Me contó que está residiendo en La Mesa del Nayar, una comunidad indígena perteneciente al municipio de El Nayar. La Mesa es asiento de una escuela de nivel Preparatoria y también de la Universidad Tecnológica de la Sierra.
La Mesa del Nayar es también, una especie de “principalía” del meztizo o del visitante de donde se toman referencias para informarse de los coras, y de otras culturas indígenas. La sierra del Nayar no te da turismo. Aún no se diseña ni siquiera un formato para que fiestas como la Semana Santa Cora o El Mitote se conviertan en acarreadoras de turistas. Acuden, sí, otro tipo de personas, la mayoría estudiosos o interesados, pero turismo así como el de playa, no va a la sierra.
Con la nueva carretera Ruiz- Zacatecas, se llega a La Mesa en dos horas y media desde El Venado, en medio de paisajes realmente asombrosos. La sierra es imponente. Llega el momento en que quedas sujeto a las leyes de la montaña.
Samaniega y el que esto escribe nos sentamos en una jardinera de la plaza principal, quitados de la pena, a platicar un poco de los coras, pues el antropólogo ha regresado a trabajar al Instituto Nacional de Antropología e Historia, y está elaborando un estudio especializado para aquella región. Samaniega es blanco, ojiverde, estatura media, siempre de cachucha, tendrá algunos 42 o 43 años de edad y sus pláticas son interminables, hasta para despedirnos. Intercambiamos libros, copias, lo que salga.
Le hago hincapié en que estoy releyendo un resumen de la obra sobre Los Coras de Nayarit del maestro Salvador Gutiérrez Contreras, pero me disculpo con Samaniega porque en cada párrafo me detengo, con mi mente perdida de poeta, a vislumbrar los mundos mágicos multinacientes del cora, y termino por inventar yo mismo mis mundos, tan fantásticos y tan creativos como los de nuestros hermanos.
La “oralidad” de Marcos Herrera
En una parte de la plática con el maestro Francisco Samaniega esa tarde nublada y fresca en la plaza de Tepic, le comento que en una tesis doctoral, el músico tepicense Marcos Herrera Amaral, maestro de la Escuela de Música de la UAN, propone el tema de la “Etnomusicología Cora”, para la historia de la música en las comunidades serranas, tema que le es aprobado por la Universidad de Madrid.
Herrera también estuvo viajando con mucha frecuencia a la Mesa del Nayar, tanto que se convirtió en vecino y hasta le dieron el honor de ser músico en las celebraciones indígenas, cosa que no se le ofrece a cualquiera.
Marcos Herrera rescata este relato cora:
El nacimiento de Jatzican
Un día vivían un hombre y una mujer que tenían tiempo juntos y no podían tener hijos, pero se les concedió concebir y la mujer se embarazó, y el hombre le dijo, -siento que traes algo en la panza-. Y le contestó la mujer, -yo también siento que traigo algo, se me hace que vamos a tener un hijo o hija, vámonos preparando por si algún día lo llegamos a tener, yo voy a pensar a ver qué vamos a hacer, voy a ir a buscar con qué nos vamos a alumbrar-.
Al hombre se le vino la idea de buscar ocote, y le dijo a su mujer, -tengo que traer ocote, de allá arriba en el cielo-, a lo que ella contestó, -fíjate que yo no quisiera que fueras allá arriba, porque siento que algo te va a pasar-.
El varón insistió, -pero tengo que ir, ocupamos alumbrarnos-.
Y se fue, se llevó su hacha, caminó allá arriba en busca de ese ocote y lo encontró, escogió uno y le dio un hachazo, y al darle el hachazo el pino le contestó: -No me andes tumbando-. No le hizo caso y le siguió metiendo hacha, pero el hombre se cortó del pescuezo con el hacha y allí murió, y su mujer lo esperaba allá abajo, se asomaba a ver si ya venía y no, lo que vio fue a otro que venía: era el sejco (es invisible como nube), ése se lo había comido, y venía con una pierna del marido, bailando y gritando, y cuando ya estaba cerca, la mujer reconoció la pierna de su señor y el sejco le echó cinco vueltas bailando a la casa y le aventó la pierna dentro de la casa y le dijo, -ahí está tu marido, tú le permitiste que fuera al ocote, pero ahí lo estás viendo-.
