Veritas Libertas Vos
Por Daniel Aceves Rodríguez
Tenemos ya un buen rato de escuchar continuamente lo que significa la Jornada de la Sana Distancia provocada por la pandemia del Covid 19, situación que ha trastocado la continuidad y desarrollo de este año 2020 y que genera un parte aguas en la forma como podrán ser en breve las convivencias una vez que se regrese (esperemos que pronto) a la llamada nueva normalidad.
Lo cierto es que en la mente y voluntad juiciosa de todos aquellos que desean su cuidado y el de los demás existe la conciencia de mantenerse resguardado en su casa, de evitar el salir y si esto es necesario hacerlo con las mayores medidas de seguridad observando siempre el no generar aglomeración o rebasar el espacio conocido como la sana distancia.
Pues bien el término tan ad hoc para este intempestivo, inesperado e inusitado panorama de salud, podría de manera análoga aplicarse para aquel principio que fue un fundamento básico del presidencialismo del Siglo XX en México, me refiero a aquella “regla no escrita” de la política nacional donde la figura del presidente era totalmente indisputada e indisputable, donde era ley que el antecesor debería guardar ahora si su sana distancia, olvidar los tiempos de gloria ya idos y resguardarse literalmente “en casa” para no figurar en el entorno político social de tal manera que pudiera provocar la pérdida de los reflectores en la senda del mandatario en turno.
La historia de esta regla no escrita surge posterior al período conocido como el Maximato, etapa comprendida entre 1928 y 1934 donde figuraron tres Presidentes; Emilio Portes Gil (1928-1930), Pascual Ortiz Rubio (1930 – 1932) y Abelardo L. Rodríguez (1932-1934), todos ello bajo las égida de gobierno y obediencia al Jefe Máximo de la Revolución Mexicana (de ahí el nombre de Maximato) el general Plutarco Elías Calles fundador del Partido Nacional Revolucionario, con el que culminaba la era de los caudillos y se iniciaba la era presidencial.
Durante el mandato corto de estos presidentes era sabido la influencia y control ejercido por Calles, el cual era determinante en el panorama del ajedrez político del México postrevolucionario en un siglo convulsionado por guerras intestinas como la Revolución, La Decena Trágica, la Guerra Cristera, el magnicidio de Obregón entre otros acontecimientos por demás significativos, que habían requerido regresar a una dirección recia y firme como el porfiriato pero sin la presencia física omnímoda y permanente; así la frase “Aquí vive el Presidente pero el que manda vive enfrente” se hacía sentir en su cabalidad.
Todo terminó cuando ya en formato sexenal creyendo que se podría continuar con la extensión del Maximato se nombra de candidato al General Lázaro Cárdenas del Río el cual rompería con la hegemonía callista y no solo eso, desterraría del país al General Calles dejando en claro donde radicaba la autoridad y denotando fehacientemente esa regla no escrita que había sido trasgredida por su antecesor ocasionándole un fuerte conflicto, el cual fue resuelto de la manera más propicia ya no con los cuartelazos de la época de los caudillos pero si con la diplomacia y mano izquierda que le daba la autoridad que el presidencialismo del Siglo pasado le otorgaba.
El error de Calles fue no medir o guardar la sana distancia con respecto a quién consideró estaba agradecido con él por el nuevo cargo, no percibió que los tiempos ya eran otros y que la regla no escrita de evitar salir de casa cuando ya no se es presidente fue fatal, creyó tener la misma facultad y fuerza pero sus acciones actuaron sobre él, la decisión de hacer una publicación criticando al Gobierno de Cárdenas avivando con ello una división clara que se veía en las filas del nuevo gobierno; situación por demás temeraria que a la postre le costaría el destierro a él y a tres cercanos colaboradores como lo eran Luis N. Morones otrora líder sindical, Luis L. León y Melchor Ortega; en ese avión que tomaba su vuelo hacia los Estados Unidos se terminaba el Maximato y se daba paso a un presidencialismo vigoroso que se sustentó en el poder ininterrumpidamente hasta el año 2000.
Ya sin la sombra del caudillo Lázaro Cárdenas modificó el Partido de PRD a PRM (Partido de la Revolución Mexicana) y este ya con Manuel Ávila Camacho cambió a PRI o Partido Revolucionario Institucional, donde fiel a sus costumbres y leyes no escritas se siguió conservando la Ley de la sana distancia en el decir y el hacer del antecesor ante su sucesor.
Prueba de ello fue esa férrea disciplina que se hizo notar, aunque en algunas ocasiones el presidente en turno tomaba sus previsiones para tener tranquilo y en el radar de su mira al antecesor, por ejemplo Manuel Ávila Camacho nombró a Lázaro Cárdenas como Secretario de Defensa justo en el ingreso de México a la Segunda Guerra Mundial, Luis Echeverría Álvarez mando a España como embajador a Gustavo Díaz Ordaz, y José López Portillo hizo lo propio enviando a Echeverría primero como embajador de México ante la UNESCO y después como embajador en Australia y Nueva Zelanda, Carlos Salinas de Gortari nombró a Miguel de la Madrid Director del Fondo de Cultura Económica.
Así las posibles inquietudes de profanar la regla no escrita quedaban más lejos de las posibilidades humanas, solo fue ya en los estertores del Siglo XX cuando en la presidencia de Ernesto Zedillo el expresidente Salinas dolido por el trato que se gestaba ante las acusaciones a su hermano Raúl por el asesinato de su cuñado Francisco Ruiz Massieu, se apostó en una humilde casa de la Ciudad de Monterrey e inició una huelga de hambre que solo duró día y medio, no tuvo su efecto, sin embargo ya la fortaleza de aquel sistema estaba viviendo las últimas etapas de gloria y la regla no escrita parecía estarse borrando.