Por Daniel Aceves Rodríguez
Hay una marea en la vida de los hombres
Cuya pleamar puede conducirlos a la fortuna
Más si se descuida el viaje entero
Abocado está a perderse entre bajíos y arrecifes
En pleno océano flotando hallamos
Precisa aprovechar la corriente mientras fluye
O conformarse a ver nuestra empresa fracasada
W. Shakespeare (Op. Julio Cesar, acto IV Brutus)
Figura contradictoria, de indudable protagonismo en una marcada época de la Historia Patria, como lo fue la Guerra de Reforma, y el Segundo Imperio hacen de Miguel Miramón un personaje que colinda en las antípodas del heroísmo ya sea visto como un hombre obscuro rayando en la traición, o de un patriota y genio militar, un gran hombre para la Historia de México. De este personaje del que normalmente solo se menciona su apellido cuando se recuerda el fusilamiento de Maximiliano en el Cerro de las Campanas junto con el General Tomás Mejía un 19 de junio de 1867, de este héroe olvidado que llego a ser el Presidente más joven de México y un cadete combatiente en la defensa del Castillo de Chapultepec, de este personaje hablaremos hoy.
Miguel Gregorio de la Luz Atenógenes Miramón y Tarelo ( este era su nombre completo) nació en la Ciudad de México un 29 de septiembre de 1832, un día de San Miguel Arcángel y ya en los tiempos del México independiente, por eso también hay en su haber el ser el primer Presidente originalmente mexicano, ya que todos los anteriores habían nacido durante el período virreinal incluyendo al propio Benito Juárez; provenía de una familia acomodada, teniendo así la oportunidad de recibir una preparación esmerada destacando su disciplina e inteligencia, siendo su padre Coronel optó por enviar a su hijo a la edad de catorce años Colegio Militar que tenía su sede en el Castillo de Chapultepec, eran los años sinuosos y no pasó mucho tiempo en que los Estados Unidos le declararan la guerra a México y la invasión por el Norte del país y por Veracruz no se hizo esperar; de todos conocido es la cruenta batalla del 13 de septiembre donde queda el postrer recuerdo y ejemplo de los Niños Héroes, ahí entre esos cadetes se encontraba Miramón con tan solo 4 meses de servicio, se habla de que con gallardía y valor defendió el sito, herido, sobrevivió a él y fue tomado como prisionero de guerra.
Duró en prisión casi medio año hasta que se concluyó con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo vitando documento en el que se perdió más de la mitad de nuestro territorio, al ser liberado tuvo opción de dejar la carrera militar pero se dice que ese tiempo preso y el valor demostrado por los cadetes caídos le hizo decidirse por continuar en esa gran institución castrense; recibió la medalla de honor por sus méritos en la lucha contra los norteamericanos, ya egresado fue ascendido a Capitán y más tarde a Teniente Coronel gracias a su recia disciplina; participó contra los rebeldes del Plan de Ayutla (1855) que desconocía a Antonio López de Santa Anna. Con la salida definitiva de Santa Anna y la llegada al poder de los liberales Juan Álvarez y posteriormente Ignacio Comonfort cuyas medidas gubernamentales causaban inconformidad en un alto sector conservador de la sociedad; Miramón tomó una de las decisiones más trascendentes de su vida y que serían las que marcarían el derrotero de su destino y el culmen decisivo para no figurar en las páginas de la historia, consideró que era su deber luchar con el bando conservador y se unió a los que promulgaban el Plan de Tacubaya: Félix Zuloaga, Severo del Castillo, Luis G. Osollo, Leonardo Márquez, Tomás Mejía entre otros, declarándose rival acérrimo ni más ni menos que de quién sería el Benemérito de las Américas, Benito Juárez.
Al poco tiempo Miramón ya era el caudillo militar e ideológico de los conservadores, con la salida de Ignacio Comonfort y el inicio de la Guerra de Reforma, hubo dos Presidencias simultáneos la del exilio itinerante encabezada por Juárez del grupo liberal y la radicada en la Ciudad de México por el grupo conservador; no pasó mucho tiempo en febrero de 1859 a la edad de 27 años Miramón es nombrado Presidente de México por parte del Partido Conservador, desde ahí en varias ocasiones puso en jaque a los ejércitos del Presidente liberal Juárez.
El firme interés de los Estados Unidos dio un aire importante al bando liberal que recibía su apoyo, lo que hizo ir movilizando la balanza de la guerra en favor de los no conservadores que buscaban más bien la ayuda allende las fronteras, la batalla de Calpulalpan ganada por el General Jesús González Ortega en diciembre de 1860 dio la puntilla al grupo conservador que abandonó el país exiliándose en Cuba mientras que Juárez tomaba posesión como único Presidente.
Miramón no tuvo ninguna participación en los tratados para invitar a Maximiliano a reinar en México, estuvo en el extranjero y regresó al país en 1866 ya en los últimos momentos del Imperio, Maximiliano le pidió apoyo al ver que Napoleón III tácitamente lo había abandonado, Miramón aceptó pero las diferencias con el General Leonardo Márquez le impidieron en gran medida poder ayudar más a una causa prácticamente acabada; fue capturado junto con el General Mejía y el caído Emperador; juzgado y condenado a muerte.
Ese día Maximiliano honrosamente le cedió el lugar de honor para que ocupase el centro en la formación de fusilamiento “General, un valiente debe ser honrado por su monarca hasta en la hora de su muerte, permítame que le ceda mi lugar de honor”
Por cierto sus restos descansaron en el Panteón de San Fernando pero en 1872 al fallecer Benito Juárez también fue trasladado a ese cementerio por lo que su viuda Conchita Lombardo pidió exhumarlos y ahora reposan en la hermosa Catedral de Puebla.
De admirar es la historia de amigos entre Miramón y el liberal Leandro Valle, otro personaje un tanto olvidado, pero esa, esa será otra historia.
Nota: Interesantes son la serie de epístolas de su esposa Conchita Lombardo, que han sido publicadas por algunas editoriales, recomiendo la lectura de la revista “Relatos e Historias de México” donde en cada edición hacen entrega de una carta.