¡Ojo Clínico! por : Dr. Polo Domínguez.
En días pasados la Fiscalía General de la República dio a conocer la detención en Málaga, España, del exdirector de PEMEX durante el gobierno del expresidente Enrique Peña Nieto, dando cuenta así del compromiso del Presidente Andrés Manuel López Obrador, con el combate frontal y decidido contra la corrupción y la impunidad.
Hablar de corrupción es sin duda hablar de uno de los más grandes lastres que históricamente hemos venido arrastrando los mexicanos y que lamentablemente nos deja muy mal parados en nuestra imagen ante el mundo. Es por ello que como ciudadano, como mexicano, como nayarita, como legislador y como padre de familia, reconozco y comparto esa convicción que alienta el compromiso de los gobiernos Federal y Estatal por erradicar de manera definitiva la corrupción y la impunidad.
Desde el Poder Legislativo de Nayarit hemos hecho la parte que nos corresponde en dicho combate a la corrupción y sin falsas modestias, estoy convencido que quienes integramos la XXXII Legislatura podemos decir que hemos rendido buenas cuentas a los nayaritas en éste, como en otros temas. Ciertamente no es un asunto que ya esté concluido o incluso que ya podamos cantar victoria y decir que en Nayarit hemos castigado todos los hechos de corrupción del pasado.
Sin embargo, justo es reconocer el esfuerzo que la Fiscalía General del Estado ha venido realizando hasta el momento para documentar los presuntos actos de corrupción y aperturarlas respectivas carpetas de investigación e iniciar los procedimientos judiciales que éstas han arrojado, derivando en la detención de algunos exfuncionarios de diferentes áreas del poder público del estado, que lamentablemente incurrieron durante el desempeño de sus encargos, en presuntos ilícitos.
Pero me parece que el tema va más allá, tiene más de fondo. Vergonzosamente los mexicanos nos hemos acostumbrado a vivir inmersos en un ambiente de corrupción. De acuerdo con cifras de la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental de 2017, el 57% de los Mexicanos de más de 18 años considera la corrupción como el problema más grave del estado donde vive, por encima de la inseguridad y la delincuencia.
Y cuando digo que vergonzosamente nos hemos acostumbrado a vivir en ese ambiente corrupto, es porque no tenemos la cultura de la denuncia de los hechos de corrupción que conocemos y podemos documentar. Nos hemos mal acostumbrado a callar porque se ha vuelto común en la vida cotidiana de los mexicanos ser parte de la corrupción. Desde el que da una mordida por una infracción menor de vialidad, hasta el que ofrece o cobra un porcentaje en cualquier licitación pública de la dependencia que se trate, en cualquiera de los tres niveles de gobierno.
Es un mal ejemplo que ha cundido y que podemos adquirir desde el seno de nuestros hogares, en la escuela o en nuestros centros de trabajo. Del tamaño que se trate, eso no importa. Tiene que ver con cualquier acción consistente en la utilización de las funciones y medioso el abuso de la posición organizacional que se deténte y que se traduzca en un provecho o beneficio económico o de cualquier otra índole, para quienes lo realizan o gestionan.
Y es que razones como éstas, seguramente entre muchas otras, es lo que hace tan difícil poder procesar y castigar a quienes incurren en estas prácticas ilícitas, porque se han ido perfeccionando y sofisticando las formas y métodos aplicados por quienes incurren en dichos actos de corrupción.
Es por ello que cada vez más me convenzo que no hay mejor forma de erradicar la corrupción que reforzando los valores que aprendemos desde nuestra casa. Nuestros hijos y las futuras generaciones, van a reproducir lo que aprendan de sus padres, de sus abuelos. Esa debe de ser nuestra principal tarea. Heredarle a este país mexicanos de bien, educados, responsables y con un arraigado patriotismo y amor por Nayarit y por México, porque como decían nuestras abuelas, “¡la educación y las buenas costumbres, se maman!”.
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