Por Daniel Aceves Rodríguez
Dentro de las frases coloquiales en nuestro idioma, tenemos esta expresión que relaciona a la Ciudad de la Luz con la Misa, dos cuestiones disímbolas uno en lo mundano y otro en lo espiritual, nos podríamos preguntar ¿qué significado puede tener esto?
Esta frase que se le ha adjudicado al hugonote Enrique de Borbón quien siendo protestante optó por convertirse al catolicismo a fin de poder aspirar al reino de Francia y así ser coronado como Enrique IV en el año de 1593 en plena guerra de Religión de aquel país europeo.
Así esta expresión que posteriormente se ha utilizado simbólicamente para indicar cuando se deja algo propio para conseguir otra cosa que en ese momento es de mayor valor o interés lleva consigo un sustantivo que por sí mismo tiene un valor invaluable que es la Misa.
Dejando por un lado París que como ciudad es una de las más bonitas del mundo, he querido hacer un desglose de lo que es realmente una Misa y todo el simbolismo material y espiritual que conlleva, motivo por el cual ningún día se deja de dar una Misa en el mundo así sea en el rincón más alejado del orbe católico.
La Misa es volver a repetir el sacrificio de Jesús en la cruz, solo que de una manera incruenta, o sea sin derramamiento de sangre, pero en substancia y valor representa el mismo sacrificio que el Hijo ofreció al Eterno Padre por nuestra redención, por lo cual los beneficios de quien asiste o participa de ella son excelsos, dirían los avezados de la liturgia, “Una sola Misa da más gloria a Dios de la que le dieran todos los Ángeles y Santos del cielo”.
Fue durante el Concilio de Trento realizado en 1570 cuando se especificaron las prescripciones y rúbricas que debía de llevar esta celebración, razón por la cual se le conoce como Misa tridentina o de San Pío V pontífice que codifico esta reforma; las especificaciones duraron hasta el siglo XX donde después del Concilio Vaticano II (1962 a 1965) fue creada una comisión para reformar la estructura de la misma y adoptar en 1969 el llamado Novus Ordo Missae donde se dejó el latín universal y se impartió en lengua vernácula, el altar se trasladó de lugar y el sacerdote ofició de cara a la feligresía, amén de una serie de cambios dentro del orden pastoral que permitió la mayor participación de los fieles, esto con la intención de adaptarla a los cambios imperantes en el mundo.
En la Misa además de su intrínseco valor espiritual y material están representados todos los misterios que conllevan a la repetición de este sacrificio los cuales son enumerados a continuación:
El sacerdote revestido de los ornamentos sagrados representa a Jesucristo en su dolorosa pasión, cada parte de su indumentaria tiene relación a ello; el amito es el velo que le colocaron para darle bofetadas, el alba es la túnica blanca que le puso Herodes, el cíngulo es la soga con que lo tomaron preso en el huerto de Getsemaní, el manípulo es la cuerda con que lo ataron en la columna para azotarle, la estola es con aquello que lo conducían en su Vía Crucis y la casulla es la púrpura que le colocaron para mofarse de Él como Rey de burlas.
El altar representa al Monte Calvario o de la Calavera donde fue crucificado, la copa o cáliz es figura del sepulcro, el plato con el que se cubre el cáliz se llama patena y simboliza la roca con que fue sellado el sepulcro y los corporales y palias o sea los lienzos pequeños de color blanco la sábana y el sudario con que amortajaron su cuerpo.
Durante el desarrollo de la misma se va significando cada etapa del proceso que llevó a la realización de este sacrificio, mencionaré las que pueden ser más significativas como es el Introito que se refiere a los vivos deseos que tenían los Profetas, y Santos Padres por la venida del Mesías, el Gloria in Excelsis es la alegría de los ángeles y pastores por la llegada del Mesías, las oraciones y colectas significan las muchas veces que Jesucristo oro por nosotros en el decurso de su vida; las lecturas o Epístola nos hablan de la predicación de los Profetas y de San Juan Bautista; el Evangelio es propiamente la predicación del Salvador, aquí se debe de escuchar de pie en testimonio de la prontitud con la que un bautizado está dispuesto a seguir las enseñanzas y dictados de su Salvador, El Credo es el resumen de todo cuanto debe creer un cristiano, en ello encierra todo el dogma que se señala por el signo de los Apóstoles.
En el Ofertorio es la acción de gracias que se da al Verbo por la voluntad que se ofreció de padecer y morir por nosotros en la cruz; el lavado de manos es la limpieza de alma con que Jesús entrego su vida por nosotros; es en esta parte donde ocurre el misterio de la transubstanciación, o sea el que por medio de las palabras del sacerdote se convierten las especies de pan y vino en el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Jesucristo, es el momento más solemne y trascendente de la misma.
Después de la consagración el sacerdote parte la hostia ya consagrada para significar la separación del cuerpo y alma divina de Jesucristo, igualmente coloca una pequeña parte de la hostia en el vino que representa como bajó al Seno de Abraham a librar las almas de los justos que ahí estaban.
La comunión sacramental y espiritual es compartir con los fieles todos los dones y gracias que este sacrificio trae para todos; las gotas de agua que el sacerdote vierte en el cáliz representa el agua misteriosa que emanó del costado de Cristo cuando después de muerto se lo abrió Longinos con una lanza.
El Sacrificio se ha realizado y la bendición final es el bálsamo que nuestro corazón recibe como don grandioso para fructificar en las intenciones por las que se haya pedido, hoy ante esta pandemia que nos mantiene en vilo y alerta, no hay mejor camino aparte de todos los cuidados humanos cuya responsabilidad es de cada uno de nosotros, que la de recibir la fortaleza espiritual por las gracias que esta emana; donde podríamos repetir, esta situación bien valen todas las Misas que se puedan oficiar y transmitir por todos los medios.