Mis caminatas en el centro histórico de la ciudad de México

El pasado fin de semana visité la ciudad de México atendiendo una invitación para leer poesía en un bar de Insurgentes norte.

Viajé en un autobús de lujo, que lleva asientos individuales, pantalla táctil para cada pasajero, baños de hombres y mujeres, cafetería, enchufes para cargar tus aparatos y wi fi todo el camino. De manera que el viaje de nueve horas y media hasta la central camionera del norte, es cómodo y seguro.

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Empiezo por esto, ya que recordaba que mi primer viaje a la capital del país, allá por 1974, tomé un camión de segunda clase que por lo barato, tomaba una ruta muy larga y se hacían a veces hasta trece o catorce horas. Sin aire, sin baños y un ruidajo. Entonces no había control de velocidad y en algunos tramos los choferes le pisaban el acelerador hasta 160 kilómetros por hora, y aún más, jugaban carreras contra otras líneas de camiones pasajeros.

Llegó a las cinco y media de la mañana

Mi camión esta vez llegó a las cinco y media de la mañana, hora de la ciudad de México. Hacía un frío tremendo, medido en cero grados. No me salí de la central hasta que se aclaró el día. Y así, tomé la estación del metro para dirigirme a la estación Pino Suárez porque cerca de ahí hay un hotel modesto, limpio y no muy caro, de unos 500 pesos la noche, y a unas cuatro cuadras del zócalo.

Llegué muy seguro al Hotel Castropol del que les platico, y muy confiado pedí mi habitación sencilla. Eran las siete de la mañana allá. El encargado me dijo que no había habitaciones, que posiblemente otro día. Las calles de la ciudad de México a esa hora de la mañana están desoladas; solo se ven trabajadores de limpieza y seguridad.

Caminé hacia otras calles cercanas siempre en búsqueda de anuncios de hoteles. Ningún hotel tenía habitaciones disponibles ese sábado  16 de enero, día en que por cierto recordaba que hacía 30 años había muerto mi padre.

Caminé por todas las calles del centro histórico sin poder encontrarme un hotel, ya ni siquiera de los baratos, de los medianos o de los caros. Pasaban de las diez de la mañana y yo ya estaba muy cansado y con ganas de darme un baño.

Luego de tres horas, vi un hotel en la calle de Francisco I Madero entre el zócalo y la torre latinoamericana. Hotel Ritz. Pregunté por el precio de la habitación y me dijeron, mil 300 pesos, les dije que si había disponibles y por fin me dijeron que había un cuarto.  Lo tomé a pesar de que ese precio me restaría otros gastos que pensaba hacer en compras. No hubo alternativa, pues no iba a quedarme en la calle con todo y mi pequeña maleta de viaje.

Me instalé y descansé un poco del frío dela calle. Ese hotel te da de promoción un desayuno pero no desayuné ahí, porque ansiaba llegar a los tacos de canasta que es uno de mis manjares favoritos. Al filo del mediodía ya estaba yo comiéndome los de chicharrón, de mole y de frijoles. Una delicia. Luego, ya sin la estorbosa maleta, volví a caminar las calles viejas de la capital del país, recordando mis recorridos de cuando viví por espacio de siete años allá.

Mi llegada a “Uta Bar”

Llegadas las cuatro de la tarde llegué puntual al bar de insurgentes norte en donde me deja muy cerca la estación Buenavista del metro. Se llama Uta Bar, y es un recinto especial para jóvenes rebeldes, anarquistas e irreverentes.

Al asomarme veo a mi gran amigo Héctor Zendejas Pineda, quien usa una silla de ruedas pues le fue mutilada una pierna. Me dio tristeza verlo así. Es un hombre de mundo que se queja de que las ciudades no están preparadas para brindarles servicios a los discapacitados. Él viene de Puebla en un auto que le maneja un ayudante.

El grupo de poetas y declamadores de los setenta se ha visto reducido. Edgar Altamirano se reportó enfermo en Chilpancingo, Guerrero en donde es maestro universitario. Ramón Méndez Estrada murió hace unos seis meses. Pedro Damián Bautista no fue esta vez.

De cualquier manera, se llevó a cabo el evento denominado “Tributo a Mario Santiago Papasquiaro”. Este poeta que murió en 1998 en la ciudad de México, es hermano de mi amigo Héctor Zendejas, quien estuvo organizando esta lectura de poemas. Mario Santiago Papasquiaro está considerado entre los mejores poetas en letras hispanoamericanas de la actualidad. Ya lo editó el Fondo de Cultura Económica con un resumen de su obra titulado “Jeta de Santo”.

Mario fue fundador del Movimiento Infrarrealista que ha dado mucho de qué hablar y escribir en las últimas décadas.

Estuvimos buen rato conversando de muchas cosas Héctor y yo, mientras empezó a llegar público, por lo regular jóvenes de poesía rebelde y anarquista. El clima a las cinco y seis de la tarde ya nos había permitido quitarnos las chamarras por un rato, porque luego se vino otra racha de aire muy frío.

De cómo conocí a Mario Santiago Papasquiaro

Este capítulo me merece un lugar en la memoria muy especial. Tendré que hacer dos partes de esta  entrega si Enfoque me lo permite pues es muy importante que los hombres de letras se enteren cómo encontré a Mario y qué pensaba del país y de sus amigos de entonces. Platiqué muchísimo con él recorriendo estas mismas calles que recorrí buscando hoteles.

Mario y yo vivimos en un piso porfiriano abandonado por la calle de Isabel La Católica muy cerca del zócalo. Esta ocasión fui a buscar este caserón y toda la arquitectura del siglo XIX y principios del siglo XX en el centro histórico de la capital del país ha sido restaurada. Ya no son vecindades en ruinas. Ya no son nidos de rateros. Esas grandes construcciones que en los setenta estaban por caerse hoy son parte de la muy atractiva ornamentación  de la ciudad de México. Se les han sido concesionados a particulares que han convertido aquellos vetustos edificios en sobrios negocios.

(Continuará)

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