En 1830 el ayuntamiento de Tepic acuerda construir un teatro para obtener ganancias y dárselas en beneficio del Hospital San José. Se usó para la presentación de zarzuela, ópera, música clásica y arte escénico.
En 1855 se le ordena a nuestro arquitecto Gabriel Castaños Fletes un proyecto de diseño y construcción de un teatro en forma. Es así que diez años después, en 1865, se inauguraba el “Teatro Calderón”, llamado así en honor del poeta zacatecano Francisco Calderón, muy destacado en su época.
El Teatro Calderón sufre un incendio en 1898, que lo inhabilita para prestar servicios. Queda abandonado y a punto de ser destruido. Pero a iniciativa de los jefes políticos del Territorio Pablo Rocha Portú y Mariano Ruiz, se destina el presupuesto necesario para reconstruir el foro y convertirlo en uno de los edificios más emblemáticos de esta ciudad.
Para 1907, queda listo el imponente edificio. Se organiza una fiesta cívica- militar que culmina en la inauguración del “Teatro Porfirio Díaz”, llamado así porque Díaz era en ese momento, el presidente de México. Todo un lujo cuyos murales fueron pintados por el tepicense Jesús Bonilla, quien también había dibujado la Catedral. Había Palcos, lunetas y balcones o galerías.
Con la llegada de la Revolución, se le quita el nombre de Porfirio Díaz y se le vuelve a llamar Teatro Calderón. Y es hasta 1919 en que poco después de la muerte del famoso poeta tepiqueño, se le rebautiza como “Teatro Amado Nervo”.
En 1922 sucede otro incendio. El inmueble queda irreparable y los gobiernos postrevolucionarios no tenían recursos para ni siquiera intentar reconstruirlo. Quedó en el abandono, (solo se usaba como cine de bancas), hasta 1949 en que fue alcanzado ´por la “modernización” de Tepic, encabezada por el gobernador Gilberto Flores Muñoz, quien ordena derrumbarlo, y venderlo a los hermanos Guillermo y Manuel Azcona con la condición de que reedificaran el Teatro.
Fue entonces que nació el Cine- Teatro Amado Nervo, diseñado por Luis Chávez. Se inauguró en 1949 aproximadamente.
La etapa de cine
Empezó a proyectar películas en blanco y negro de los años cincuenta. Luego legarían el Technicolor y el sonido estéreo. El cine Amado Nervo era de primera clase, dejando atrás al cine Azcona y al cine Alcázar. Era la moda del momento. Cantinflas era como de la familia, nomás de él se hablaba. En los sesenta ya era un boom, que no dejaba a ningún tepicense afuera de la afición cinéfila.
Ya para los sesenta y setentas, hasta se tenía que hacer una larga fila para entrar a ver las películas de estreno. De alguna u otra manera, así fuera revendidos, se conseguía el boleto de ingreso. Nadie se quería perder las películas de Santo o Blue Demon. Cada semana cambiaban cartelera.
Se asegura que una de las cintas proyectadas en esta sala que marca récords de asistencia fue “El Chanfle”. Los niños y jóvenes éramos condicionados en casa, porque no se nos daba permiso de ir al cine si no cumplíamos labores domésticas o escolares. Igual te premiaban si lograbas una meta, comprándote boletos “para ir al cine”.
Los más “picochas” se podían salir de esta sala e irse al Cine Azcona, vecinos en el centro histórico. El Cine Nervo proyectaba películas de un poco mayor calidad, y el Azcona casi puras mexicanas. En el Lobby del cine Nervo había un estanquillo de venta de frituras, sándwich de jamón y de queso amarillo, (un lujo para entonces), refrescos “Lukis” , gomitas, chocolates Carlos V, y palomitas de maíz. Lo más caro eran los pistaches.
Alrededor de esta esquina de Hidalgo y Veracruz, se establecieron negocios de venta de comida, como “Las Tortugas”. En la calle iniciaban su invasión los carritos de Hot Dog. Otro, en un triciclo, vendía cacahuates garapiñados. Muchos de esos comerciantes aún siguen en la zona.
Entrando al cine, a mano derecha, enmarcado por las modernas vidrieras, estuvo una estatua de Nervo hecha de madera. El poeta tenía cruzada la pierna, por lo que un gran zapato quedaba a la mano de cualquier persona. Aunque el letrero te prohibía tocar ese zapato, la gente se divertía incluso subiendo a los pequeños a la horma.
Un señor Covarrubias se encargaba de la electricidad. Si ayudabas en tareas de limpieza o de ajetreo en instalaciones o simplemente de organizar la fila, se te permitía ver las películas gratuitamente, incluso en el servicio de “Permanencia Voluntaria”.
La “Permanencia Voluntaria” consistía en pagar una función y gozar de las dos películas en la cartelera. Si mostrabas el ticket doble se te dejaba estar sentado en la misma butaca. Si no pagabas la “permanencia” se te desalojaba.
Los clásicos que le llamaban la atención a los niños, (algunos ya son abuelos hoy), eran Viruta y Capulina, Tintán, La India María, Juliancito Bravo, y los luchadores inmortales Santo y Blue Demon. Más tarde, a principios de los ochenta causó furor “Rambo”. Otros recuerdan “Infierno en la Torre”. Alguien me contó de don Benja, uno de nuestros memorables personajes, vigilante de la fila en las afueras del Cine, quien cierta vez, ya no pudo controlar, (ni a palazos de escoba) a una turba enardecida que quería ingresar a ver la película Melody de los Bee Gees. Esa vez volaron los cristales.
Las niñas de la época elegían las películas de Gloria Trevi, “La del Pelo Suelto”. Ya había de “Parchís”, las de terror, y otras. Sin faltar las de Bruce Lee. Los precios variaban: Luneta 4 pesos; Balcón: Dos pesos con 50 centavos. Las matinées, que solo se programaban sábados y domingos, en el Nervo eran de a dos pesos, mientras que en el Azcona eran de a peso.
Hay quien recuerda haber entrado a ver “Los Hombres Solos” con Jorge Luke, Leticia Perdigón y Olga Breeskin. “Solo Adultos”, se advertía desde que mirabas la cartelera. Los mayores de 18 años tenían que presentar su Cartilla Militar para entrar a las de “adultos”.
Así, las historias del Cine Amado Nervo, del Cine Azcona, del Cine Alcázar, son parte de nuestra cultura y etapa generacional. A fines delos ochenta e inicios de los noventa, al entrar en vigor la cinta VHS o Betamax que nos permitían ver cine en casa, las salas de proyección se empezaron a quedar solas. Esos galerones se convirtieron en auténticos elefantes huecos. Penumbrosos y hasta peligrosos. Mucha promiscuidad. La alfombra se desmoronaba. Las maderas de la butaquería se apolillaron. El gobierno federal compró todos estos inmuebles en toda la república y luego los hizo paquete, (Compañía Operadora de Teatros, COTSA) y los revendió.
Hoy son tiendas de muebles y aparatos electrodomésticos. Hoy son deliciosas rebanaditas del recuerdo.