A propósito del Día del Compadre

Véritas Liberabit Vos

Una de las características de la forma de ser del mexicano es la manera en que se concibe la amistad, este sentimiento de filiación hacia el prójimo es tomado por nosotros en un sentido más personal y de arraigo; por un lado están los llamados “cuates” que sin ser propiamente amigos, están en un círculo de personas cercanas para cierto tipo de actividad y así se les ve principalmente en situaciones que no llevan en si un sentido propio de compromiso, vale decir aquel momento donde lo que impera principalmente es el disfrute del buen rato, de agradable y placentero solaz, por eso es que se habla tanto del “cuatismo” como un concepto más allegado al tema de interés que al de una real y definida amistad.

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Sin embargo para el mexicano, el concepto de compadre supera otra serie de categorías muy relacionadas con esta filiación mutua, el compadrazgo por lo tanto no solo consistirá en ese lazo espiritual que queda signado en un papel posterior a un sacramento que confiere en sí mismo el cúmulo de responsabilidades morales adheridas y que por lo general quedan al margen y hasta en el olvido para convertirse específicamente en el orgullo de poder llamar al otro con el categórico título de “Compadre”.

Efectivamente para nuestro país el tener o el ser compadre impone un status especial, una condición de fortaleza o salvo conducto que tonifica y da realce a la personalidad añadiendo una dosis de seguridad y sentido teleológico ya que se busca que el compadre sea leal y fiel a pesar de las mayores adversidades, ahora sí que tanto en la adversidad como en la bonanza, por eso en México se tiene un día especial destinado a festejar este vínculo espiritual pero que en realidad es un vínculo más material.

Por esto de los compadres me viene un pasaje de la historia patria donde la presencia y la acción de un compadre fue decisiva para que un personaje no solo triunfara en una batalla, sino que a su vez con ello llegara a ser Presidente de México, me refiero al caso de Porfirio Díaz y su compadre “El manco” Manuel González, que vivieron una historia similar a la de Napoleón en la batalla de Waterloo, solo que ahí el Gran Corso no contó con la ayuda de un verdadero compadre como si lo tuvo el  General oaxaqueño.

Corría el año de 1876 cuando Sebastián Lerdo de Tejada quién había asumido la Presidencia a la muerte de Juárez en 1872 buscaba su reelección, Porfirio Díaz enarboló el Plan de Tuxtepec (1 de enero de 1876) enfrentándose por medio de las armas al gobierno en turno para hacer valer lo dictado por la Constitución de 1857 referentes a la No reelección.

Con el apoyo de varios grupos en particular más de 5000 hombres juchitecos se lanzó  hacia la capital del país, en respuesta el gobierno de Lerdo envió al General Ignacio Alatorre con un destacamento que superaba fácilmente en armamento y destreza militar a la algarada formada por el General Díaz que basaba su acción en la habilidad y prestigio, no por algo se le llamaba el Héroe del 2 de abril.

La batalla decisiva aconteció en los llanos de Tecoac, en el Estado de Puebla, después de horas de un férreo combate, la lucha pareció inclinarse hacia el bando del General Alatorre, el cual empezó a desplazar a las tropas juchitecas que iban retrocediendo con gran número de bajas y ya en plena desventaja; A corta distancia el General Díaz veía aquella retirada y a su mente llegaba un atisbo de derrota, el cual era seguido por los consejos de sus generales que no veían otra opción más que dar la nefanda orden y no tener más bajas ya, sin embargo Díaz se resistió a ello, de la misma forma Alatorre miraba desde su sitio la escena de su casi triunfo.

En eso sucedió un hecho más que sorprendente y extraordinario, a lo lejos se dejó ver una polvareda que asumía la presencia de refuerzos ingentes para cualquiera de los dos bandos, Alatorre respiró con agrado ya que al momento supo que eso sería la puntilla final a su estrategia de batalla de la cual saldría victorioso, por otro lado Díaz espetó “va a ser mi compadre Manuel” y así ambos generales observaban atentos y nerviosos el origen de ese apoyo que se veía venir a la batalla.

En efecto apareció Manuel González, el compadre de Porfirio, llevando mil hombres a caballo, llegando a toda prisa al campo de batalla y dispersando a los soldados leales al gobierno, con esta aparición, no solo fue un refuerzo milagroso para las huestes de Díaz, sino también un duro golpe a la moral del ejército de Alatorre que fueron tomados a dos fuegos quedando a merced de los juchitecos que los pusieron rápidamente con pies en polvorosa.

La ayuda del compadre Manuel González había inclinado la balanza, Díaz quedo victorioso en la batalla de Tecoac y también dueño del camino para sentarse en la silla presidencial. “Sí es mi compadre” se le oyó decir cuando ya vio de cerca a la tropa, la historia no señala lo que dijo Alatorre.

Muy diferente es el caso de Napoleón en su Batalla de Waterloo allá por el 18 de junio de 1815, donde a pesar de su fe ciega en que recibiría refuerzos para enfrentar al duque de Wellington, su catalejo nunca pudo divisar la llegada de refuerzos, los compadres de Francia son distintos a los de México.

Vaya con esto un saludo muy entrañable a todos mis conspicuos compadres en este próximo 16 de marzo y así mismo una disculpa a todos aquellos para los que no he sido el compadre que esperaban que fuera, siempre en algún momento de nuestra historia aparecerá un compadre.

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