Realidad y ficción, simples coincidencias
Tu cuerpo es un mar de delirios y alucinaciones; de praderas, de llanos tersos y relieves simétricamente perfectos. Tus colinas paralelas forman a venus: al fruto prohibido. Ahí se unen ríos de pasiones, como fuente de inocencia y de lujuria, como origen y fin del hombre.
Sobre tus caderas se forman huellas, provocadas -me imagino- por el transito del agua. Pero es un suspiro el que te hace saltar, cuando mi boca moja cada parte tu cuerpo, deslizando mis labios detrás de tu oreja, mientras las yemas de mis dedos recorren poco a poco la línea de tu espalda, cruzando el horizonte de tus nalgas para rozar la parte más sensible de tus ingles y terminar la búsqueda de tu bajo vientre.
Tu cuerpo es un desierto delineado por la playa, que al subir la marea se humedece para germinar la semilla bien plantada; convirtiendo un espacio vacío en un jardín de estigmas, estambres y manzanos.
Tu andar denota textura; musicalmente se forma por dos ritmos lentos, como si la batuta del director de la orquesta te hiciera pendular de un extremo a otro; y ahí se detiene el reloj, al tiempo que mi mirada, que sólo te pertenece a ti, se fija en el entorno donde acaba tu espalda, para crear una nota incesante, y luego, el momento más hermoso de calma.
Nuestros cuerpos fluyen de vez en vez; se buscan sin saberlo, sin pensarlo, sin imaginarlo. Se distinguen entre millones de almas, se avizoran, se huelen, y cuando por fin se encuentran, se detienen frente a frente dentro de un pasmoso silencio que calla al resto de los sonidos: los enmudece; oscurece al espacio para que puedan verse; solo hay luz para ellos dos, como si la luna sirviera de reflector para iluminarlos.
Se sienten únicos y a la vez tan iguales; tan especiales y tan insignificantes; tan fuertes que su pasión los vuelve débiles. Son luz de cada uno; oscuridad de su entorno. Son parte de sí y parte del otro; son tan distantes de ellos mismos que parecen ir por caminos distintos; son polvo y después barro, pero sobre todo, por más irregular que cada uno parezca, cada línea, cada contorno, vértice y curva, forman una figura perfecta, que los fusiona en una sola especie, porque son dos, pero después uno.
Somos la paja en el ojo ajeno; somos muestra de indecencia; sinrazón de la conciencia y mártires del pecado; somos eso que todos callan, pero vociferan por dentro; somos melancolía y tristeza, diatriba de los puros; somos el deseo del instinto, libertad de los presos; pero en ese preciso momento donde nuestras almas se unen, donde el corazón arrecia su palpitar, somos simplemente destino.
En cada momento, en cada instante, cuando tu cuerpo roza el mío, mi aliento empaña los cristales de tus ojos; extraigo el olor de tu pelo y el perfume de tu piel; y en ese primer roce de los labios, con los parpados cerrados saboreo la excitante aventura y la maravillosa experiencia de ser tan tú, como independiente de ti, pero fragancia de tu cuerpo.