Véritas Liberabit Vos
La semana previa a la Navidad es la más amada, esperada y alegre de todo el año, los niños no hablan más que del día que se acerca, cuentan las noches y dicen, todavía faltan cinco, faltan cuatro y entonces, entonces llega la Navidad; pero también los adultos se sienten conmovidos y contagiados de ese espíritu festivo, corren de acá para allá, se compran presentes, en las casas se preparan platillos especiales, hay reuniones, luces y música, por todas partes hay algarabía y buenos deseos, y ¿por qué todo esto?.
Llega la noche prodigiosa, ya llega el Niño de Belén, pero para muchos de nosotros esto no es más que tierna poesía; estrellas, pesebre, pastores, posadas, comidas, aguinaldo, y muchas cosas más, pero esto debería significar realmente otra cosa. En la semana de Navidad y en todas las épocas del año es de actualidad este tema y merece ser meditado con tanta detención como asiduidad, porque realmente ¿Qué significa para nosotros el nacimiento del Niño Dios en Belén?
Por eso en esta ocasión me hago y extrapolo a quien lo desee tres preguntas sobre el tema: ¿Qué era el mundo antes de la llegada de Cristo?, ¿Qué ha llegado a ser por Cristo? ¿Qué sería del mundo sin él? Un tríptico atemporal sobre el acontecimiento más portentoso de toda la humanidad y que ha hecho que la Historia quede dividida en un antes y un después de Cristo.
I.- ¿Qué era el mundo antes de su venida? La humanidad peregrinaba por la tierra como los discípulos de Emaús, iba como ellos cansada, ingenua, con desilusión, ignorando el fin verdadero y el verdadero deber de la humanidad, una idolatría, una obscuridad envolvía a los pueblos, esto nos dice que había de venir el mismo Dios porque, la humanidad abandonada a sus propias fuerzas yerra el camino y no sabe llegar al conocimiento pleno., donde los hombres más eximios como Aristóteles, Platón, Sófocles, Horacio, Virgilio sentían necesidad de que viniera alguien quién pudiera traer la salvación, se le atribuye a Platón la frase “No sé de dónde vengo, no sé qué soy, no sé a dónde voy, tú, Ser Desconocido, ten piedad de mí”, Aristóteles hablaba de ese “primer motor de todas las cosas”.
II.- ¿Qué ha llegado a ser el mundo por Cristo? Sabemos que la vida moral de la humanidad se cambió en sus mismos fundamentos, siempre tuvo rasgos de nobleza el corazón del hombre; en la naturaleza aunque viciada algo bueno había… Cristo lo amplió, y de ahí muchas virtudes se sembraron y germinaron en el campo de las almas, los fundamentos más seguros de la sociedad civil: el honor, la moral, el cumplimiento del deber, todo esto significa para el mundo en nacimiento del Niño Dios, la noche de Navidad no es obscura, hace más de dos mil años que irradia luces y da respuesta a todas las preguntas humanas, solución a todos los problemas, descanso a todas las turbaciones, toda la grandeza espiritual que hemos visto en más de dos mil años brota de esta fuente, todo espíritu de sacrificio, todo concepto noble de vida, allí tiene sus raíces, Cristo se hizo lo que somos nosotros, para que nosotros seamos lo que es Él.
III.- ¿Qué sería el mundo sin Él? He llegado al punto que para mí puede parecer más difícil, y tal vez hasta contradictorio al haber contestado las dos preguntas anteriores, y es que la respuesta a la misma sería: un mundo lleno de violencia, robos, asesinatos, suicidios, riñas, supersticiones, falta de fe, degradación, abusos, corrupción entre tantas otras situaciones nefandas que a diario podemos observar en las principales noticias que pareciese como si nada de lo comentado en los puntos que precedieron hubiera ocurrido, en efecto esta es la consecuencia del alejamiento que nosotros como creaturas provocamos al olvidarnos de ese Niño Dios que hoy nos viene a recordar que puede renacer en nuestros corazones. Antes de su venida ¡cómo lloraba el alma de la humanidad, cómo le anhelaba! Y ahora ¿que hace nuestra alma? También le extraña, también le llora; porque por más que haya nacido Cristo en Belén si no nace también en nosotros, llevaremos a que el mundo esté perdido eternamente.
Hay que reflexionar en estas tres preguntas y darle a nuestra alma una nueva oportunidad de renacer humildemente como nos lo enseño ese Niño, hemos de alegrarnos por ese Nacimiento Divino, hemos de alegrarnos por la emoción de los niños, por el árbol de Navidad cuando brilla en el seno de las familias, por las reuniones de amigos, familiares, por degustar y compartir presentes en compañía de los seres amados, pero no hemos de olvidar el motivo de la alegría verdadera: llegó Jesús al mundo, nació en nuestras almas, en mi alma, con el mejor deseo y la mayor voluntad de ser una mejor persona y dignificar con mi trabajo y ejemplo a todos los que me rodean.
Y esta semana previa a la Navidad recordemos las palabras de San Pablo en la Epístola a los filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor, os repito, estar alegres”