Simples Deducciones
Cuán difícil es llegar a viejo!, exclama Margarita, Magui para sus ex compañeras de una casa de cuidado en Guadalajara, Jalisco y para muchos de los ancianos que cuidó su nombre pronunciado reiteradamente fue “hija”. Sí, esa hija que nunca volvió a ese lugar a ver su madre o padre, aquella que llevó a quien le dio la vida porque lo intenso del trabajo le impedía cuidarlo, porque padecía de alguna enfermedad, una avanzado diabetes, hipertensión, etc.
Magui, nayarita de nacimiento pero quien se casó y se fue a vivir a Guadalajara, tras su divorcio buscó un trabajo que le ayudara a ganar dinero y le quitara el intenso dolor del alma al descubrir que su esposo la dejó, “por vieja y gorda, ya no eres la misma de hace 20 años y yo merezco seguir viviendo”, recuerda esas aplastantes palabras que no pudo quitar de su mente aun a pesar de que sus 2 hijos le dijeron que eso no era cierto y que su papá se equivocaba.
Con el alma rota y con necesidad económica una vecina la recomendó en esa casa de cuidado, donde le ofrecieron un cuartito compartido con otra señora y trabajo en la cocina, con un bajo pago descontado directo de un salario promedio. “Ahí conocí historias dolorosas, —casi todas—, dos de ellas de hijos sin corazón, sin el menor amor y respeto a sus padres. A doña Pachita la dejaron ahí porque la hija se juntó con un tipo que le dijo que la casa no la deberían compartir con su mamá, a pesar que la dueña de la vivienda era doña Pachita y fueron y la recluyeron ahí, la muchacha pagaba la mensualidad y muchas veces su mamá le rogó que se la llevara, que le diera el cuarto del fondo de la casa, la respuesta siempre fue la misma, que Beto (la pareja) era muy grosero y no le iba a gustar oír cómo se trataban. Doña Pachita murió ahí, triste, sin volver a ver la casa que habitó por 70 años, con sus padres, su esposo y su hija, solo duró 2 años con nosotros”.
“Don Leo de 83 años también le estorbó a la nuera y a los dos nietos, un día le hicieron firmar unas hojas en blanco, le dijeron que era para hacerle una carta al Presidente de México y le mandara un apoyo para arreglar su vivienda, pero no, esas firmas fue donde cedió su humilde casa a su nuera y pedía que lo llevaran a un asilo y terminó ahí, diario lloraba, quería ver a su perico que junto con su esposa, fallecida 2 años antes, habían criado”, Magui dice que ella fue por el perico hasta el otro lado de Guadalajara porque le daba, “tanta lástima ver al pobre señor llorar por su animalito y me decía que lo iban a dejar morir de hambre, que porque su nuera le decía que era enfadoso porque todo el día gritaba y don Leo no dormía de la angustia en pensar que el loro no tenía ni agua”.
Magui llegó a la casa, se identificó con la nuera quien le dijo que había regalado “al animal ese, se lo di a la vecina”, fue con la nueva dueña del loro y le contó lo de don Leo, la vecina le dijo que no se lo dieron sino que ella se lo llevó porque el periquito tenía 2 días sin comida, agua, sol de día y en la noche al aire libre, contó a Magui que ella le dijo a la vecina que se lo diera; “por fortuna me dijo que me lo podía llevar y don Leo fue tan feliz cuando lo vio que lloró y el loro gritaba y gritaba de gusto. El señor murió un año después feliz, nunca más se acordó de su hijo, él era feliz con el loro que yo cuidé todo ese tiempo y que cuando renuncié me traje a Tepic, las aves duran mucho tiempo me han dicho”.
Magui podría contar una historia tras otra pero dice que lo que ella quiere transmitir es a quienes son hijos y tienen o tendrán en un futuro padres que sean adultos mayores, “invitarlos a que no los lleven a un asilo o casa de descanso permanente, no saben el sufrimiento que les causan a sus papás, mueren deseando volver a verlos, a sentarse a la mesa, a jugar con sus nietos, a ser parte de una familia. Arrancarlos de sus hogares, de sus vidas es mandarlos directos a la depresión, a la angustia, al miedo y la desolación”.
Si bien es cierto que los abuelitos se vuelven torpes en sus movimientos, lentos sus pasos y hacen cosas como si fueran niños, “son personas extraordinarias, que sólo esperan terminar sus días rodeados de sus seres queridos y de su entorno, ese que ya conocen. Me tocó ver a una abuelita que no soltaba una pequeña almohada porque fue de su nieta quien en ese entonces ya andaba por los 17 años, cuando la señora murió, tenía en una de sus manos apretada esa almohada, así como queriendo sentir que era su nieta”.
Increíble quizá para muchos pensar que hay gente que abandona a sus propios padres, pero a decir de Magui es algo tan común que asombra la indolencia y frialdad con la que se deshacen de quienes les dieron la vida, ella sólo piensa que, “Allá está Dios que todo lo ve y lo juzga, a nosotros sólo nos queda pedir por esas malas almas”. Mándame tus comentarios, dudas y sugerencias a mi Facebook Juan Félix Chávez Flores o a mi correo juanfechavez@gmail.com