Véritas Liberabit Vos
El concepto de la muerte es un término ampliamente meditado y estudiado en todas sus aristas, desde el campo físico, teológico, filosófico, material, psicológico, etcétera, en todos ellos a pesar del enfoque con que se analice, no queda duda que lo más cierto que hay en todos sin excepción alguna, habremos de morir algún día, ¿cuándo?, no lo sabemos, esos solamente Dios lo sabe, y por eso ha querido ocultarnos esas cosas, para que en todo momento, lo respetemos y temamos como dueño de nuestra vida, y así estar siempre listos a comparecer ante Él.
Sus palabras son claras al respecto: «Determinados están hermano mío el año, mes, el día, la hora y el momento en que tendrás que dejar este mundo, y entrar en la eternidad, pero vosotros lo ignoráis».
También con el fin de que estemos siempre bien preparados, nos dice que la muerte vendrá como un ladrón, oculto y de noche, otras veces nos exhorta a que estemos vigilantes porque cuando menos lo pensemos vendrá El mismo a juzgarnos.
San Bernardo nos dice: «Si queremos bien morir y salvarnos estemos esperándola en todo lugar y en todo tiempo».
Así la muerte misma nos da muy importantes lecciones de prudencia, de la cual podemos aprovechar muchas enseñanzas.
Sin embargo, diferente a esta visión, es la tendencia promovida por el ambiente que priva en el mundo de hoy, un ambiente contracultural que coloca al concepto de la muerte como una aniquilación total del Ser, como si el hombre pasara a la nada en el mismo momento de morir, fundamentando estas ideas en un materialismo irracional donde al no tener escapatoria, al saber que no se es inmortal en la Tierra, se trata de buscar la mayor intensidad de vida en un plano únicamente horizontal sostenido con pilares fundamentales las tendencias hedonistas, pansexualistas, nihilistas y evolucionistas con las que tratan de cubrir todas las carencias espirituales.
En este contexto anticultural, la muerte (tanto espiritual como material) reina como soberana no en balde a esta corriente socio-cultural se le ha dado en llamar la contracultura de la muerte, teniendo en: el aborto, la eutanasia, la guerrilla, el secuestro, el infanticidio y la violación a sus más preclaros representantes y en algunas asociaciones y medios de comunicación a sus principales cómplices, que equivocadamente llaman «feliz» a aquel que goza de los bienes de este mundo, que disfruta de los placeres y desórdenes sin poner un punto de partida a su vida, que en su loca carrera por el mundo no medita en lo frágil que es la vida y en el fin último de nuestra existencia.
¿Qué es la vida? Se preguntaba San Alfonso María de Ligorio. “Es un vapor que aparece por un poco, los vapores que la Tierra exhala, si acaso se alzan por el aire y la luz del Sol los dora con sus rayos, tal vez forman vistosísimas apariencias más, ¿Cuánto dura su brillante aspecto?, sopla una ráfaga de viento y todo desaparece…”. Así la muerte despoja al hombre de todos los bienes de este mundo, sin saber a ciencia cierta si fue o no valioso el haber atesorado tantas cosas en esta tierra dejando tan pocas para el cielo.
La muerte como verdad que mira a nuestra suerte postrera en un punto muy importante para nuestra reflexión, por eso en estos días en que de diversas formas nuestro país recuerda a los fieles difuntos, démonos un momento para reflexionar también en nuestra propia vida y en lo que será nuestra propia muerte, teniendo como ideal el de aquellos que han hecho de su vida todo un anhelo de la muerte, donde la muerte no es sólo el fin de esta vida, o la peor tragedia como lo intentan señalar las falsas corrientes, sino el inicio de una nueva vida, la vida eterna, aquella a la que todos los humanos estamos llamados.