UN SUEÑO EN LA ALAMEDA

Por Daniel Aceves Rodríguez

Hemos comentado que uno de los más preclaros ejemplos de la aportación cultural de nuestro país al mundo fue el llamado muralismo mexicano, corriente que legó a la posteridad una riqueza excepcional en murales y frescos donde además de la técnica y el colorido, queda ilustrada de una forma plástica una parte vital de nuestra historia, una expresión de hechos, costumbres, tradiciones, próceres y villanos, fobias y filias de diferentes etapas de nuestro pasado que perviven en aquellos rostros y en esos matices que son mudos testigos de ese pasado nacional, que es toda una epopeya, que es un cantar de gloria que los pinceles de aquella pléyade de muralistas decimonónicos que dieron vida con sus obras a una visión del México del Siglo XX.

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La Alameda Central de México un mítico lugar que en 1529 fue concebido por el gobierno de la Nueva España como un posible lugar de esparcimiento y descanso, que pudiera codearse con aquellos lares de la Península Ibérica donde a la sombra de la grande y umbrosa vegetación se mezclara el canto de las aves con el correr del agua de las fuentes y el brillo de las ebúrneas figuras de seres mitológicos  que denotaban con su estética un sello de poder y fortaleza; así fue concebida la Alameda Central, considerado el primer y más importante parque citadino en América, y que al correr de los años sigue siendo testigo del paso de generaciones que con distintos cambios en modas, costumbres, estilos y lenguaje han transitado por esas veredas que conservan sueños, historias, tragedias y triunfos, cuitas sombrías y anhelos frustrados que el devenir del tiempo ha permitido mantener al paso de guerras, temblores, movimientos sociales y festividades mayores.

Uno de estos grandes muralistas, el guanajuatense Diego Rivera, tomo a la Alameda Central como su centro principal con el que nos legó uno de los murales más imponentes que forman parte de esta legión de los tres grandes como se conoce a Orozco, Siqueiros y Rivera, me refiero al mural denominado “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central” que el autor realizo en el año de 1947 a pedido expreso de su amigo el arquitecto Carlos Obregón Santacilia para que adornara el elegante salón comedor que tendría su nuevo Hotel Del Prado que estabas por inaugurar en unos meses más justo frente al icónico parque.

Diego Rivera imbuido por los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial y los avances frenéticos de la cortina de hierro eligió este histórico lugar donde paseó muchas veces de niño para re significarlo como escenario del paso de la historia patria en un culmen de 400 años de historia donde pudiera quedar el sentir de nuestra tierra desde la llegada de los españoles hasta los años contemporáneos de ese México postrevolucionario.

En una obra de 15.67 metros de largo por 4.17 metros de alto realizada en un lapso de tres meses, Rivera legó con su sentido surrealista y su pensamiento épico revolucionario, controversial y de izquierda un paseo enigmático de la cronología de esa epopeya, de ese cantar de gloria que representa nuestra historia nacional llena de claroscuros y acíbares, de guirnaldas y coronas de laurel.

En ese recorrido podemos observar tres secciones perfectamente delimitadas donde en la parte izquierda podemos encontrar la figura de Hernán Cortés que encabezó la conquista en el siglo XVI junto a la representación del poder de la Nueva España con Fray Juan de Zumárraga introductor de la primera imprenta en América, junto a ellos destaca nuestra décima musa Sor Juana Inés de la Cruz representando la vida cultural del siglo XVII junto a otros literatos importantes que dejaron su impronta en la intelectualidad de aquellas instituciones, del Siglo XIX destacan las figuras del libertador Agustín de Iturbide, de Antonio López de Santa Anna así como de los protagonistas del segundo imperio Maximiliano de Habsburgo y la emperatriz Carlota, rematando esta sección con Benito Juárez y la restauración de la República.

En el centro de la misma se encuentra nuestro personaje mundialmente conocido de La Catrina quien aparece ataviada con una estola que representa a Quetzalcóatl (serpiente emplumada) y que orgullosamente se presenta del brazo de su autor José Guadalupe Posada, a su diestra esta dibujado el autor como niño acompañado de Frida Kalho que hacen compañía al cubano José Martí que se saluda caballerosamente con el poeta Manuel Gutiérrez Nájera así como el “nigromante” Ignacio Ramírez, todo ello reflejando el último tercio del siglo XIX en que nació el autor.

En la parte izquierda vemos una expresión totalmente social con la representación de los movimientos agrarios, campesinos y revolucionarios teniendo como fundamento a la figura de Francisco I. Madero quien con un bombín saluda al pueblo de México enarbolado con el símbolo nacional como en aquella célebre cabalgata custodiado por el H. Colegio Militar.

Baste decir que inmerso en ella están incorporados cientos de detalles nacionales y costumbristas que nos remontan a cada etapa de nuestro México, las banderas, los globos aerostáticos, los gendarmes, las clases marginadas, la alta sociedad con sus vestidos lujosos, los vendedores ambulantes, los ociosos de la plaza, los amantes furtivos, los ladrones y los kioscos, los colores y sabores, todos ellos a la sombra de los enormes cedros y acacias mudos testigos de esa gran historia recorrida día tras día y que queda a la posteridad en esta monumental obra.

A consecuencia de los sismos de 1985 y los deterioros sufridos en el Hotel del Prado, el mural fue trasladado al Museo Mural Diego Rivera creado exprofeso, que abrió sus puertas en 1988, lugar donde puede observarse con detenimiento y análisis esta importante obra, que junto a la llamada “Epopeya del Pueblo de México” ubicada en Palacio Nacional pintada en 1935 representan la alegoría histórica que con un lenguaje decolores y trazos nos describen una parte importante del legado ancestral del país.

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