La participación activa del expresidente Felipe Calderón en las campañas panistas es un buen ejemplo de una ruptura con el pasado, que no debiera extrañar, pero que llama la atención, precisamente, porque una buena parte de la clase política sigue con el chip conectado con el antiguo régimen.
Con la alternancia lograda por la sociedad mexicana en el 2000, lo más sensato era que al mismo tiempo en que se rompían siete décadas de hegemonía priista se abandonaran para siempre los tabúes que la acompañaban.
Uno de ellos era la condena a los presidentes de la República a no intervenir en política una vez terminado su mandato. Se respondía así a dos acontecimientos traumáticos de la historia mexicana: evitar una dictadura como la de Porfirio Díaz y erradicar tentaciones como la de Plutarco Elías Calles, de pretender gobernar por medio de sus sucesores.
Se generó así un mantra, mediante el cual el Presidente era en su mandato un ente todopoderoso y omnipresente, cuya estrella comenzaba a declinar, prácticamente, desde el momento que “nombraba” a su sucesor. Al lector joven le sorprenderá esta frase, máxime si no vivió la época en la que las elecciones eran sólo una formalidad, pues todo el mundo asumía que el candidato del PRI sería por definición el próximo titular del Poder Ejecutivo.
Sin posibilidad de tener una vida activa como la de los exmandatarios en Estados Unidos, que dedican su tiempo a dar conferencias y no tienen problemas para adherir su capital político a los abanderados de su partido (como hizo Bill Clinton para apuntalar la campaña por la reelección deBarack Obama), los expresidentes de México debían, según una regla no escrita, hacer lo menos posible por opacar la acción política de su sucesor.
Así, por sólo citar dos casos recientes, Luis Echeverría y Carlos Salinasoptaron por seguir su carrera a escala internacional, fracasando el primero en su intento por liderar una eventual coalición de países en vías de desarrollo y, también, el segundo en su campaña por liderar la Organización Mundial de Comercio.
José López Portillo se dedicó a escribir sus memorias y Miguel de la Madriddirigió un tiempo el Fondo de Cultura Económica. Ernesto Zedillo prefirió ser consultor de compañías privadas y académico en Yale. Pero ninguno llegó a tener injerencia pública y conocida en la política partidista y electoral mexicana, aun cuando las leyendas urbanas le hayan atribuido a alguno de ellos la influencia suficiente para seguir maniobrando debajo del agua.
Como debía corresponder con el hecho de haber sido el primero en “sacar al PRI de Los Pinos”, por usar sus propias palabras, Vicente Fox también fue pionero en romper con aquella inercia, aunque su intervención pública en política haya derivado más bien en apoyar la candidatura del priista Enrique Peña Nieto en lugar de la de su correligionaria Josefina Vázquez Mota.
Por eso, es importante registrar la reciente campaña emprendida por Felipe Calderón para apoyar a candidatos panistas de varias entidades (baste recordar que su hermana Cocoa es aspirante a la gubernatura de su estado natal, Michoacán) y que, incluso, lo ha llevado a reeditar la estrategia de “peligro para México” que emprendió contra Andrés Manuel López Obrador, esta vez frente al candidato independiente a la gubernatura de Nuevo León,Jaime Rodríguez El Bronco.
Más allá de lo que se piense de Calderón y de su gobierno, cabría preguntarse: ¿Dónde están los que lo culpan de las 60 mil muertes en su sexenio, los que lo increpaban al lugar al que fuera? ¿Qué piensan, ahora, los que aseguraban que Calderón no podría caminar tranquilamente por el país sin correr algún riesgo por su lucha contra el crimen organizado? ¿Qué dicen, ahora, los que pensaban que Felipe sólo podría vivir en el extranjero?
Y hay más cuestiones: ¿Qué pasaría si el PRI se animara a una estrategia similar? ¿Qué pasaría si Carlos Salinas se presentara en una plaza pública animando a votar por el tricolor?
Este nuevo episodio de la política-electoral mexicana también deja una dura reflexión: no todos tienen el valor ni el carisma ni la calidad moral para hacer proselitismo por su partido y sus candidatos.