Por Daniel Aceves Rodríguez
Nuestra Historia está llena de pasajes bélicos escenarios donde muchos hombres y mujeres anónimos que ofrendaron su vida en aras ya sea de libertad, reivindicación social, defensa ideológica de la fe, creencias o filiaciones, Cuna de héroes fue el movimiento independentista (1810 – 1821) de donde extraeremos a dos personajes que si bien son mencionados en ocasiones son omitidos en los textos de Historia, y por ello dedicamos a ellos esta entrega.
Se entiende por héroe, aquella persona que realiza una acción extraordinaria preferentemente reflejada por un enorme valor, por lo tanto derivado de esta acción, el personaje en cuestión es recordado y se erigen en su nombre calles, escuelas, ciudades, estatuas y las páginas de la Historia se ven plasmadas con el relato de sus acciones como un testimonio de gratitud y de honor a tan reconocida acción y por lo tanto a tan preclaro ser humano.
En esta ocasión y siguiendo la premisa de responder a las historias que se derivan de entregas anteriores, es el turno de hablar de dos señeros personajes que tuvieron una participación fundamental para que la historia de nuestra Independencia se pudiera llevar a cabo, y aún más para que la figura de los bastiones más importantes de esa etapa lograran sendos triunfos que les permitieron continuar con sus objetivos trazados, uno con Miguel Hidalgo el otro con José María Morelos; pero ambos, estuvieron en el momento justo, en la hora precisa, en las condiciones necesarias para poder en ese momento decisivo realizar una acción por la cual quedan en los anales de la Historia que por su valor, ejemplo y entrega de patriotismo los recordaremos, me refiero al Pípila y al Niño Artillero, comencemos.
En el corto tiempo que duro el alzamiento independentista iniciado el 16 de septiembre de 1810 por el cura de Dolores Don Miguel Hidalgo y Costilla es obligado mencionar la toma del lugar que era un centro de resguardo de granos, pero que en ese momento había sido convertido en un fuerte donde se habían parapetado las fuerzas realistas capitaneadas por el intendente Juan Antonio Riaño y Bárcena; habían transcurrido 12 días de iniciada la rebelión y las fuerzas insurgentes avanzaban en turba bajo los gritos de ¡Viva Fernando VII! ¡Muera el mal Gobierno!, pero se enfrentaban a una dura realidad, para continuar debían vencer aquella fortaleza monolítica que se plantaba ante ellos como una prueba insondable, los intentos eran infructuosos, hasta que aparece la figura de un personaje anónimo, desconocido para los dirigentes principales, ahí estaba un joven de oficio barretero oriundo de San Miguel el Grande calado en las minas del bajío, quién de acuerdo a las crónicas se calzó en sus hombros una pesada loza y en sus manos lo necesario para generar una tea, así ante la mirada atónita y las balas que rebotaban en la férrea estructura pudo llegar hasta la puerta de la alhóndiga y derribar la gran puerta de acceso con lo que las huestes insurgentes pudieron así tener el camino libre a una contumaz victoria, tal vez pocos al oír el nombre de Juan José de los Reyes Martínez Amaro sepamos que nos referimos a ese valeroso joven que ha pasado a la historia como “El Pípila”.
Similar situación ocurre con quién siguió la lucha independentista posterior a la caída de Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez, (cuyas cabezas estuvieron pendientes en sendas jaulas en las esquinas de esa construcción que el Pípila ayudó a conquistar), el cura José María Morelos y Pavón, llamado por él mismo “Siervo de la Nación”; precursor de la segunda etapa que abarcó de 1811 a 1815 que tuvo entre sus notas un sonado triunfo en lo que se conoció como el Sitio de Cuautla, lugar propicio para el surgimiento de otro héroe cuya acción fue decisiva en esta batalla, ahora nos referiremos a Narciso Mendoza conocido como el “Niño Artillero” y este mote no es poca cosa ya que ese día 19 de febrero de 1812 contaba con la edad de solo doce años. Narciso formaba parte de un grupo conocido como “compañía de emulantes” a cargo de Juan Nepomuceno Almonte (hijo de Morelos) que apoyaban el movimiento que Morelos había encabezado ya con una mejor estrategia militar y contando con personajes como Hermenegildo Galeana, Mariano Matamoros, así como los hermanos Bravo que se enfrentaban a la feroz persecución del ejército realista encabezado por Félix María Calleja que al momento había logrado cercarlos y tenerlos prácticamente a merced al atacar la Plaza de San Diego y así derrotar al ejército comandado por Galeana, la situación era francamente de un solo lado, por lo que se esperaba ya lo peor, pero entonces fue cuando milagrosamente ese niño de 12 años encendió la mecha de un cañón cuyo obús fue directo a donde venía el frente de un cuerpo de dragones (soldados de caballería e infantería) que cayeron abatidos por el estruendo y los demás huyeron despavoridos dando oportunidad a los insurgentes de recuperarse y poder salir victoriosos de ese Sitio que duró 72 días y marco una de las victorias más sonadas del ejército de Morelos.
Son dos ejemplos vivos de heroísmo, de decisión personal y voluntad extrema en aras de un bien superior que indudablemente por la causa a quién se sirve que en este caso es la Patria, quedan como postrer recuerdo y testimonio para las generaciones de nuestro País, dos personajes que conocemos sus motes, pero difícilmente se precisa su nombre.
Por cierto dentro de los insurgentes del regimiento Dragones de la Reina figura Mariano Abasolo que a pesar de ser apresado junto a Hidalgo y compañía no tuvo el mismo fin que ellos, su cabeza no figuró en la alhóndiga y eso se dice fue gracias a su esposa, pero esa, esa será otra historia.