Moscú. Rusos y ucranios siguen sin ser capaces de alcanzar un acuerdo para detener la guerra, ni siquiera para habilitar corredores humanitarios que hagan posible sacar a la población civil de las ciudades sitiadas por las tropas rusas.
Es la conclusión que se desprende de los resultados de la tercera ronda de negociaciones de delegaciones de Moscú y Kiev, que por fin pudo llevarse a cabo este lunes en territorio de Bielorrusia, pero sin registrar avances que permitan cesar el derramamiento de sangre.
“No se cumplieron nuestras expectativas sobre esta ronda de negociaciones. Esperamos que en la siguiente ocasión podamos dar un importante paso adelante”, comentó, a modo de balance, el jefe de la delegación rusa, Vladimir Medinsky, asesor cultural del presidente Vladimir Putin.
“Hubo algunos pequeños avances en materia logística de los corredores humanitarios. Las consultas continúan respecto al bloque básico del arreglo político, el establecimiento de un alto el fuego y las garantías de seguridad”, señaló su contraparte, Mikhaylo Podolyak, asesor del presidente ucranio Volodymir Zelensky.
Para Rusia –según se infiere de distintas declaraciones este lunes de sus funcionarios, el vocero del Kremlin, Dimitri Peskov, entre ellos– para detener la guerra sólo hacen falta tres cosas: que el Parlamento de Ucrania apruebe de inmediato una enmienda a su Constitución que incluya las garantías vinculantes de que ese país “siempre será neutral y no formará parte de ningún bloque militar”; que acepte que Crimea pertenece a Rusia y reconozca la independencia de las regiones de Donietsk y Lugansk en las fronteras administrativas que tenían antes de proclamar en una tercera parte de éstas las repúblicas populares homónimas.
Si la primera condición es factible –como se desprende de las afirmaciones de diferentes voceros ucranios–, las otras dos exigencias son para ellos inaceptables. El propio Zelensky llegó a decir que “no pretendemos la tierra de nadie, pero tampoco cederemos la nuestra y estamos dispuestos a luchar hasta el fin”.
Aparentemente quedarían de lado los otros dos objetivos que se planteó el Kremlin al lanzar el ataque contra Ucrania: “desmilitarizar” el país y “desnazificar” el Estado ucranio.
Por un lado, consideran los expertos consultados, si Moscú consigue la enmienda constitucional de la neutralidad de Ucrania, podría dar por finalizada su “operación militar especial” diciendo que ha destruido “casi por completo” la infraestructura militar de Ucrania, de lo cual da cuenta meticulosamente cada día el general Igor Konashenkov, vocero del ministerio ruso de Defensa, y que ha aniquilado a las “bandas neonazis”.
Y mientras no lo consiga, sugieren, seguirá tratando de que se rindan las principales ciudades de Ucrania, que son Kiev, Jarkov y Odesa, aparte de intentar conquistar toda la franja sur del país para quitarle el acceso a los mares Negro y de Azov.
Ante las críticas fuera de Rusia sobre los intensos bombardeos –dejando de lado el cruce de acusaciones de quién lanza los misiles y proyectiles de artillería contra la gente, los rusos dicen que son los ucranios, y viceversa– que provocan muchas muertes de civiles, devastación de ciudades y viviendas, hambre, frío y miedo en personas mayores, mujeres y niños, sobre todo, Rusia empezó este lunes ofreciendo seis corredores humanitarios para que la gente pudiera ser evacuada desde Kiev, Jarkov, Sumy y Mariupol.
No se pudo llevar a cabo porque, de acuerdo con la viceprimer ministra de Ucrania, Irina Vereschuk, Rusia propuso abrir corredores inaceptables: “Nadie de nuestra gente, por ejemplo, va a querer salir de Kiev para ser llevado en autobuses a Bielorrusia y, de ahí, en avión hasta territorio ruso”. Vereschuk asegura que Ucrania propuso otras rutas y no recibió respuesta de Rusia.
El ministerio ruso de Defensa, cuando ofreció los seis corredores, precisó: uno de Kiev a Gomel (Bielorrusia); dos de Mariupol a Zaporezhiye (bajo control de las tropas rusas) y Rostov del Don (Rusia); uno de Jarkov a Belgorod (Rusia); y dos de Sumy a Belgorod (Rusia) y Poltava (bajo control ruso).
Al final, nadie salió por esas rutas y unos, los ucranios, dicen que era un pretexto para lavarse la manos y seguir bombardeando las ciudades y otros, los rusos, culpan al gobierno ucranio de rechazar esa oportunidad de evacuar a los civiles, y como siempre éstos –al margen de cuál haya sido la causa de que no pudieron salir hacia un lugar seguro– son los que pagarán el precio más alto.
Guerra que destroza familias
Esta guerra de dos pueblos hermanos que ahora empiezan a odiarse –unos creyendo, en pleno puente por el Día Internacional de la Mujer, que el “régimen neonazi” masacra a la población de origen ruso; otros pensando que se ven obligados a huir con lo puesto para salvar la vida, en medio de bombardeos, dejando atrás todo– lleva a rupturas dramáticas.
Por si fuera poco, los matrimonios mixtos entre un ruso y una ucrania, o al revés, son bastantes comunes y ahora hay muchos que, sobre todo fuera de ambos países, no saben quién tiene razón o qué posición asumir, y el conflicto intrafamiliar deriva en separación.
Pero también se dan casos aún más complicados de matrimonios de dos ciudadanos ucranios en que uno de los cónyuges, ella, apolítica y en favor de la integridad territorial de Ucrania y él, en 2014, sufrió la persecución en su natal Donietsk y respalda la proclamación de independencia, ahora reconocida por Rusia.
Este es un ejemplo real que demuestra lo absurdo de esta guerra. Ambos están bien (por respeto a su privacidad, se omiten sus nombres) y residen ahora en un país lejano de Ucrania. Sin embargo, su único hijo, recién casado y que acababa de recibir una beca para estudiar una maestría en Londres, de repente dejó todo y se encuentra, según lo último que se sabe de él, en la frontera de Polonia tratando de entrar a su país para enlistarse como voluntario y combatir junto a quienes, hace ocho años, probablemente secuestraron a su padre.