Por Daniel Aceves Rodríguez
De la época del año donde los lugares se revisten de más adornos, luces, motivos y cantos es la época decembrina que desde el Adviento nos va preparando para la majestuosidad de un hecho que a contra parte se dio con la mayor humildad; me refiero al Nacimiento de nuestro Salvador, fecha en que los corazones de los humanos se preparan para recordar el mayor acto de Amor para la creación; el de que su propio creador quiera convivir con nosotros y mostrarse en su plenitud de Dios, Hombre y Rey.
La Festividad de la Navidad queda inmersa en un cúmulo de demostraciones de convivencia, regocijo, unión y perdón que nos invita a revestirnos con la mejor sonrisa e ingentes deseos hacia nuestro prójimo, esta razón es la que nos lleva a expresar con una variedad de maneras y formas multicolores la importancia y trascendencia de un acto que une las voluntades y conciencias de casi el mundo entero.
Dentro de este ámbito que en mucho se ha trastocado por un ímpetu comercial, destaca una inveterada tradición que data del siglo XII cuando aquél místico personaje San Francisco de Asís quiso una Noche Buena emular en forma viviente el pasaje evangélico de la Natividad del Niño Dios, sin pensar que lo realiza esa noche que la nieve no lo dejó llegar a su destino trascendería siglos y siglos como una costumbre inseparable de la celebración navideña.
Ya en el siglo XVI en la Nueva España la evangelización trajo a nuestra tierra esta bella costumbre como parte de la didáctica de cristianización que junto a las posadas o actos litúrgicos conmemorativos fueron tomando un matiz muy propio dentro de nuestro sincretismo como nación, llegando a formar parte ya del bagaje cultural y multifacético de nosotros como mexicanos. Porque el estilo, calidad e inventiva de los nacimientos nacionales son digna muestra del espíritu artístico que distingue a nuestra patria.
Así entre heno, cascadas, papel roca, ríos, lagos y un sinfín de estilos, imágenes y figuras emergen cual bella sintonía de formas la manera tan particular que tenemos de continuar con esa tradición inspirada en lo realizado por San Francisco de Asís en 1223 en aquella ciudad italiana de Greccio; y que es tal vez la forma más cercana de conmemorar esta bella fecha.
Ante la variedad tan grande que actualmente hay de adornos navideños no puedo negar que sigue siendo para mi atrayente y sumamente didáctico contemplar cada estampa de lo que es un “Pesebre”, “Belén” o “Nacimiento” donde la inventiva y creatividad se dejan sentir bajo un abigarrado contexto de formas y estilos que datan mucho de la realidad de lo que pudo ser aquella Noche Buena pero que representa una forma del sentir espiritual y teocéntrico de nuestra cultura, tan es así que en el propio Vaticano se exhibe un Nacimiento hecho por manos mexicanas.
Ahí está el Portal que nos representa la sencillez y humildad que albergó al Rey de Reyes, San José inspirador de obediencia y fortaleza, La Virgen María fidelidad y amor a Dios, comprensión y bondad, el Buey cuya misión era mantener calientito con su aliento al niño recién nacido (ejemplo del calor que debe prevalecer en el hogar), el Burro, el animal más sencillo motivo por el cual fue elegido para acompañar a la Virgen y estar ahí en el pesebre, el Ángel mensajero de Amor, Bondad y Misericordia, Los Reyes Magos, sabios personajes que decretan el cumplimiento de las Escrituras y que con sus regalos establecen la naturaleza humana, divina y de realeza del Salvador, claro sin faltar el ingenio de sus transportes: Elefante, Camello y Caballo que el mexicano ha puesto para representar el origen de los tres continentes de procedencia de cada uno de ellos, los Pastores que son el vivo ejemplo de la sencillez, el servicio, la ayuda y la alegría con la que cuidan su rebaño; las Ovejas dócil muestra de obediencia y sencillez, unidas a la confianza, el Musgo o el Heno una hierba común que simboliza que puede ser pisada por cualquier tipo de pie no importando su clase o posición social, Como parte muy propia de nuestra cultura se agrega infaltable El Diablo portador de los siete pecados capitales y representante de la ausencia del bien que no puede entenderse sin la figura del Ermitaño que es el reflejo de la meditación solitaria y fiel reflejo de la condición humana y el Gallo ave que con su canto señala el inicio del día.
Todo lo posterior es parte del ingenio y creatividad propia, los nopales, las norias, ríos, cascadas, patos, gallinas, pollos, cuevas, papel roca que toma figuras y aspectos cuasi reales, diferentes tipos de pastores que de acuerdo a la Pastorela son figuras representativas de los efectos del Diablo para evitar que vayan a adorar a Dios y por eso podemos encontrar pastores durmiendo (pereza), comiendo o cocinando (gula), y así cada uno de ellos en un concierto bello de creencias y fe.
Diría Catón en uno de sus escritos: “Algo faltaba al nacimiento que cada año ponemos en mi casa. Le faltaba algo pero yo no sabía qué. Estaba claro, el Misterio la otra Santísima Trinidad de Jesús, María y José. Estaban el buey y la mulita, estaba el ángel y el gallo, nuncios canoros del cielo y de la tierra, y bajo ellos los pastores con su redil de ovejas. Y estaban también el ermitaño y el diablo, muy cerca el uno del otro como muy cerca están del hombre el bien y el mal. Pero algo le faltaba al nacimiento, y yo no sabía qué. Ayer lo supe. Encontré la figura de un pastor que toca la gaita. Eso le faltaba a mi nacimiento: La música, en ningún acontecimiento importante, ni humano ni divino, puede faltar la música. Ahora el pastor toca su gaita para el niño (así como el Niño del Tambor), está completo mi nacimiento ya, porque alguien le preguntó a San Agustín como serán las almas en el cielo y respondió: <Erunt sicut música>, serán como música”
Y claro la figura central de este Nacimiento que se coloca con regocijo y paz ese día de Noche Buena: es el Niño Dios que viene a revivir en nuestros corazones y nos invita a ser como El, si es posible hagamos un nacimiento físico en nuestra casa y una morada interna con la promesa de ser mejores de lo que hoy somos.