En Los Tiempos De…
Otra entrada: 1918
Otro hecho de guerra, producto tardío de la revolución, se dio en 1918. El Profr. Juan Manuel Gómez Encarnación, Cronista de Puerto Vallarta, hace una síntesis detallada del informe que rinde Teodoro Ponce, Comisario Político de Las peñas sobre este suceso:
“[…]el 9 de abril de 1918, por la madrugada, un grupo armado de 400 hombres, aproximadamente, al mando de Pablo González, cayó sobre el puerto Las Peñas, para saquear casas comerciales, particulares y oficinas públicas; ultrajar a la población y secuestrar a algunas personas notables del lugar, a las que luego se liberaría previo pago del rescate exigido.
Se dice también que el jefe del destacamento militar que defendía el lugar era el Capitán 2º José Duarte, al mando de 18 hombres. Que hizo todo lo posible por defender la plaza, causando dos bajas y ocho heridos al contingente enemigo, pero al fin, comprendió lo imposibles de la tarea por la superioridad numérica del adversario abandonó el lugar para no poner en riesgo la vida de su gente y la propia. El adversario solo causó la muerte de un soldado que había quedado rezagado.
Entre los comerciantes del lugar más afectados se citan: Güereña Hermanos, Fermín Maisterrena, Agencia Melchera, Guzmán y Barraza, Eulalio Villaseñor, Jesús Langarica, Teodoro Ponce, José Baumgarten, Lauro Morett y Salvador Estrada. Se habla de un botín superior a los cien mil pesos; cantidad considerable para aquellos tiempos.
Además del efectivo los malhechores también se llevaron en calidad de secuestrados hasta el rancho Los Sauces, Nayarit, a los señores Antonio Güereña, Eulalio Villaseñor y Lauro Morett, por los que lograron un rescate de cuatro mil pesos” (Vallarta Opina, 2010, 19/nov.).
Pablo González, homónimo del general revolucionario, fue oriundo de Hostotipaquillo, Jalisco y ocupó el cargo de jefe de la oficina telegráfica de Tepic, Nayarit. En 1918 encabezaba un grupo de rebeldes que se decían “villistas” que atacaron varias poblaciones entre Jalisco y Nayarit, donde cometieron atropellos y varios asesinatos.
El 5 de marzo de ese año Pablo González, José V. Izquierdo, Canuto Miramontes y otros jefes “revolucionarios”, con cerca de 800 hombres arremetieron contra la ciudad de Compostela. La plaza fue defendida heroicamente por 35 soldados del 33º Regimiento de Caballería a las órdenes del capitán Marcos Zúñiga. El combate empezó alrededor de las diez de la mañana y se prolongó por espacio de tres horas, en que el destacamento defensor se rindió por habérseles agotado el parque y la superioridad numérica del enemigo.
El día seis se apoderaron de San Pedro Lagunillas desvalijando la población. De ahí se pasaron a Santa María del Oro, rapiñaron esos rumbos y bajaron a las haciendas de la costa. El 9 de abril perpetraron el atraco a Las Peñas y regresaron por el mismo camino. El 23 de abril, entraron por segunda vez a Compostela, donde “saquearon y robaron cuanto pudieron” (Gutiérrez Contreras, 2003, p. 180-181).
Consecuencias de estos actos
Como sucedió en otras poblaciones del país, entre las cosas más lamentables de estos hechos es la pérdida de los archivos tanto civiles como eclesiásticos de Valle de Banderas. El archivo del Registro Civil de Bahía de Banderas, conserva los libros correspondientes a 1909, 1910 y 1911; después existe un salto que va hasta la década de 1930. En el caso de los Libros de Gobierno de la parroquia local, la situación es parecida. Probablemente durante las revueltas, los archivos fueron confiados a particulares para evitar su destrucción y terminaron extraviándose entre unas manos y otras. Se sabe por tradición oral que, hacía 1927, una incursión “cristera” a quemó los archivos del Registro Civil de Valle de Banderas. Lamentable pues, si tomamos en cuenta que hasta entonces, Valle de Banderas se había conservado como único “pueblo libre”, donde se asentaban las autoridades civiles y religiosas de un área tan extensa que en ocasiones abarcaba por la costa desde Las Varas hasta Tomatlán y hacía la sierra hasta San Sebastián del Oeste.
La Revolución en la leyenda
Contaban las abuelas, a quienes les tocó vivir estos sucesos, que además de dinero, caballos y otros bienes, los bandoleros buscaban mujeres jóvenes y bonitas como botín de guerra. En su desesperación, los padres de las muchachas trataban esconderlas del desenfreno de los facinerosos en roperos, pozos de agua, cuartos de puertas tapiadas y otros laberintos.
Se dio el caso en Valle de Banderas que un grupo de jovencitas fue llevado a los cerros cercanos para ser escondidas. Los vándalos, puestos al tanto de la maniobra, fueron tras ellas como perros en celo pero no pudieron dar con su escondite. Se dice que, una muchacha muy bonita se les aparecía de vez en cuando en el camino y los invitaba a seguirla entre aquellas cañadas y arroyos lóbregos pero nunca pudieron darle alcance. Cuando dieron parte del hecho, refirieron que la joven traía puesto un vestido y un manto azul, es decir, como estaba vestida la Virgen del Rosario de Tintoque.