*Basado en fotos de la época
Boca de Camichín
Ya teníamos producción de ostión en Boca de Camichín. La tradición del buzo ya estaba heredada a las nuevas generaciones, y desde niños entran al estero a sacar el delicioso ostión. Aún se conserva esta sabrosa costumbre de pasear a la Boca a degustar el molusco, y aún ahora también han proliferado restaurantes para el pescado zarandeado o los camarones a la mexicana.
Compostela
Desde su fundación española, Compostela posee el encanto de su antigua imagen urbana. Sobresale la iglesia con su sagrario de cantera. Frente a la plaza, en una esquina, estuvo la “Casa Flores”. Un carromato del recogedor de fierros viejos y algunos jóvenes de pantalón bombacho completan las escenas. El arriero de mulas en las callecitas era típico. Desde lo alto de un mirador la ciudad era pequeña y tranquila. La plaza tenía tabachines y palmeras, un kiosco circular y bancas amarillas. El lechero andaba a caballo repartiendo el lácteo de la región. El número 21 de la Sociedad de Transportes Compostela hacía la ruta Chapalilla- Tepic- Mazatán- Zapotán- Tetitlén- Chapalilla- Ixtlán- Puerto Vallarta. Eran viajes casi interminables, donde se transportaban músicos, aseadores de calzado, maestros, y campesinos con su costalera. La estación ferroviaria de Compostela anunciaba la ruta de México a Nogales, e informaba que la elevación de la ciudad era de 814 metros sobre el nivel del mar. En una foto familiar de los Gaxiola aparece hasta el perrito de ellos, en 1967.
Rincón de Guayabitos
Como ya lo he mencionado en anteriores ocasiones, la playa de Rincón de Guayabitos hasta 1964 era todavía una playa virgen. En las fotos de ese tiempo aparecen sol, vegetación, arena y mar. Aunque también se empiezan a apreciar canoas que viajan de Chacala a esta pequeña bahía. Una que otra ramada sirve de sombra a los pescadores, pero no hay turismo.
La Escondida en Tepic
De las ruinas de La Escondida en Tepic tenemos gráficas del Acueducto y de la nave principal de lo que fuera el ingenio y molino para la caña de azúcar. Hace 50 años esta factoría ya no funcionaba como tal. Actualmente siguen en pie las ruinas.
Laguna de Santa María del Oro
A la laguna de Santa María del Oro, ya había paseos hace 50 años, pero no como hoy que vamos allá a comer chicharrón de pescado y otros antojos. No existían los restaurantes ni tan siquiera se pensaba en los desarrollos eco turísticos de la zona. El paseo a la Laguna era llegar por caminos de terracería desde el crucero de la carretera internacional hasta el foso del lago. Era encantador el paisaje y quien podía adquirir una cámara fotográfica, aquí la estrenaba. Pero se tenía que llevar comida en canastas o en portaviandas. El pueblo de Santa María del Oro era también un lugar silencioso y mágico, con arquitectura de la colonia que ha ido desapareciendo.
Playa Los Cocos
A la playa de Los Cocos se llegaba por cualquiera de las carreteras, entonces como ahora, angostas y muy curvas, a San Blas, ya fuera por Jalcocotán o por la de Singayta. En Los Cocos solo había bosques de palmeras, de ahí su nombre. Una que otra finca se asomaba a la playa, pues los particulares elegían este paradisiaco lugar para sus paseos dominicales o veraniegos. Las playas lucían vírgenes hace 50 años. Solo en vacaciones los lugareños ofrecían comidas bajo ramadas que por las tardes se convertían en casinos de bailes. Hubo música en vivo y las famosas rocolas. Los Cocos era un paseo preferido por los tepicenses, ya que significaba el lugar más cerca de la capital hacia el mar.
Matanchén
En Matanchén había una ramada que se llamaba “Nairoibi” Vendían comida y era el punto de partida hacia el paseo de La Tovara. También desde aquí se iba por la playa hacia Las Islitas cuando todo era descampado. Hace 50 años esta parte de San Blas no había sido invadida del comercio. Se podía pasar una noche o dos, (dependiendo del aguante que se tuviera para el jején), tendiendo una casa de campaña en la playa sola. Cerca de aquí el Hotel Playa Hermosa ya había dejado de dar servicio pero su moderna estructura seguía en pie.
