictar ni invadir la intimidad de las personas y decidir las formas de familia o de matrimonios. El matrimonio debe ser una decisión única y exclusivamente de la persona o de las personas que decidan formarlo. Luego pues, el hecho de que una ley estructure normativamente la forma del matrimonio y de la familia es lo que se considera como una invasión a la intimidad y a la privacidad de las personas.
Si usted siente rechazo a estas ideas, es porque en un edad temprana se introdujeron estructuras del pensamiento en ese sentido. Le explico: su rechazo a las ideas del matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción, no son innatas, es decir, son creadas en el curso del tiempo, principalmente en la edad temprana, para lo cual existe un precondicionamiento para el rechazo de ciertas cosas. Para que me entienda mejor: ¿Cambiaría su preferencia a un equipo de futbol que ha sido su archirrival toda la vida? ¡Claro que no! Pero sí existen otros equipos que a usted no le son indiferentes, que incluso le agradan. Lo mismo sucede con el matrimonio y la adopción entre personas del mismo sexo. Existen precondiciamientos del pensamiento social que han sido introducidos, unos de manera consciente y otros inconscientemente.
Recuerda usted como se satanizó el VHI en los años 80´s y 90´s, sólo con la intención de degradar a las personas con inclinaciones homosexuales; esto sí fue perverso.
Por lo pronto no se preocupe, no lo obligarán a casarse con otra persona de su mismo sexo, lo que hace la ley al permitir los matrimonios entre personas del mismo sexo es simplemente reconocer la libertad de las personas para decidir la forma de matrimonio y familias que quieran construir.
Si no le convence lo resuelto por la Suprema Corte de Justicia de la Nación de nuestro país, puede analizarlo desde el punto de vista de la filosofía analítica, como lo hizo la Corte Superior de Justicia de Canadá, en el caso Halpern, para que se termine de convencer.
Concluyo sosteniendo que el matrimonio es un vínculo emocional de dos personas que deciden unirse en un común de intereses, que la ley sólo reconoce, pero que no puede constituir, modificar ni alterar por las vías legislativas, porque tales vínculos pertenecen a la esfera íntima: al amor, a la necesidad y a la solidaridad, y sobre esto no se puede legislar.