Por Daniel Aceves Rodríguez
En los tiempos de los osados marineros, donde las más grandes hazañas se realizaban en la mar, cuando la Armada Invencible o los enormes galeones cruzaban lo inconmensurable de la belleza del mundo acuático envuelto en leyendas homéricas y narraciones de rebosantes locaciones impensables, de sirenas, cetáceos enormes así como una pléyade de creaturas anfibias y multicolores no puede en ningún momento pasar por alto aquella extraña y enigmática región llamada por los navegantes el Mar de los Sargazos, extrema región al norte del Océano Atlántico que ocupa un área de más de tres millones quinientos mil kilómetros cuadrados, siendo un mar definido por características físicas y biológicas sin incluir la presencia de costas, de forma ovalada incluyendo corrientes del Golfo de México, la del Atlántico Norte, y las ecuatoriales.
Este mitificado lugar es caracterizado por prolongados períodos de una calma total, escasas corrientes y una singular capa o tapiz de algas flotantes de tal densidad y dimensión con un fétido hedor a sulfita que nos hace recordar las dantescas imágenes que La Divina Comedia nos ilustraba cuando el barquero Caronte iba acercando las almas de los condenados hacia las puertas de los círculos del infierno.
Este abigarrado y compacto engranaje de algas y plantas hacía posible que hasta el más grande de los navíos pudiese quedar atrapado en su densa y obscura atmósfera, el caer ahí era ya sinónimo de desesperación, horror y muerte ya que ante la imposibilidad de navegar o salir de ahí el cautivo moría de hambre y sed o de una letal asfixia por la falta de oxígeno o los vapores tóxicos que poco a poco iban minando el sistema respiratorio de quienes quedaban atrapados, amén de las versiones que añadían la presencia de monstruos marinos u otras especies raras de rapaces instintos.
Ya en la antigüedad los griegos, romanos y en especial los fenicios hablaban de un mar de vegetación donde los barcos encallaban y ya no volvían pero se dice que fue el propio Cristóbal Colón quien bautizó a esta región con el nombre antes dicho, ya que de acuerdo con sus cartas enviadas a los Reyes Católicos menciona que en su primer viaje (aquél en que originalmente pensaba llegar a las Indias) se encontró con una región dominada por la saturación de algas a la que denominó Sargassum tal cual se nombraba en ese tiempo a las algas que flotaban en la superficie del mar; las cuales navegó perdiendo tres semanas en atravesarlas; posterior a ello los calificativos a esta región no se dejaron esperar, algunos le llamaron “mar del miedo o del terror”, “cementerio de barcos” donde se dice que gran cantidad de barcos están aún ahí atrapados repletos de cadáveres, o también de restos de caballos los que al terminarse las reservas de alimentos eran sacrificados para dar de comer a la tripulación que a la postre indefectiblemente perecería.
El gran escritor Julio Verne en su futurista obra “Veinte mil leguas de viaje submarino” dentro del capítulo 35 nos describe con contumaz pericia como su submarino Nautilus comprueba in situ el especial efecto del sargazo en la superficie del Océano Atlántico sumergiéndose así mismo en las profundidades abisales para observar y describirnos con singular certeza la asombrosa fauna y riqueza coralina de las profundidades oceánicas.
“Por encima de nosotros flotaban cuerpos de todo origen, amontonados en medio de las hierbas oscuras, troncos de árboles arrancados a los Andes o a las montañas Rocosas y transportados por el Amazonas o el Mississippi, numerosos restos de naufragios, de quillas y carenas, tablones desgajados y tan sobrecargados de conchas y de percebes que no podían remontar a la superficie del océano. El tiempo justificará algún día esta otra opinión: la de que estas materias; así acumuladas durante siglos, se mineralizarán bajo la acción de las aguas y formarán inagotables hulleras. Reserva preciosa que prepara la previsora naturaleza para el momento en que los hombres hayan agotado las minas de los continentes…” (Verne, 1873), se puede leer en uno de los párrafos de este capítulo donde el Mar de los Sargazos es el tema principal.
En nuestros días las crónicas no son longevas historias de navegantes portugueses o interesantes narraciones literarias de la talla de un Julio Verne, lo que tenemos a borde de playa de Guayabitos u otras regiones de la Riviera Maya, es un exceso amplio de un tipo de sargazo o talofita de especie diferente a la de aquel mítico Mar que en pleno siglo XXI ha arribado a las costas de mexicanas por el exceso de nutrientes que llegan al mar a través de los ríos generando un incremento de su biomasa impactando ecológicamente por el exceso de componentes químicos que afectan la flora, fauna, arrecifes, playas y el manto acuífero, ese volumen concentrado provoca la generación de más fósforo y menos coral reduciendo la cantidad de oxígeno en el agua y por ende la mortandad de peces y una proliferación de bacterias.
La presencia de este tipo de alga, así como las granizadas y lluvias torrenciales atípicas como la de estos últimos días entre otros ilustrativos hechos; deben ser motivo de una profunda reflexión sobre lo que los humanos estamos haciendo con la naturaleza; estas señales son el desborde del exceso de materiales contaminantes y de desechos que no han tenido su cauce normal dentro de un equilibrio ecológico unido a la tala inmoderada y a la destrucción de bosques y selvas que sostienen el orden de las cosas.
El problema del sargazo no es solo una cuestión de imagen turística es indicio de un problema ecológico y de salud que debe tomarse en cuenta y buscar soluciones adecuadas y de raíz tanto en el campo tecnológico como en el científico, soluciones consensuadas y dirigidas, antes que la naturaleza desborde porque en la naturaleza no hay recompensas ni castigos, hay consecuencias.