Historias de vida (Segunda Parte)

La verdad… sea dicha

Esta es la segunda entrega de las historias de vida que le he venido presentando como parte de la recopilación periodística de mi columna La Verdad… Sea dicha, para el Periódico ENFOQUE. Son  diez años de colaborar gratamente para este importante medio. Así lo festejo con usted, amable lector, agradeciendo la amabilidad de su preferencia.    

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Una nueva vida

Doña Rosa, mujer grandota, morena, de ojos grandes y mirada profunda, de cabello negro azabache, francota y mal hablada como son algunas mujeres del Istmo de Tehuantepec, llegó un día a la majestuosa Ciudad de México, y se instaló en algún lugar para vender sus riquísimos tamales oaxaqueños; con su vestido de tehuana y su agradable acento al hablar, convencía a los transeúntes de comprarle su producto; pronto encontró un lugar donde vivir, y no sólo eso, con una gran imaginación para el comercio rápido acondicionó su hogar que convirtió en una casa de huéspedes, donde lo mismo le rentaba cuartos a hombres que mujeres.  A sus 65 años, la mujer fuertota y sana, sabía sacarle jugo a sus negocios y no se achicopalaba de su edad, al contrario, siempre decía que ella no le temía al trabajo que era de toda su vida. Un buen día se encontró a Ernesto de quien se enamoró, un hombre 30 años menor que ella, quien sin complejos de ninguna especie decidió vivir una feliz vida a su lado, algo que doña Rosa agradeció siempre, pues no sólo tenía un hombre cerca, sino que el buen Ernesto se encargó de trabajarle en la casa como sabelotodo, arreglando los desperfectos y los problemas que del mantenimiento surgían; de ahí vivían y comían. El defecto de doña Rosa, si así se le puede llamar, era su arraigado gusto por la bebida, le encantaba mucho la cerveza, gusto que iniciaba los jueves por la tarde cuando se ponía a preparar sus tamales, luego todo el sábado y el domingo por la mañana. Los huéspedes conocían de sus ansiedades etílicas por lo que una que otra vez le acompañaban en sus bohemiadas, porque a la doña le gustaba cantar y no lo hacía nada mal, aunque ya muy tomados ella y don Ernesto, afloraban sus celos y sus inseguridades personales, entonces se quedaban solos balbuceando hasta el amanecer cuando se iban a acostar ya vencidos por el cansancio y la bebida. Pero el lunes doña Rosa era otra, firme, derecha y poderosa, lista para cobrar a sus inquilinos con quienes no tenía piedad; una cosa era la amistad y otra el negocio, o pagaban o se iban, les decía. Su actitud tal vez provenía de una vida difícil que nunca contaba; según supe, tenía tres hijos profesionistas ya mayores, una mujer y dos hombres que rara vez le visitaban, pues no estaban de acuerdo con la relación amorosa que mantenía con su Ernesto, algo a lo que doña Rosa no hacía mucho caso, pero que en el fondo de su corazón seguramente le afectaba. Así es la vida, cada uno tenemos una historia, o muchas historias, las que se ven y las que están ocultas, las que son públicas, y las que llevamos en el alma. Doña Rosa cuando llegó al Distrito Federal había dejado una vida atrás, a su avanzada edad cambio su mundo, su terruño, y se fabricó una nueva historia a su modo, algo que muy poca gente puede hacer cuando cree que el destino ya le tiene lo que le corresponde. La señora de Tehuantepec demostró todo lo contrario; que nunca es tarde para tener una vida a nuestro antojo, que nunca es realmente tarde para ser feliz a nuestro modo.

Célebre nayarita

Una mañana de tantas; ajetreada, impredecible y tumultuosa, como suelen ser las que se viven en la Ciudad de México, salí de mi casa presuroso para dirigirme al Metro Etiopía. Llegué, compré mi boleto, caminé por el andén y logré introducirme en un vagón justo un segundo antes de que el colectivo iniciara su avance; ya ahí, entre risas, empujones y pláticas intrascendentes de personas extrañas, a las que uno ve con la naturalidad y el interés  de nada, dirigí toda mi atención hacia los anuncios publicitarios que se encontraban a los costados superiores del vagón, más  como una mera forma para aislarme del bullicio, que de interesarme por lo que se anunciaba. Pero, que grata e inesperada fue mi sorpresa, en uno de los carteles instalados leí una información que me llenó de gozo y admiración; el Senado de la República daba a conocer que para ese año de 1996, el Poeta nayarita Alí Chumacero, sería galardonado con el Premio Belisario Domínguez, por su aporte a la cultura, y su gran trayectoria literaria, según decía el anuncio. Cuanta alegría, orgullo y emoción viví por unos instantes, al saber que uno de nuestros hombres distinguidos estaba siendo reconocido profesionalmente, lejos de casa, de la tierra que lo vio nacer. Recuerdo que salí feliz de la terminal para comunicarle a todas mis amistades sobre el reconocimiento al Maestro Chumacero. Con el tiempo descubrí que él fue fundador de la revista “Tierra Nueva” y creador de obras literarias como: “Imágenes desterradas” “Palabras en reposo” y “Páramo de sueños” además de haber obtenido infinidad de premios entre los que destaca el “Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines-Gatine Lapointe” en el año de 2003.  No sé a usted, amable lector, pero a mí me parece que después del genial don Amado Nervo, con sus obras místicas y de reflexión; el romanticismo, el sentimiento y la cotidianidad que logra Alí Chumacero en su trabajo literario, el que va más allá de la lírica como expresión y comunicación, podemos bien considerar que hoy por hoy, estos dos hombres son la representación máxima de la cultura nayarita hacia el mundo, aunque exista entre ellos casi un siglo de diferencia en cuanto a la época vivida por uno y otro. El último homenaje al maestro Chumacero se realizó precisamente en el Palacio de Bellas Artes en la majestuosa Ciudad de México, recinto que le abrió las puertas como lo hace con los personajes más distinguidos de la nación.

Falacias masculinas

Si mal no recuerdo, por ahí me contaron que a mediados de los años ochenta vino a Tepic una caravana de artistas famosos entre quienes destacaba la presencia espectacular de la actriz y vedette Sasha Montenegro, quien se había convertido en la figura más importante de México por su escultural belleza, y claro, porque fue protagonista de las películas de corte cabaretero, que tiempo después se conocerían como las ficheras. Una etapa del cine mexicano bastante criticada que sin embargo se volvió clásica para congoja de los cultos cinéfilos. En ese entonces, un pariente me comentó que las famosas vedettes se rifaban entre los caballeros que ansiaban tener una noche de sueño junto a las estrellas del espectáculo. A tantos años de distancia, me entero que el anecdótico comentario de mi pariente fue una más de las fantasiosas y mentirosas historias, estas que los hombres solemos contar para alimentar nuestra egolatría y nuestra vanidosa masculinidad. En una reciente entrevista Sasha Montenegro comentó que estas supuestas rifas jamás existieron pues las figuras como ella ganaban el suficiente dinero para no aceptar este tipo de proposiciones indecorosas y denigrantes. Supongo que la fantasía de los hombres de aquellos años estribaba en que las películas de las ficheras presentaban desnudos femeninos y las historias giraban en tono a la vida de mujeres bellas inmersas en la prostitución y los vicios que se dedicaban a complacer a cualquier hombre, algo que sólo ocurría en la pantalla grande, pero que muchos señores pretendían llevar a la vida real. Hasta pronto. Para comentarios robleslaopinion@hotmail.com

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