Por Daniel Aceves
El 13 de agosto de 1521 marca la caída de la Gran Tenochtitlán y con ella el inicio de casi trescientos años de dominio español que durará hasta la consumación de la Independencia en 1821.
Durante este período conocido por la Historia como la época Colonial o de la Nueva España, se fueron sentando las bases de lo que será nuestra nación, los principales puntos consistieron en el mestizaje racial que se da entre los nativos de estas tierras y los españoles principalmente, amén de algunos otros grupos raciales como los africanos que llegaron inicialmente a las costas de Golfo, de México dando paso a la formación de diversos grupos destacando entre ellos los criollos, mestizos, peninsulares, mulatos y otros más que fueron determinando nuestros rasgos característicos, lo mismo referente al proceso evangelizador que por órdenes de la Corona llegaron a estas tierras primero frailes dominicos, agustinos y franciscanos y años después los jesuitas, cuya labor no fue solo religiosa sino también educativa y de oficio, ya que se iban asentando en poblaciones donde fueron aprovechando el clima, la tierra y las riquezas de la misma para crear ahí espacios de artesanía, hilados, viñedos, cuidado de animales y diversos oficios que eran enseñado a los lugareños y que ahora en nuestros días forman parte integral que caracteriza a cada región. El pasar de los años fue fortaleciendo las bases sociales, económicas, culturales con el intercambio y la simbiosis que gestó el germen para el nacimiento de lo que sería al correr de los años una nueva Nación.
Dentro del fundamento de estas raíces antropológicas se fueron gestando dos tipos de posiciones sumamente claras y antagónicas: La postura Hispanista donde a los españoles se les da todo crédito del progreso y cultura actual en Hispanoamérica, despreciando o demeritando cualquier aportación de nuestros pueblos indígenas relegándolos únicamente a una postura idólatra, sanguinaria y sin avance posible. Por otro lado, tenemos la postura Indigenista, aquella conocida como la Leyenda Negra, donde pone a los españoles con el único afán de enriquecimiento, considerándolos destructores de una gran cultura, aportando únicamente explotación y enfermedades desconocidas.
Ambas posturas son irreconciliables y poco eclécticas ante el reconocimiento evidente que a casi quinientos años de la conquista, nace una nueva cultura y civilización fruto del mestizaje con características propias en el arte, la política, el derecho, la música y las costumbres; esto nos hace ver así que orgullosos de nuestras raíces no somos ya ni españoles ni indígenas, somos mexicanos.
Sin embargo aun siendo evidente por nuestros rasgos, idioma y tradiciones la postura Indigenista sale a relucir cuando de nacionalismo se habla, y así podemos ver en los estadios de futbol como el folclor se inclina por los atuendos de caballeros águilas o leones, con indumentarias de plumas, mazos y sobre todo penachos, que tal como lo diría nuestro Premio Nobel Octavio Paz en su obra “Posdata” que junto con “El Laberinto de la Soledad” describe la antropología del pueblo mexicano recalcando este sentir propio que busca una no pedida reivindicación a lo indígena y que se dice se logrará ente otras cosas cuando Austria regrese el famoso Penacho de Moctezuma tan controvertido en muchos de sus aspectos ya que versiones marcan que fue robado, que es ilegal, que es una afrenta y más cosas aún.
Este tocado de plumas de quetzal (quetzalapanecáyotl) que se presume perteneció al tlatoani Moctezuma Xocoyotzin y que marcan las crónicas de la época, no era en realidad el único artículo o joya que ostentaba como parte de su indumentaria real, se dice que a la llegada de Cortés lo mandó junto con otras 158 piezas como regalo al Rey Carlos I y después de muchos avatares llegó por diversas circunstancia a las vitrinas del Museo Etnográfico de Viena donde reposa tranquilamente y es observado por todos los visitantes a dicho recinto cultural.
Por lo tanto esta pieza por su origen explicado anteriormente no llegó a Viena por medios no convencionales, razón por la cual todos los intentos diplomáticos para su retorno han quedado en buenos propósitos, incluso se ha llegado a argumentar que esta importante pieza no resistiría las condiciones de cambio de presión, humedad o movimiento que generaría un traslado existiendo riesgos de sufrir daños irreparables que daría como resultado una situación de daño total. Indudablemente que estos intentos también hacen florecer sentimientos similares de patriotismo en ese país europeo al hacer una propuesta de devolver el penacho a cambio de la Carroza dorada que perteneció al segundo Emperador Maximiliano de Habsburgo y que es exhibida orgullosamente en el Castillo de Chapultepec.
Dudo mucho que este truque pueda llevarse a cabo, más bien creo que El penacho de Moctezuma seguirá los pasos de los restos del General Porfirio Díaz que a más de 100 años de fallecido siguen reposando en el cementerio de Montparnasse de París añorando el retorno a la tierra que gobernó por más de treinta años, pero eso es otra historia.