Cuando sus filmes han tenido problemas, el director de cine que hoy cumple 75 años, ha reconocido que ‘uno comete errores’
Stephen Frears tiene fama de irónico, lacónico y a veces gruñón, pero cuando más brillan los filmes de este cineasta británico es cuando hace uso del humor y la sátira. Hoy cumple 75 años.
El humor no falta en su más reciente filme, Florence Foster Jenkins, con Meryl Streep, sobre una cantante de ópera con cero talento en Nueva York de los años 40, que está inspirada en un hecho real.
“Escuché grabaciones de cómo cantaba y era pasmoso. No pude contener la risa, pero era una buena historia, con buenas relaciones y buenos chistes. ¿Qué más se puede pedir?”, contó al diario británico The Telegraph.
Pero, otras veces Frears, también actor y productor, no se muestra tan elocuente al contestar, como cuando The Guardian le preguntó por su predilección hacia las mujeres fuertes y maduras. La reina (The Queen), con Helen Mirren; Philomena, con Judy Dench y, ahora, Florence Foster Jenkins. “Sé a lo que se refiere y creo que es una absoluta idiotez. La gente o es interesante o no lo es”, zanjó.
Frears nació el 20 de junio de 1941, hijo de un médico y una trabajadora social judía, en Leicester. El director de su colegio le ayudó para que estudiara Derecho en la Universidad de Cambridge, pero él se inclinó por trabajar como asistente de dirección en el Royal Court Theater, de Londres.
Se dio a conocer en 1985 con la provocadora My Beautiful Laundrette, que narraba la historia de amor homosexual entre un joven paquistaní y un punk londinense. El éxito siguió con Relaciones peligrosas (Dangerous Liaisons, 1988), pero en los 90 sus trabajos cayeron. Desde entonces, no lee críticas. En una entrevista con The Times recordaba que “uno comete errores”.
“Siempre es atroz, doloroso y humillante. Lo ideal es que mis películas nunca salieran a la luz, que se quedaran en una estantería con la inscripción ‘muy buena’. Así habría evitado los insultos”.
Con el cambio de milenio esas críticas se volvieron a ser halagos. De Alta fidelidad (High Fidelity, 2000) o el thriller sobre inmigración ilegal Negocios ocultos (Dirty Pretty Things, 2002) a La reina (The Queen, 2006), una arriesgada apuesta sobre el comportamiento de Isabel II tras la muerte de la princesa Diana.
Frears temió que aquel filme destrozara su carrera cuando vio la primera versión. “Pensé: Va a ser una catástrofe”. Lo reescribió, volvió a rodar algunas escenas y la película fue un éxito internacional. Helen Mirren se llevó el Oscar por su interpretación de la monarca.
Contemporáneos de Frears, como Mike Newell o Michael Apted, ahora dirigen entregas de Harry Potter o James Bond, pero él nunca quiso: teme el derrumbe de la taquilla tras el debut o la presión del éxito en Hollywood. “La comercialización del cine estadunidense es tan abrumadora que no sé cómo duerme la gente”, reflexionaba en una charla con The Independent.
De equilibrar su vida se encargan su familia y los partidos del Arsenal. El año que viene celebrará sus bodas de plata con la pintora Anne Rothenstein, con quien tiene dos hijos y vive en Notting Hill. Antes estuvo casado con Mary-Kay Wilmers, editora hasta hace poco de la revista London Review of Books.
Su hijo Sam, de su primer matrimonio, sufre una rara enfermedad hereditaria que afecta casi exclusivamente a judíos askenazíes. Los médicos calculaban que no viviría más de cinco años, y tiene más de 40, protagonizó el documental de la BBC My Friend Sam y su niñera ha escrito un libro sobre la familia.
Frears está orgulloso de él. “Tiene la extraordinaria capacidad de ser feliz. Acepta su enfermedad. De vez en cuando enfurece, pero se ha creado un mundo interesante y fascinante”, dijo a The Guardian. Will, también de su primer matrimonio, sigue los pasos de su padre y es director de teatro en Nueva York.