A mí ya no me tocó, o cuando menos no lo recuerdo, tomarme una cerveza tempranito en el Bar Casino, o en La Cubanita, en el Tenampa, con King Kong o con Troneras. Quizá en aquella primera juventud lo hice, pero no lo recuerdo con exactitud. Eran las cantinas de los sesenta.
Quizá tenga que hacer un ejercicio de memoria para recordar las cantinas de los añorados ochenta, para recrear esos ambientes de nostalgia en el que participaba gran parte de la sociedad varonil de entonces, más que nada, los que gustaban de acudir a las tertulias y bohemias en aquella pequeña ciudad que se podía recorrer a pie, en pocos minutos de orilla a orilla.
Una de las cantinas que más recuerdo es “Bar El Casinito” que estuvo ubicada en la esquina de Zaragoza y Querétaro. Tenía su entrada por ésta última calle, y era apenas una puerta de madera de lo que había sido una modesta casa. El propietario Ramón Gómez, El Pantera, acondicionó lo que pudiera ser la salita de esa casa para acomodar una hilera de mesas y sillas, frente a las cuales improvisó una barra de servicio. Había uno que otro banco.
El Casinito se llamó así pues ya había cerrado el Bar Casino de Lerdo y Durando, propiedad de Estanislao Gómez, recientemente fallecido, quien emigró con Bar Tanilo’s a varios lugares. Pero Tanilo ayudó a su hermano Ramón con El Casinito, y funcionaba desde las cinco de la mañana, para “borrachos madrugadores”. Aquí hubo concursos de declamación, no se me olvida. Una vez le ganó Chema Viera el líder de los locutores, a mi tocayo Jaime Ruelas El Venado, también ya ausentes. El veredicto lo dimos por aplausos, y eran apenas, ¡las siete y media de la mañana!, en medio de un ambientazo que se escuchaba a varias calles.
Otro cantinero que tiene por costumbre añeja abrir sus negocios muy temprano es don Rosendo Bañuelos, “Chendos Bar”. A principios de los ochenta, Chendo, quien ya era un experto cantinero, se fue a vivir en solitario a una casa muy pequeña por la calle Construcción entre Allende y Morelos, en el viejo barrio de Los Estadios. Improvisó la casa como cantina, y le puso un letrero afuera que decía: “Chendos Bar”. Chendo tiene una clientela que lo sigue a todas partes, por lo tanto este lugar se llenaba a las seis de la mañana. Digo se llenaba por lo pequeño de la estancia, o sea la salita en donde estuvo la improvisada “piquera”.
Yo era vecino y cliente. Hagan de cuenta que me llevaron alcohol a domicilio, solo tenía que cruzar la calle. Desde las cuatro y media o cinco de la mañana este bar ya era un barullo de emociones y gritos. Acudían con Chendo los madrugadores y los desvelados. Chendo es muy dado a atender a los periodistas, incluso tiene memoria de todos nosotros, tanto los que seguimos en la vida como los que ya han desaparecido de esta realidad. Pronto cerraría y nos dijo que se iba a ir a la zona de las siete esquinas, por Ures y Miñón, y hasta a allá lo seguimos, pues nos fiaba. Por la Colima rentó un salón que antes fuera “bule”, y puso el “Bar Chabacano”, que también abría a las cinco de la mañana.
Otra cantinita costumbrista que abría muy temprano era “La Quebrada” en la calle Zapata, casi con Querétaro. Don Rogelio la atendía, con un humor no muy del modo de algunos. A mí sí me atendía igual que los demás. La Quebrada también abría sus puertas a las cinco de la mañana.
Cerca de La Quebrada, por la misma Zapata entre Querétaro y León, estaba “Lino’s Bar”, atendido por un señor de complexión robusta y con una notoria cicatriz de alguna herida punzocortante en la cara. Lino se llamaba, ya falleció; nos abría la puerta a las cinco de la mañana y a veces ya había personas adentro. Dicho esto porque el señor ahí vivía y sus clientes del mercado Morelos le tocaban para que les abriera aún más temprano. Aquí esos carniceros del mercado llevaron una receta para prensar la famosa botana del “queso de puerco”, que lo heredó su hermana Cande, que ahora está por la calle Querétaro en un nuevo local. Cabe decir que de las cantinas tempraneras, aquí era la concurrencia de celebridades, sin decir nombres. Verlos tomar whisky a las seis o siete de la mañana es otra historia.
Voy con “El Rifle” donde antes era El Troneras por la calle Mérida entre Zaragoza y Bravo. Con El Rifle, (así le decían al dueño y barman), acudíamos los artistas, poetas, pintores, actores y músicos. Tanto por lo barato del tequila como porque así nos gustaba. El Rifle era el equivalente a una pulquería en la ciudad de México. Las escenas más chuscas, los baños más desbaratados y olorosos, los borrachos ya casi teporochos y la llevadera en grande. Aquí también el ambiente era de cinco a diez de la mañana. Después de ese horario, la cantina aburría, se quedaba sola.
“El Titanic” por la calle Mazatlán entre Mina y Miñón también nos duró un tiempo abriendo muy temprano y a decir de muchos, no cerraba. Era una casa, un tejabán, y un gran corral como corazón de manzana. Hasta pedíamos de almorzar en las mesas que quedaban a los cuatro vientos, y nos hacían huevos duros de botana.
“El Zarape” de los mismos dueños del Titanic, lo abrieron por la Insurgentes entre Oaxaca y Callejón San Juan, en un local de techo alto y de mucho fondo, todo techado. Aquí cerraban a las tres de la mañana, pero luego llegaba un empleado de nombre Erasto a abrirnos a las cinco de la mañana. Muchas veces nos encontrábamos los desvelados con los que madrugábamos y continuaba la fiesta en grande. Aquí también a las siete u ocho de la mañana ya los dueños habían sacado “para el chivo”.
La cantina “El Valle de Tepic” que aún sobrevive en la esquina de León y Zaragoza, abría a las seis de la mañana cuando la atendía el famoso “Pitas”, un empleado que ya murió pero que le heredó su apodo a este conocido lugar. Con el Pitas han acudido hasta gobernadores. Se toma la cerveza más fría de Tepic y se encuentra uno a los mejores amigos.
A finales de los ochenta y ya de lleno en los noventa, abrió “El Prado” por la calle Zacatecas sur, después de la Eulogio Parra. Un gran corralón con una finca abierta al patio. También dejó mucha tradición por abrir a las cinco de la mañana y ahí reunirse mucha gente conocida, y otra vez, insisto, no daré nombres.
Quizá olvidé cantinas tempraneras. Alguien pudiera comentar más al respecto. Pero hice un ejercicio de memoria, respecto a las que yo visitaba, y que pues, con todo y pena, de algunas de ellas salí poco o mucho tambaleante. Queda aclarado que no es ésta la historia de la las cantinas de Tepic, sino mi recorrido por algunas “cantinas tempraneras”, de las que más me gustan. Hoy hay muy pocas de cinco de la mañana, pero un día de éstos encontré un bar que iban abriendo a esa hora por la zona de la calle Veracruz, casi llegando a la Victoria. Por ahí nos encontraremos pronto. Gracias y salud por leer mis crónicas.