LA VERDAD… SEA DICHA
Martín Elías Robles
Qué tal, amigo lector; saludándole desde esta capital nayarita, el hermoso Tepic, siempre rodeado de sus cerros verdes y lo azul del cielo, aunque hoy empañado por la situación de la pandemia del Coronavirus. La verdad es que uno ya no quiere ni tocar el tema para no alarmarnos más. Oiga, por todos lados escuchamos de contagiados y enfermos en el mundo, tanto en la radio, la televisión, las redes sociales y el internet; claro que así debe ser en la idea de estar atentos y preparados para tratar de contener la enfermedad. En México las autoridades gubernamentales presentan estrategias sanitarias para el cuidado de la salud, el Presidente López Obrador y su gabinete todos los días le echan ganas al asunto, y piden a la ciudadanía que se mantenga en casa, que todos nos responsabilicemos de cuidarnos para salir adelante lo más pronto posible sin muchos contagios y pérdidas de vida.
Así también, por otro lado, se busca apuntalar las acciones que permitan que la economía nacional no se vaya a pique como resultado de las medidas sanitarias que obligan a cerrar negocios, empresas y pequeños comercios, vaya situación tan apremiante, y aun con todo, por desgracia, en México ya llevamos 4,661 casos confirmados. 8,697 sospechosos, y 296 muertos. Según la Secretaría de Salud será este mes de abril cuando se presente el mayor número de contagios, de ahí la insistencia para que la gente se quede en casa; como dice mi tía Chole, o hacemos caso y nos quedamos un mes guardaditos, o por necios nos lleva la rechintrole, usted dirá amigo lector.
DE NUESTRA VIDA. En estos momentos tan difíciles por los que atravesamos, bueno es recordar las cosas cotidianas y positivas que han marcado nuestra existencia, tengo fe en que pronto recobraremos nuestras actividades, y en que todo volverá a la normalidad, pero por lo pronto es bonito echar a andar la memoria con mensajes positivos y humanos que nos recuerden lo maravilloso que es la vida. Por eso hoy le transcribo nuevamente un trabajo del que tan buenos comentarios he recibido, se trata de “Mi Maestra” algo de Juan José de Soiza Reilly, un escritor argentino que describe en sus relatos la efusiva convivencia entre los alumnos y maestros durante los primeros años de la vida educativa:
Me parece verla todavía. Cierro los ojos y la veo. Pero la veo tan bien, que al evocar su imagen, dudo de que haya muerto… La pobre murió tísica. Los chicos a quienes ella idolatraba, fueron sus victimarios. Tanto la hicieron sufrir y tanto la hicieron llorar, que la infeliz no tuvo más remedio que morir. Y murió, os lo juro, santamente. Era pequeñita, rubia, suave… Hablaba con los ojos. Sus ojos eran negros. Además de negros, eran tristes, pero de una tristeza de niño enfermo que no tiene juguetes… ¡Pobre maestra! Me dan ganas de llorar cuando me acuerdo de ella… Yo la hice penar mucho. Una vez lloró por mí de tal modo que, todavía, después de veinte años, mi corazón se encoge de vergüenza; Sin embargo, mi culpa no era grave. Su temperamento enfermizo y sus nervios sensibles de violín armonioso, agrandaron mi falta. ¿Qué le hice? Fue sencillo. Aprovechando un instante en que ella salió al patio, escribí en un pizarrón, con tiza, lo siguiente: “La maestra se parece a un fideo”… Cuando volvió al salón y leyó esa grosera mofa a su flacura, no pudo hablar. Se puso pálida. Tuvo un acceso de tos. Se fue a su mesa, y con los codos apoyados en ella y cubriéndose el rostro con las manos, comenzó a llorar y a toser. Lloraba de una manera tan melancólica y tan en silencio, que todos enmudecimos.
Aquel llanto y aquella tos nos hicieron ver un poco más el fondo de la vida. Por nuestras inconscientes almas infantiles pasó un helado soplo de miedo. Yo temblé. Quedé inmóvil en mi banco, hasta que oí la voz de la maestra. Habíase quitado las manos de la cara, y a través de las lágrimas, nos dijo: -¿Por qué son ustedes tan crueles?… Estoy flaca, es verdad, muy flaca… Hace quince años que trabajo, enseñando a leer y a escribir. Hace quince años que sufro el placer de educar a los niños. Hace quince años que estudio de noche y de día para sostener a mi familia y para evitar que mis pobres padres viejos se mueran de hambre. De tanto trabajar me he puesto flaca… Sí flaca, como un fideo… ¿Y ustedes no me tienen lástima? Cuando la infeliz dejó de hablar, muchos chicos lloraban. Otros oían con la boca abierta. Los demás temblaban. – ¿No me tienen lástima? –repetía la señorita. ¡Flaca como un fideo!… ¿Quién escribió eso? Reinó en el aula un silencio profundo.
Nadie se atrevió a denunciarme. Pero, cuando las clases terminaron y todos los alumnos se fueron, yo me quedé el último. Mi maestra en el zaguán presenciaba el desfile. Aguardé hasta el final. Entonces me aproximé tembloroso: -Señorita –le dije. -¿Qué? -¿Me quiere hacer un favor? -Con mucho gusto. ¿Qué quieres? -Deme un beso. –Tómalo -Ahora pégueme… -¿Qué te pegue? -Sí. Pégueme fuerte. Dème una cachetada. Hágame saltar los dientes… ¡Pégueme! -Pero, ¿por qué? ¿Estás loco? -No, señorita soy un asesino. Yo fui quien escribió aquello en el pizarrón. ¿Se acuerda? -¿Tú? -Sí. Yo. Me tomó en sus brazos. ¡Yo tenía nueve años! Me besó. Me besó una vez. Dos veces. Tres veces. Muchas veces… ¡Aún me parece estarla besando! Al día siguiente, pedí a mi madre una monedita para comprar bizcochos. Fui a la botica: -Deme diez centavos de pastillas para la tos. Llegué a la escuela. Penetré triunfante. Y ocultamente, sin que los demás chicos me vieran, le regalé a mi maestra las pastillas. –Tome, señorita. Son buenas para la tos. Me acarició con sus manos húmedas y frías. Me besó en la frente y… Pasaron los años. Cuando volví a mi tierra fui a visitar su tumba. No fue, sin duda, la historia de mi buena maestrita lo que empecé a contaros. ¡Pero es tan bello remover penas viejas! Además, no podría nunca evocar en mi memoria el recuerdo de aquella escuela, sin que se filtrara por las rendijas de mi corazón la imagen de quien me enseñó a leer y a presagiar la vida… robleslaopinion@hotmail.com