REALIDAD Y FICCIÓN, SIMPLES COINCIDENCIAS
Por: Lic. Carlos Ruvalcaba Quintero
Dejamos de ser el homo sapiens para ser el homo insensible. En 2011 Noruega vivió una tragedia que estremeció la esencia misma de toda su estructura social. El 22 de julio de ese año Anders Behring Breivik detonó explosivos y atacó a un grupo de la Liga Juvenil de Trabajadores, asesinando en ambos ataques a 77 personas.
José Ramón Cossío Díaz, entonces ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación escribió (Periódico País; 31 de octubre de 2018): “las fuerzas políticas de Noruega abrieron una investigación. …el objetivo era preguntarse por lo que no habían hecho bien y por lo que debían corregir. … No se buscaron chivos expiatorios, no se hicieron consultas públicas, ni se asignaron responsabilidades a quien antes ejercieron el poder. Lo que se hizo fue formar un grupo profesional e independiente para saber no sólo lo sucedido, sino más importante aún, el modo de evitar que algo así volviera a ocurrir.”
En Nayarit, así como en el resto de México hemos visto niños morir quemados, estudiantes desaparecidos, mujeres y niñas destazadas, violadas, vejadas, humilladas. Hace algunos años aquí mismo en nuestro Estado tuvimos la noticia de una mujer muerta a golpes por su expareja. Nos enfurecimos. Su muerte, como nuestra supuesta ira pasó de repente. Como siempre pasa todo aquí.
Nuestro país comienza a parecer un desierto, un espacio vacío, un objeto sin virtudes ni valores. De vez en vez, en cada tragedia, intentamos disfrazarnos para dar una imagen, para darnos un alma, pero solo de vez en vez. Simulamos que esos espacios están cubiertos de vida, de sensibilidad, de empatía. Nayarit ha tenido tan malas experiencias que a esta hora deberíamos de ser mejores humanos. Pero contrario a ello somos más viles y egoístas. Vivimos ensimismados en nuestra individualidad, en nuestra pobre y decrepita esencia de ser yo y nadie más que yo.
Sin embargo, el problema reside, principalmente, en desconocer la naturaleza del mal. En no darnos cuenta que el mal no está representado en monstruos con cola, cuernos y piel escamosa, sino en simples seres humanos que poco a poco van perdiendo la sensibilidad y la noción de ser, ante todo, un ser social.
El método del mal es la estructuración de conceptos o términos del lenguaje, técnicas y acciones vinculadas entre sí con una secuencia volitiva, de acciones conscientes o inconscientes, que dispersan el enfoque, tergiversan el objeto y deforman la percepción de la realidad para satisfacer al organismo en que se hospeda.
La memoria falla, incluso en las víctimas. Los historiadores podrán dar cuenta de esto de manera detallada. En la Alemania nazi se habla de una satanización de los judíos y comunistas, entre otros, hasta el punto en que la sociedad comenzó a justificar atrocidades tomadas contra ellos (Zimbardo, El efecto lucifer, el porqué del mal, 2018, p. 34). Zimbardo se pregunta, entre otras cosas, qué hace que personas buenas o normales hagan algo malvado o vil (P. 26). Lo que descubrió es lo más cercano a una película de terror.
Los gobiernos y ciertos grupos que han identificado el método del mal lo utilizan para crear una idea colectiva y perniciosa sobre ciertas cosas, grupos, razas, actividades, conductas o conceptos. De esta forma preparan el ataque para justificar el daño y el impacto político o social.
Lo que hace el método o quien lo ejecuta, es provocar insensibilidad en la población para poder atacar o destruir algo o a alguien. Es decir, condicionan a la población para que acepte y se justifique la denostación, la cárcel, la represión, la tortura e incluso la muerte. Esto, no es nada más que un proceso para provocar “la perdida de la sensibilidad”. Cuando dejamos de ser sensibles perdemos todo sentido de alerta, no solo hacia el exterior, sino de nuestras propias acciones.
Philip Zimbardo al analizar el concepto <banalidad del mal> surgido de las observaciones de Arendt en el juicio de Adolf Eichman nos dice que lo más sorprendente de los resultados es que Eichman parecía alguien totalmente normal. Seis psiquiatras lo examinaron. Esperaban encontrar a un monstruo. Contrario a ello se encontraron a un hombre con actitudes ejemplares: buen esposo, buen padre, amigo y hermano (Zimbardo, 2018, p. 591-593).
Este sujeto fue responsable del exterminio de cientos de miles de personas durante el terror experimentado en la Alemania Nazi. Los monstruos pues, suelen ser personas completamente normales, incluso, llegan a ser más amables que cualquier otro.
La moderna imaginación –nos dice Leonidas Donskis (Ceguera Moral, p. 17)- construye un fenómeno que llamaría la geografía simbólica de mal. Es la convicción de que las posibilidades del mal se dan no tanto en cada uno de nosotros individualmente, sino en sociedades, comunidades políticas y países.
