Hace un par de semanas, tuve la oportunidad de viajar sola por primera vez en el umbral de mis 40 años. Tomé un avión y llegué a Nueva York. Una de las ciudades que soñaba conocer, recorrer y vivir.
Esa ciudad te roba el aliento. Ves tantas cosas que en ningún otro lado del mundo verías. Disfruté al máximo esta aventura. Jamás en mi vida había caminado tanto, pero el dolor en los pies ni siquiera me molestaba.
Visité muchos museos y galerías de arte; asistí a la función de gala del New York City Ballet con la función de Coppélia. Caminé toda una tarde por Central Park. Fui a Brooklyn al concierto de un colectivo de músicos alternativos y su propuesta me pareció fabulosa. Recorrí la 5ta. Avenida deseando ser millonaria.
Y por las noches, conocí bares en Greenwich Village, donde siempre me ligué a un buen hombre que me invitaba los tragos.
Pasé una semana viviendo la experiencia neoyorkina, hasta me puse el “disfraz de turista chino” e hice todos los clichés turísticos: el edificio Empire State, Times Square, la Biblioteca Pública de Nueva York, la catedral de San Patricio, el memorial del 9/11 y hasta la Estatua de la Libertad.
Me devoré Nueva York y a pesar de haber regresado casi sin un centavo, sin duda viajaría sola otra vez.
Aprendí tantas cosas en este viaje, pero la más importante es que la relación más sólida y amorosa que debo tener en la vida es conmigo misma.
Poder estar sola tantos días sin la necesidad de la compañía de alguien más te hace sentir libre. No hay ataduras, no necesitas de nadie para pasarla bien. Es maravillosa esa sensación de libertad. Caes en cuenta que eres una mujer independiente y valiente que persigue sus sueños y nada la detiene.
Viajar sola también pone a prueba tu intuición y aprendes a cuidarte. Debes estar al pendiente de no correr ningún peligro en una ciudad que no es la tuya y desconoces en realidad.
Prestas atención a todos los detalles y te das cuenta de que a veces, lo que es condenado y castigado en una cultura, es fomentado y aceptado en otra.
Además, sólo tú decides lo que quieres hacer. No es necesario un consenso con el otro para ver qué harán durante el día. Esa oportunidad de hacer lo que te venga en gana genera emoción por descubrir.
Poder pasar 20 minutos admirando un cuadro de Picasso en el MoMA, sin que nadie te apresure, es muy satisfactorio. Tú decides dónde quieres estar, lo que quieres conocer, el tiempo que pasas en cada lugar, lo que quieres comer y tomar, y simplemente te dedicas a ti sin siquiera preocuparte por alguien más. Lo más importante eres tú.
Es obvio que un par de veces me perdí en Nueva York. No lo niego. Pero hoy tecnología que facilita un viaje y gracias a Google Maps, al poco tiempo ya no estaba perdida.
Pero eso me hizo pensar que es necesario perderse para encontrarse. Eso también lo aprendí en este viaje. A veces es inevitable que te sientas perdida en la vida y piensas que nada tiene sentido, pero cuando literalmente estás perdida y te percatas de que es algo que tiene solución, comprendes que en esta vida en realidad no vale la pena sentir una angustia, pues cada problema tiene solución, excepto la muerte.
Fue una gran experiencia mi primer viaje sola, al grado de haberme hecho la promesa de hacerlo varias veces durante lo que me quede de vida y me parece que es algo que cualquier mujer debe hacer por lo menos una vez en la vida, porque aun cuando sabemos que somos mujeres libres, valientes e independientes, comprobarlo en un viaje sola te convierte aún más en una mujer con una vida plena. No se van a arrepentir.