Mexcaltitán
La Isla de Mexclatitán era otro de los pueblos mágicos que hace 50 años tenían que ser visitados y retratados. Aunque este lugar es más atractivo por aire, el acceso por canoa es divertido, sobre todo cuando se celebran las fiestas de San Pedro y San Pablo. La celebración del pueblo es alrededor de la plaza e iglesia. Aquí todo es pueblo de pescadores, aunque es muy agradable caminar por esos callejoncitos que se forman entre casita y casita, todo hecho de palma, para soportar el calor y el ambiente salitroso. Las mujeres fabricaban hamacas y mosquiteros. La vida aquí se reduce a las canoas, el pescado y el bochorno.
Novillero
A la playa del Novillero, desde Tepic, se llegaba como ahora, pasando por Tecuala. Casi llegando al mar, un brazo de estero impedía el paso a los vehículos automotores, pues no había el puente de ahora. El asunto se solucionaba no tan fácil. Sino utilizando el servicio de un Chalán, jalado por cuerdas de lado a lado del estero. En el chalán cabían dos o tres carros únicamente. El precio del pasaje lo cobraba el ejido para mejoras. El sol pegaba como cautín. Aún así los turistas, que en vacaciones eran muy numerosos, esperaban pacientemente el turno para pasar y llegar a una playa interminable. Entonces se decía que era la playa más grande del mundo, pues el canal de Cuautla no era tan ancho como hoy. Los más avezados cruzaban ese canal a nado. La playa del Novillero era segurísima para bañarse, pues el nivel del mar no se ahonda hasta unos 500 metros hacia adentro. También Novillero es lugar de pescadores, y en ciertas temporadas veíamos barcos grandes a lo lejos, que traían camarón gigante y algunas apreciables especies de pescado para zarandear, como el pargo o el robalo, que los lugareños acarreaban en sus pangas.
El puente de Santiago
Una mole de acero se asomaba a nuestros ojos de niños cuando íbamos por carretera pasando el crucero de Villa Hidalgo. Era el majestuoso puente sobre el Río Santiago. Un judío, Matta Bitar, industrial de Puebla, fabricante de cobertores “La Palestina”, platicando con comerciantes de Tepic, dijo una vez: “Si los nayaritas fueran buenos administradores y no tomaran tantas cervezas, este puente estaría hecho de oro”. A veces, por las inundaciones y salidas del río, se interrumpía el tránsito de vehículos por esta zona, y era un caos la travesía de Guadalajara a Mazatlán. Los productos perecederos tenían que ser rematados en Tepic, Santiago, Ruiz y Tuxpan, antes que se echaran a perder.
El camino a Puerto Vallarta
Hace cincuenta años conocimos el camino de Compostela a Puerto Vallarta por tramos, de entre pavimentos de poco o nulo mantenimiento y terracerías. Se ponía pesado el trayecto hasta Las Varas. La mayoría de los carros debía llevar su propio combustible pues pasando Compostela ya no había gasolinas, aceites, y a veces ni agua para los radiadores, más que la de los arroyos. De Las Varas iniciaba la terracería hasta Vallarta. Solo en la Peñita de Jaltemba había una especie de minisúper para surtirse de algunas golosinas y bebidas al tiempo. Lo demás que seguía en el camino era una vía casi salvaje, con vegetación selvática y sin avisos de ninguna especie, hasta que se llegaba a San José del Valle, un pueblo de polvo y arena. Acaso, algún particular vendía un poco de gasolina ahí, y se continuaba otra vez a Vallarta por una terracería que nos pulverizaba y nos costraba de arena hasta entre los dedos de los pies. Puerto Vallarta, entonces, no era como lo pintaban. Con solo dos o tres hotelitos no tenía el atractivo que se le promocionaba por las películas de Richard Burton y Liz Taylor. Lo mejor era regresarse por donde se vino, con la aventura de que tu medida de gasolina te trajera hasta la gasolinera de Compostela. Quedarse en carretera no era la opción deseada, menos por una ponchadura y nunca por una falla mecánica, porque abandonabas la unidad, y esperabas la “corrida” para no quedarte ahí, a expensas de las alacraneras.
(CONTINUARÁ)