Bajo el cielo de París, vistiendo su resplandeciente atuendo amarillo y tripulando una bicicleta color canario, Chris Froome ganó su segunda Tour de Francia, competencia en la que debió apretar para mantener a raya el ataque furioso del colombiano Nairo Quintana.
Entre los aplausos en los Campos Elíseos y bajo un cielo nublado, Froome, tercer británico que gana la prueba en sus 112 años de existencia, tomó las cosas con calma en la etapa 21, ya que el día anterior había resistido la embestida de Quintana en la última escalada en los Alpes.
Al igual que en 2013, cuando Froome ganó la prueba por primera vez, Quintana quedó en segundo puesto, aunque en esta ocasión el margen fue mucho menor, un minuto, 12 segundos, el más apretado desde 2008.
El español Alejandro Valverde, compañero de Quintana en el equipo Movistar, alcanzó el podio por primera vez ya que el año anterior finalizó cuarto.
Antes de que se corriera la etapa, los organizadores detuvieron el reloj, lo que garantizó la victoria de Froome en tanto cruzara la línea de meta. Tuvo que completar los 10 giros para cubrir la distancia completa de la etapa pero pudo hacerlo sin presión sabiendo que el título le pertenecía. Ni siquiera la preocupó que una bolsa de papel se le enredara en la rueda trasera, simplemente se detuvo y cambió de bicicleta.
Tampoco tuvo que acelerar cuando los competidores lanzaron un sprint al final para llevarse la última etapa. Andre Greipel se la llevó para lograr su cuarta etapa de la prueba y amarrar el sexto puesto de la Tour.
Froome y sus compañeros cruzaron la meta al mismo tiempo con los brazos colocados en los hombros del otro mientras el británico sonreía en el centro del grupo.
El poderoso ritmo del equipo, que persiguió a los rivales en los ascensos y protegió a Froome en las partes planas, fue vital para el triunfo y comprobó que el triunfo en la prueba más dura del ciclismo no es producto del esfuerzo individual.