Y también le dijo, -te voy a revisar a ver qué es lo que tienes en la panza, recuéstate-. La mujer se acostó y el sejco se acercó y le rajó la panza con la uña y le sacó la criatura y le dijo, -me voy a comer esta calabacita tierna, me lo voy a llevar-.
Se fue el sejco y se llevó la criatura a su casa, y llegando a su casa ya tenía unos cazos con agua hirviendo y ahí lo echó a cocer; duró 24 horas y lo sacó y lo tentó; le dio una mordida y se dió cuenta que estaba bien duro, lo volvió a echar al cazo otras 24 horas, lo volvió a sacar y seguía duro, se enfadó y como ahí pasaba un río cerca, lo aventó para que se lo comieran los pescados, pero una garza blanca que venía a ver los pescados, se asomó al agua y vio a los pescados que se estaban comiendo a la criatura, todos amontonados, y la garza se los quitó y lo reconoció, era su hermano, y le dijo, -pobrecito hermanito ¿qué te pasó?-, y la criatura le contestó, -me aventó el sejco aquí al agua-.
La garza le propuso, -te voy a llevar a mi casa-. Se lo llevó y allí lo tuvo y el niño empezó a crecer mucho, y se dio cuenta que era muy inteligente y le dijo, -vas creciendo rápido, te voy a hacer un tunama y cinco flechas para que con ellas puedas andar bien y tengas con qué defenderte en este mundo-, y se las hizo. El niño las recibió. Luego le hizo una soga y le dijo, -con ésta soga vas a buscar al sejco y a tu mamá.
Y el niño salió a vagar por ahí a donde le daba la gana, pero le dijo la garza que no fuera a ir para arriba porque allí estaba una víbora de cinco cabezas; el niño nomás la oía, no le hacía mucho caso, hasta que un día le dijo la garza, –te voy a hacer un adorno de plumas de perico para que puedas ver, y te voy a hacer unos mu’uveri de plumas de urraca para que puedas ver desde abajo del agua, desde el cielo y a todo lugar-.
El niño esperó y la garza hizo todo lo que le prometió y se los entregó; le amarró el adorno de perico en la cabeza y los mu’uveri en las manos (eran varios); la garza le dijo, -ponte uno en la frente, uno atrás y uno arriba de cada oreja, y uno en la mano-, el niño se los puso, y le preguntó la garza: -¿cómo ves ahora?-. Y el niño le respondió, -puedo ver por todos lados; de frente, detrás, por todos lados-; y la garza le dijo, -ya está, ya puedes andar por todos lados sin cuidado, ya puedes ir a visitar a la víbora, puedes hacer lo que quieras, buscar a tu mamá para que la conozcas, aunque ella no te va a reconocer, ella piensa que te comió el sejco-.
El niño salió rumbo a la laguna tajapuá guagure; el niño fue a ver a la víbora para saber qué tan brava era. Llegó a guagure y vio que había gentes amarradas alrededor de la laguna (alrededor del mundo), y cuando vieron al jatzican las gentes le dijeron, -¡váyase para otro lado ahora que puede, a nosotros ya nos va a comer la víbora!-, y les preguntó, -¿a qué hora sale la víbora?, porque yo la quiero ver-. Y le preguntaron ¿tú, quién eres?;
-Soy el xurave (estrella)-. Y dudaron: -¿tú eres el xurave?-. Sí, respondió. -Defiéndenos-, le pidieron (todo el mundo).
Y el niño nomás oyó, no les respondió nada y se alejó y los empezó a cuidar, se sentó a la sombra de un zapote a esperar. Empezó a hacer mucho viento y el agua se movía para todos lados y él nada mas viendo.
De ahí salió la víbora poco a poco, sacó su arco y su flecha, le apuntó muy bien y la mató: la víbora cayó al agua, y el jatzican fué a verla tirada en el agua, le quitó la flecha, y desató a los que estaban amarrados y regresó para con la garza y le platicó todo lo que pasó y le dijo, -ahora sí voy a ver qué ha pasado con mi mamá-
(Continuará)