Sus padres Amado Nervo Maldonado y Juana Ordaz Núñez, descendían de españoles asentados en el Puerto de San Blas desde el siglo XVIII. Nervo tuvo seis hermanos y dos hermanas adoptivas.
Su padre atendía un almacén llamado “El puente de San Francisco” aquí en Tepic; murió cuando Nervo tenía 13 años.
Entre 1892 y 1894 Nervo partió a Mazatlán, Sinaloa, recomendado por la familia Retes y escribió poesía, ensayos y crónicas en “El Correo de la Tarde”.
Nuestro paisano sabía que podía crecer en sus letras y aprovecha su correspondencia de buenos amigos en la capital de la república y no tarda mucho en viajar hacia allá, a la ciudad de México.
De pronto, Nervo recordó ese viajecito que realizó por mar entre San Blas y Mazatlán, y produjo en 1896, para una revista capitalina, esta bella pieza narrativa:
DOS PUERTOS
La Prensa ha hablado últimamente de que el Gobierno hará que se emprendan algunas obras en el puerto de San Blas, y ha vuelto con este motivo la esperanza en el ánimo contristado de los habitantes de esa región del Pacífico tan hermosa, tan abundante en recursos y tan olvidada por el Centro.
En un tiempo, San Blas fue puerto y de altura; la geografía de México lo señala con dos anclas entrecruzadas, y los vecinos viejos de la población recuerdan que los buques de regular calado podían fondear en el pozo, especie de estero abrigado y tranquilo, donde estaban a salvo de todo riesgo.
Hoy, apenas los pailebots ligeros (y eso que los hay hasta de cinco toneladas y aún de menos) pueden ampararse en ese golfo tranquilo durante la estación de los chubascos. Los pailebots de algún calado y los vapores, por pequeños que sean, vense obligados a fondear a más de una milla de la costa; la bahía se ha azolvado por completo y en la puntilla, especie de cabo que limita en una parte la bahía, hay bancos de arena en los que se originan rompientes continuas que desquebrajan pangos y botes que es un contento.
El horror que inspira la puntilla es tal, que hay pasajeros que prefieren hacer por tierra el camino de Tepic a Mazatlán, viajando cuatro noches en diligencia, con tal de evitar el inminente peligro de una bañada que, siendo cómica a veces, suele a las veces ser trágica.
Naturalmente, los comerciantes ven a cada paso perderse o averiarse sus mercancías, merced a esa rompiente malhadada, y los vapores de gran calado se alejan más cada día de la sirte, que fue puerto.
Allá en un tiempo cuando Dios quería.
En semejantes condiciones ¿qué extraño es que el tráfico se vuelve más y más anémico en San Blas?
Tal sucede, y ese puerto, de inmenso porvenir, que pudiera servir de vía de exportación para numerosos productos, pasa miserablemente.
En tanto que Veracruz, Tampico y aún los pequeños puertos de río de Veracruz, progresan rápidamente, los puertos del Pacífico viven con el recuerdo de sus antiguas bonanzas… nostálgicos de aquellos tiempos en que se abrigaban en sus bahías las grandes expediciones.
Recuerdo que cuando yo vivía en el campo conocí a un viejo vaquero, socarrón y vivaracho, llamado Pedro.
Éste, cuando llegaba retardado en pos del rancho y no se le servía pronto, exclamaba:
—Patrona, pues qué ¿no hay Dios para Pedro?
Para San Blas y Mazatlán no hay Dios, por ahora.
Hasta Coatzacoalcos tiene su draga que lleva nombre inglés por más señas (Majestic). En Tampico, tras el ferrocarril, vino el muelle fiscal; en Veracruz se emprenden obras costosas. En Mazatlán, en cambio, no se ha podido renovar el malecón de las Olas Altas para impedir las repetidas irrupciones del elemento, y los vecinos sueñan místicamente con un puerto abrigado y con un ferrocarril, merced a los cuales Mazatlán reconquistaría en breve su hegemonía marítima en el Pacífico.
Para San Blas y Mazatlán no hay Dios, por ahora.
En San Blas ya no piden queso… se contentarían con una vieja draguita barrendera que impidiese que bien pronto dejen de fondear… o de desfondearse ahí los vapores de la Mala… [Obras Completas; I (artículos), 1896].