Un cachito de Tepic en 1938, según don Raúl Guillén

No deja de admirarme un libro que le compré a don Raúl Guillén Montaño, que se titula “Los Barrios de mi Tepic de Antaño” y cuya presentación es rústica pero admirable y coleccionable, pues narra periodos de la historia contemporánea de nuestra capital nayarita, propiamente de finales de la década del treinta y principios de los cuarenta.

Don Raúl, a quien le apodan “Tintoreto”, debido a su oficio de rotulista, escribió este libro “hecho totalmente a mano en su escritura, así como en su prosa literaria y dibujo inspirado por la mente activa de su autor”, como así lo registra él mismo en la presentación de este ejemplar que terminó en el año 2014 apenas.

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La encuadernación es engomada, con 154 páginas escritas por ambos lados, en una hoja doblada tamaño carta. La letra es de imprenta y la técnica es a tinta china. En la portada, que es la única página que muestra color azul, don Raúl presenta un dibujo de la plaza principal, del kiosco de aquellos años en herrería ornamental, y al fondo los portales Menchaca y Bola de Oro. Son sus recuerdos vivos. Nos hace estar ahí, con aquellas calmas del Tepic de antes, saboreando el aire fresco, sentando en una banca y viendo pasar alguno que otro viajero itinerante, detenido en Tepic por algo o por alguien.

En 1938, nos dice don Raúl que había nacido unos diez años antes, “la ciudad de Tepic era aún muy pequeña, pero ya tenía el título de capital de estado. Medía algo así como diez kilómetros cuadrados y su población no rebasaba los 35 mil habitantes”.

“Era una ciudad muy tranquila, sus calles rústicas aún empedradas con un desnivel hacia el centro de la orilla de la banqueta, buscando que en los tiempos de lluvias, o sea en los meses de mayo, junio, julio y agosto, el descenso del agua de dichas tormentas, y de preferencia las nocturnas, bajara en torrente rápido por dicho desnivel, hacia el tranquilo y rústico Río Mololoa, ubicado al norte de Tepic”, nos sigue relatando don Raúl Guillén, quien suele pasarse las mañanas, a diario, en el Café Diligencias por la calle México, reuniéndose con amigos de la época y con jóvenes, pues no es nada tacaño para compartir sus pláticas. Está lleno de vida. No parece afectarlo alguna enfermedad.

Por cierto del Río Mololoa, Tintoreto hace notar que “en esos años, dicho río era de una anchura de quince metros en temporada de secas, y su profundidad casi de un metro de orilla a orilla, lo que le daba una belleza sensacional, pues en sus márgenes crecía un zacate llamado parám (sic), que era un alimento de buen desarrollo para el ganado vacuno que había en las pequeñas ordeñas de nuestra capital Tepic, que estaban ubicadas en distintos rumbos”.

Ordeñas

En este libro don Raúl Guillén nos habla de algunas “Ordeñas”, (criaderos de ganado vacuno), por ejemplo la del rancho de “Los Metates” cuyos propietarios eran los hermanos Manuel y Salvador Magallanes. Este terreno se ubica al oriente de la ciudad, hoy ya integrado al desarrollo habitacional, urbano y vial.

Otra de las ordeñas, la de las “Lomas de Acayapan”, perteneció a don Manuel Magallón, y estaba ubicada justamente en la zona de los manantiales de Acayapan o Acayapam. Otra ordeña era la de don Juan González Quezada, ubicada en su rancho “El Tecolote” rumbo al cerro de San Juan. También la zona de El Tecolote quedó ya dentro de la llamada mancha urbana al sur y en los alrededores del Paseo de la Loma.

Nos habla también de otra ordeña en el rancho Juachines (sic), a un lado de la barranca del Pichón, cuya propiedad era de don Margarito González González.

Otros aspectos del Tepic de 1940

“La temperatura de nuestra ciudad fue siempre muy agradable, pues el frío no era pesado así como ni el calor, siendo uno de los factores el que nos favorecía fue que nuestras calles empedradas, y tapizadas de un zacatillo muy verde, hacía que esas temporadas anuales de calores y fríos, fueran siempre muy atenuantes y agradables”, nos lo recuerda Tintoreto con evidente nostalgia.

“La ciudad de Tepic teniendo la forma de un cuadro, -seguimos con don Raúl-, terminaba al oriente en la calle Mazatlán, hoy Av. P. Sánchez. Al poniente llegaba hasta el Parque Aquiles Serdán, hoy Parque Juan Escutia; allí existió un zanjón natural que venía de la montaña del San Juan, y terminaba en el Río Mololoa. Dicho zanjón, en temporadas de lluvias era un gran arroyo con mucha cantidad de agua que bajaba de las partes altas y faldas de los cerros”. El zanjón existe, aunque ya en algunas zonas está relleno de casas.

Al norte, -siempre de acuerdo al texto de don Raúl Guillén Montaño, Tepic llegaba hasta la calle Victoria, que era la última cuadra para llegar al río Mololoa. Al sur, nuestra ciudad en los primeros años de la década de los cuarenta, llegaba a la calle Herrera, hoy avenida Insurgentes. Aunque por ahí por la loma había una calle sin nombre, quizá Paso de Servidumbre, donde hubo huertos frutales pero no construcciones.

Paseos dominicales

Algunos paseos domingueros, pues era tradición descansar y pasear los domingos hacia las afueras de Tepic a disfrutar el campo el clima y los frutos, fueron, dentro de la ciudad, La Alameda, el Paseo de la Loma que aún no estaba diseñado como ahora, simplemente era una loma rala, y el Parque Aquiles Serdán.

Otros paseos dominicales que recuerda don Raúl eran al ranchito de Los Fresnos, a la ordeña de El Gavilán, al Laberinto, al Rancho Los Metates, al estanque del Óvalo en los manantiales de Acayapan, a las huertas cercanas de la fábrica textil de Jauja, al rancho de San Cayetano, a la presa del Río Mololoa o al Puente de Puga donde corría agua limpia. También era un paseo irse a la estación de ferrocarril a almorzar, comer o cenar, y ver el trajín de pasajeros cada día hacia el norte y sur de nuestra pequeña ciudad.

Para finalizar este pequeño extracto del libro “Los Barrios de mi Tepic de Antaño” escrito a puño y letra por don Raúl Guillén Montaño, nos comenta que “a orillas de la ciudad había algunas hortalizas que surtían al mercado Juan Escutia, como la de don Pedro Andrade, la del ingeniero Juan F. Parkinson, la de don Agustín García, y algunas más”.

Están divididas las opiniones entre quienes quisieran regresar a ese tiempo y los que consideran que el Tepic moderno es mejor. Yo soy de los primeros. Gracias. Nos leemos luego aquí mismo.

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