La virtud de la paciencia

Véritas Liberabit Vos

En el bello poema “Nada te turbe, nada te espante” escrito por Santa Teresa de Ávila a mediados del siglo XVI, hace mención de una forma vehemente a este gran valor humano, al manifestar que la paciencia todo lo alcanza “Ámala cual merece, Bondad inmensa; que no hay amor fino, sin la Paciencia”.

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Pues bien, refiriéndonos a ella explicaremos que la Paciencia es una virtud que lleva al ser humano a poder soportar contratiempos y dificultades para conseguir algo bien; su etimología se deriva del latín “pati” que significa sufrir, el cual tiene su participio en el vocablo patiens que se traduce al castellano como paciente, así encontramos principalmente su aplicación para aquellas personas que esperan ser atendidos médicamente en una clínica o de aquél que se somete a alguna revisión o tratamiento.

Resumimos así que es la virtud de quienes saben sufrir y tolerar las contradicciones y adversidades con fortaleza y sin lamentarse, esto hace que las personas que tengan paciencia, sepan esperar con calma a que las cosas sucedan y que se piense que las contradicciones no dependen solamente de uno y que por lo tanto se les puede otorgar tiempo para su desenlace.

El ejemplo más palpable e históricamente conocido es el del noble y prudente Job, personaje bíblico del Antiguo testamento y que corresponde al primero de los libros sapienciales, donde se nos narra de una manera detallada el sufrimiento de este justo y buen hombre a quién Dios permitió que Satanás lo tentase  y lo sometiera a numerosas y dolorosas pruebas, ahí somos testigos de las amarguras y desgracias de Job y de cómo sus tres amigos intentan consolarlo argumentando que su sufrimiento es culpa de sus propias fallas, a lo que Job se resiste y se niega a renegar de Dios, su cuarto amigo le hace ver que ese sufrimiento templa el alma y purifica el espíritu, la respuesta de Job ante la adversidad  siempre  fue:  “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, Bendito sea el nombre del Señor”, resistiendo así toda esta calamidad y teniendo como resultado la restitución de más de lo perdido; no por algo es el dicho coloquial “Tener la paciencia del Santo Job”.

En la historia de la Filosofía, encontramos en alrededor del siglo 300 antes de Cristo a un grupo formado por Zenón y al que llamaron “los estoicos” ya que reunía a los discípulos bajo un pórtico de ahí el nombre ya que en griego pórtico proviene del vocablo (stoa), los estoicos señalaban que todos los procesos naturales tales como la enfermedad y la muerte, siguen las inquebrantables leyes de la naturaleza. Por tanto, el ser humano ha de conciliarse con su destino. Nada ocurre fortuitamente, decían. Todo ocurre por necesidad y entonces sirve poco quejarse cuando el destino llama a la puerta, igualmente coincidían con otra corriente contemporánea que era la de los Cínicos que establecían que el ser humano debe reaccionar   con tranquilidad ante las circunstancias felices de la vida, explicando que todas las cosas externas les debían ser indiferentes, por ello el día de hoy hablamos de una tranquilidad estoica, cuando una persona no se deja llevar por sus sentimientos, claro esta era una postura de aquellos años en que se buscaba dar un sentido a la vida alejado de una base fundamentada en principios éticos.

Así podríamos enumerar en la historia diferentes ejemplos que ponderan a esta virtud como uno de los elementos principales que conforman el basamento que brinda fortaleza espiritual al ser humano, un rasgo de madurez y que de una manera elegante y mística Santa Teresa de Ávila expone en su bello poema fruto de ese amor acendrado hacia su creador que la hizo merecedora a sentir una flecha que traspasó su corazón y que inundado de ello estableciera las virtudes propias de la orden por ella fundada: El amor, la paciencia, el desasimiento y la humildad generadores cada uno de ellos de los mayores frutos para la vida.

El amor, principal fuerza de cohesión para todo ser humano, se expresa en la comprensión, el cariño, la amistad y el servicio prestado desde la gratitud y agradecimiento que son recíprocos y exigentes pero gratificantes, amor con el prójimo que sabe compartir desde los niveles más profundos hasta aquellos relativos a la fe y la virtud; el desasimiento excluye la posesión y el acaparamiento esclavizante, eliminando todo egoísmo el cual se repliega ante un amor que dilata y engrandece, por eso solamente el amor es capaz de compartir, la persona desprendida no pone el acento en nada porque ha optado por el Todo, por eso recalca tanto en su frase “Solo Dios basta” la cual no es excluyente sino más bien sintetizante, porque nos da a entender que en Dios se halla todo, posee así el mayor bien donde se encuentra toda la riqueza y felicidad, y por último la humildad de que habla la Santa, nada tiene de minusvaloración personal, conoce y acepta sus limitaciones pero tiene clara conciencia de los bienes naturales y sobrenaturales que detenta, de nada se apropia porque sabe que todo lo que se tiene es dado por Dios, similar a aquella expresión dicha por Job.

Gran misticismo pero sobre todo paz espiritual fue plasmada por Santa Teresa en esa bella poesía que al pronunciarla se transmite a quién la lee un tónico para el alma más la seguridad y la confianza de que a pesar de los problemas y vicisitudes la esperanza de que un mejor día siempre llegara:

“Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia, todo lo alcanza, quién a Dios tiene, nada le falta, solo Dios basta”.

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