LA LONGEVIDAD DE UN EXPRESIDENTE

Por Daniel Aceves Rodríguez

Era el inicio de los setentas, la frase que más se escuchaba en los eslogan políticos era ¡Arriba y Adelante! acuñada por el flamante Presidente que un coche descapotado, al compás de guardias  a pie, con presuroso paso custodiaban la marcha del automotor que bajo una nutrida lluvia de confeti tricolor se abría camino ante la multitud que expectante aplaudía y vitoreaba a un hombre que con la espalda erguida, los brazos levantados con las palmas hacia el frente recibía el reconocimiento brindado desde  las aceras, balcones y ventanas, respondiendo con una sonrisa sibilina que se dejaba ver debajo de sus brillantes espejuelos y una perlada calvicie prematura.

Publicidad

Era Luis Echeverría Álvarez, haciendo el tradicional y apoteótico recorrido después de haber recibido la honrosa banda presidencial de manos de su antecesor Gustavo Díaz Ordaz quien dejaba al país con una economía fuerte, sin inflación, después de una Olimpiada y un Mundial de Futbol pero bajo las sombras de una herida fresca provocada por los acontecimientos obscuros y dolorosos de la noche de Tlatelolco. Eran los tiempos del poder omnímodo; donde la figura presidencial tenía una fortaleza total, donde los sectores de la sociedad se plegaban al unísono del poder ejecutivo y no había mácula mayor que entorpeciera el caminar, firme y decidido de quien por seis años detentaría el poder de un México posrevolucionario que abría un horizonte ante un mundo en que los acomodos geopolíticos se establecían al ritmo de los dos polos de dominio, donde era difícil que una tercera opción pudiese aparecer o  tocar su nota en este concierto mundial.

Enmarcado en esta glosa, Luis Echeverría supo sacar provecho a la situación que imperaba; con su energía, vitalidad y decisión amalgamó aspectos que lo entronizaron y apuntalaron en la primera magistratura, por principio de cuentas (habiendo sido señalado como el principal responsable de los trágicos sucesos de 1968 siendo Secretario de Gobernación de Díaz Ordaz) se desligó totalmente de su responsabilidad yendo en campaña a realizar una expiación de la culpa cargando así los dados para su antecesor y poniendo claramente la distancia con aquel quien confió en su persona para encumbrarlo en esa posición.

A un estilo que recordó un tanto al malhadado Emperador Maximiliano, buscó una coalición con la llamada “izquierda”, incorporando a su gobierno a una pléyade de intelectuales, economistas y cabezas de movimientos socialistas muchos de ellos señalados como participantes o activistas del movimiento estudiantil, así mismo inició con una política de corte populista llamada así por la tendencia a realizar acciones tendientes más a satisfacer demandas del pueblo sin antes un análisis concienzudo racional de los beneficios globales, por lo que sus políticas económicas incidieron en un aumento al gasto público y una utilización del déficit presupuestal como un instrumento de crecimiento económico.

Estas políticas rompieron con el proceso de doce años llamado Desarrollo Estabilizador llevados por el anterior Secretario de Hacienda Antonio Ortíz Mena, que fueron cambiadas por las medidas keynesianas que impusieron en este mandato un Desarrollo Compartido que no fraguó en la economía mexicana, aunado al crecimiento de la burocracia y de organismos públicos que llevaron a una emisión de moneda superior a las reservas de la misma, poniendo en un predicamento la salud de la hacienda pública.

Importante mencionar la postura tomada hacia cualquier aspecto de movilización que pudiera generar algún desequilibrio en la estabilidad política del país o donde se viera afectada la imagen impoluta del Ejecutivo, así durante su gobierno a escasos seis meses de su toma de protesta se dio un golpe de timón que rompió con cualquier vestigio que hubiera del sexenio anterior, el famoso “Halconazo” del 10 de junio de 1971 donde dejó en claro su autoridad y fuera de su gobierno a varios integrantes del régimen anterior a quién llamó “los emisarios del pasado”, igualmente sus órdenes eran contundentes para sofocar cualquier movimiento social como fue la Liga Comunista 23 de septiembre en la llamada “Guerra Sucia”, que trajo consecuencias lamentables en enfrentamientos y atentados, así como decesos de empresarios, destacando Eugenio Garza Sada en Monterrey y Fernando Aranguren Castiello en Guadalajara secuestrados y victimados por integrantes de esta Liga.

En política exterior da un apoyo y reconocimiento a los regímenes socialistas como fue en el caso de Fidel Castro en Cuba, la República española en el exilio aunado a la ruptura de relaciones con la España franquista y especialmente al gobierno de Salvador Allende en Chile, recibiendo a la viuda y seguidores después del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, denostando al gobierno de Augusto Pinochet, situaciones que no fueron vistas con confianza tanto por Estados Unidos y el bloque occidental como por los empresarios nacionales ya dolidos por las políticas económicas y los decesos antes mencionados.

Ya para concluir su mandato, una devaluación dolorosa donde el dólar de estar constante a $12.50 se eleva a más de 20 pesos, el sonado caso de la toma de Excélsior y la salida de Julio Sherer con su principal equipo de trabajo ante el consabido ludibrio del gobierno, provocaron un ambiente tenso y grueso ante un José López Portillo, su puntual Secretario de Hacienda ahora su sucesor, que había ganado unas icónicas elecciones ante una nula oposición,  después el mismo López Portillo se mofaba que con solo el voto de su abuelita habría ganado aquella contienda (aunque muchos dijeron que no tenía abuela).

Su actitud siempre erguida, sus jornadas maratónicas de trabajo, su megalomanía, su obnubilación del poder y por trascender políticamente encabezando el liderazgo de países del Tercer Mundo con la opción de los desposeídos, sus deseos de verse en la ONU y su populismo supino, llegaron a catalogar su gobierno como lo mencionara Daniel Cosío Villegas “el estilo personal de gobernar”

Hoy este expresidente ha cumplido ya 100 años, fue juzgado por la Fiscalía Especializada para Movimientos Políticos  y Sociales del Pasado por genocidio y  crímenes de lesa humanidad, declarado en prisión domiciliaria por su edad y salud, aunque a los pocos años fue exonerado de los cargos, hoy en su casona de San Jerónimo ve pasar los días que quedan en el recuerdo de un México que tuvo en ese tiempo “un estilo personal de ser gobernado” y Echeverría es parte medular de esa historia.

Publicidad