Donskin nos dice que se ha dejado de analizar cuevas habitadas por demonios y monstruos. El infierno, ahora, lo produce una persona normal y aparentemente amable, buen vecino y hombre de familia. “Todos esperan ver un monstruo o una criatura del infierno, pero en realidad ven a un banal burócrata de la muerte cuya personalidad y actividad demuestran una extraordinaria normalidad, un elevado sentido del deber” (P. 18).
Por su parte Zygmunt Bauman, al referirse a la insensibilidad moral, sostiene que “su significado primordial es la disfunción de algunos órganos de los sentidos, ya sean ópticos, auditivos, olfativos o táctiles, que deriva en una incapacidad para percibir estímulos que bajo condiciones <<normales>> evocarían imágenes, sonidos u otras impresiones” (Ceguera moral, p. 23).
¿Cuándo transitamos de ser el homo sapiens al homo insensibilis? ¿Cuándo comenzamos a pensar que es normal que a diario secuestren a personas, las torturen y las tiren en las brechas? ¿Quién introdujo esa idea de que es normal que se maten entre criminales? ¿Quién nos dijo que al que se le acusa de delincuente se le puede tratar como un demonio? ¿Quién nos dijo y personificó a personas comunes y corrientes, en unos casos como santos y en otros como diablos? ¿Cómo llegamos a pasarnos semáforos en luz roja, poniendo en riesgo la vida de los demás? Y así, un sin número de conductas que a la postre terminarán regresando a nosotros como atrocidades.
¿En qué momento aceptamos que los gobiernos simulen los procesos para elegir a funcionarios, a magistrados? ¿En qué momento nos dimos por vencidos? ¿Cuándo aceptamos la tragedia de vivir engañados y engañándonos?
Unos dicen que así funciona el sistema, ¿en serio? Entonces, ¿el sistema es el demonio simulador? ¿Nosotros somos los simuladores? ¿Nosotros somos ese demonio al que tanto tememos?
El mal es un complejo de estructuras y métodos. Estas formas crean una serie de conductas inconscientes que penetran la construcción individual y colectiva de todo el aparato social. Actúan como millones de termitas, en la que solo nos damos cuenta del daño interno hasta que vemos destruido el exterior.
Fátima, la niña de siete años asesinada cruelmente, es el daño externo.
Es tal el grado de engaño del humano sobre sí mismo que deja de ser un ente propio para comenzar a ser un objeto de Dios o del Diablo, al extremo que éstos se disputan el alma de cada una de las personas. Nos desprendemos de nosotros mismos para adjudicar nuestra conducta a una entidad externa: a un Dios o aun ser diabólico. Así, comenzamos a ser espectadores de nuestra propia vida.
Estamos dispuestos a abandonar la razón dependiendo si el acto nos place o nos causa disgusto. Erich Fromm (Patología de la normalidad, p. 36-42) sostiene que la falta de religión, entendiendo esta como una ideología del bien y del mal, provocaron la creación de nuevas religiones, como el fascismo y el estalinismo, aunque estos términos sólo los utilice como marco de referencia, debido a la siempre necesidad de creer en algo, aunque esto sea irracional, lo que provoca la ascensión al poder o a las instituciones de personas con fines despreciables (Erich Fromm, p. 37 y 38).
La insensibilidad y la memoria precaria provocan un grado de perversidad que penetra la percepción de individualidad y de las comunidades en que se desarrolla, formando gusanos que destrozan los cimientos y las estructuras sociales: la simulación y sus modalidades: la doble moral y la hipocresía.
Simulamos ser honestos, altruistas, ser rectos y correctos. Simulamos educar y educarnos. Incluso, hemos llegado al extremo de simular la mentira y la corrupción.
Así es como hemos construido la personalidad del mal, en ser ciegos, sordos, faltos de memoria y sensibilidad; porque el diablo es por definición la voluntad de satisfacción personal por encima y a pesar del sufrimiento ajeno.
En consecuencia, la pregunta de quién es el diablo está mal formulada. En oposición a esto debería de ser: ¿nuestro egoísmo e insensibilidad es la entidad diabólica? ¿Qué conductas provocan la desgracia de nuestros hijos?
Un hombre se dio a la tarea de buscar al Diablo, a Satanás, al mal como origen de todas nuestras desgracias. Después de mucho tiempo de arduo trabajo y pocos resultados, se sienta frente al espejo y toma un plumón. Viendo nítidamente el reflejo de su rostro comienza a dibujarse una nariz puntiaguda, orejas largas, ojos rojos, cuernos y cola. Su asombro lo impactó de repente. El dibujo realizado frente al espejo coincidía con los rasgos del mal en persona. Bajó la cabeza y comenzó a carcajearse. Con una voz de incredulidad sonrió y dijo: ¡ahí tienes a Satanás!
Y así, el hombre, creado a semejanza de Dios, tomó una venda, se tapó los ojos y dejó de oír, para dejar morir la esencia de su creador.