PASAJE OBSCURO DE LA HISTORIA

Por Daniel Aceves Rodríguez

En las primeras horas del 6 de agosto de 1945, los habitantes de la industrial y portuaria cuidad de Hiroshima había recibido ya una primera alarma aérea al percatarse de que un avión meteorológico estadounidense surcaba el cielo de este importante enclave militar japonés. Tiempos después tres aviones más se acercaron,  uno de ellos un B-29 bautizado en memoria de la madre de su piloto, el coronel Tibbets, como Enola Gay, llevaba como cargamento especial la bomba atómica U-235, la cual, por órdenes del presidente norteamericano Harry Salmón Truman, fue lanzada a las 8:15 horas sobre esta progresista cuidad. Al menos de un minuto de ser lanzada, los tripulantes de este avión, que cubrían sus ojos con gafas especiales, no podían creer lo que se presentaba ante su vista, el enorme resplandor de tono púrpura le hizo exclamar al copiloto capitán Robert A. Lewis: Dios mío, ¿Qué hemos hecho?

Publicidad

La bomba había generado un destello brillante, seguido de una bola de fuego que tomo forma de un hongo gigantesco, trasformado inmediatamente en cenizas a miles de personas situadas en una radio de 4 kilómetros de distancia de donde se produjo el estallido, generando a su vez una reacción en cadena que destruyo todo lo que encontró a su paso en un área de 13 kilómetros cuadrados.

La ciudad Hiroshima quedo arrasada, en principio se habló de cerca de 80 mil personas muertas por esa sola explosión, la cifra se fue incrementando a más de 150 mil por los efectos de la lluvia ácida y los efectos tóxicos subsecuentes. Tal vez jamás se llegue a conocer el número exacto de víctimas (higaishas) término con el que se les conoció coloquialmente en Japón, o personas afectadas (hibakushas) por esta explosión.

Exactamente tres días después de Hiroshima, un segundo artefacto, esta vez una bomba de plutonio adoptada “fat-man” (hombre gordo), en remembranza al primer ministro inglés  Winston Churchill, explotó en el suburbio de Urakami, cuidad de Nagasaki, provocando a su paso aproximadamente 70 mil muertos y un dolor enorme en el alma de todo el mundo que veía horrorizado como el hombre utilizaba su inteligencia y los avances de la investigación para acabar consigo mismo, siguiendo la máxima de Hobbes, donde  “el hombre se convierte en el lobo de los hombres”.

Era de esperarse, el estallido de la bomba atómica puso fin a la Segunda Guerra Mundial, el dos de septiembre se firmó oficialmente la rendición japonesa, el acorazado Missouri anclado en la bahía de Tokio fue un mundo testigo de este acuerdo final. Atrás había quedado seis años de intensos combates cruentos, que habían iniciado un día de septiembre de 1939 con un ataque alemán, en ese momento venían a la mente tantas batallas, bombardeos, ataques, disparos, llanto;  pero que ahora tomaban un carácter menor comparados con el horror, destrucción y muerte generados en tan sólo unos minutos por las dos bombas atómicas.

Hoy, a 76 años de este triste y vergonzoso trago para la humanidad, las ciudades de Hiroshima y Nagasaki recuerdan, como lo hacen cada aniversario, esos momentos de angustia  y dolor agregando nuevos hombres a las largas listas de víctimas de esa masacre que queda como legado para todas las generaciones en una fecha triste del calendario mundial.

Justamente es en ese País que fue devastado por los dos sucesos, donde se está realizando la contienda deportiva que reúne a los atletas de todo el mundo para que en un acto de concordia y espíritu de hermandad compitan fraternalmente en buena lid esgrimiendo armas que en lugar de herir construyen y en lugar de acabar vivifiquen; dejando a un lado los enfrentamientos cruentos y dolorosos de una guerra que solo rebajan la dignidad humana y hace ver el lado más perverso y cruel del ser humano, reduciendo su capacidad racional sobajándola a la de una irracionalidad rampante que con vesania nubla la razón.

Hoy el recuerdo de Hiroshima y Nagasaki debe ser un dique que contenga los temores que generan ante la beligerancia del Medio Oriente, la tensión entre las nuevas potencias nucleares como India y Pakistán, aunado a la venta ilegal de armamento nuclear y  redoblar los esfuerzos que limiten las pruebas de armas atómicas.

La herida de Hiroshima y Nagasaki nunca cerrará en su totalidad, quedara siempre en los anales de la historia como una página negra que demuestra hasta dónde puede llegar la perversidad del hombre cuando utiliza sus potencias en aras de su propio orgullo.

El genio del hombre había descubierto la desintegración del átomo y la posibilidad de una reacción en cadena que liberaría inmensas cantidades de energía, que siendo bien controlada serviría para sinnúmero de cosas útiles, sin embargo se escogió el extremo opuesto, donde miles de personas inocentes sufrieron los estragos de esta nefasta reacción.

Hoy los sobrevivientes y sus familias recuerdan con tristeza esta fecha amarga, y el mundo se une en duelo soñando con que nunca repita algo así, esperemos que las enseñanzas dejadas por esta Pandemia unida a recuerdos históricos trágicos como el ya mencionado al calor de estos juegos olímpicos nos recuerden el amor fraterno y la ayuda al prójimo.

“Cuando pase la tormenta, le pido a Dios apenado

que nos devuelva mejores, de lo que nos había soñado…”

41 años después en la Unión Soviética, la madrugada del 26 de abril un reactor de la central nuclear de Chernóbil estalla ante la mirada atónita de los residentes de Ucrania y el secretismo del Politburó soviético, una tragedia ecológica de dimensiones extremas, que puso en jaque la seguridad mundial e hizo pender de un hilo a la entonces URSS, pero esa será otra historia…

Publicidad