A propósito del Día del Niño

Véritas Liberabit Vos

Uno de los principales daños colaterales que había dejado la Primera Guerra Mundial (1914/1918) fue el bienestar de la infancia, donde su seguridad y derechos se habían visto vulnerados ante la fragrante violencia bélica, por esta razón la Liga de las Naciones en su Declaración de Ginebra el 26 de septiembre de 1924 ratificaría Los Derechos de los Niños y propondría que en el mundo se estableciera un día en que fuera celebrado este logro; en México bajo el gobierno de Álvaro Obregón y siendo Secretario de Educación José Vasconcelos se estableció como día propio el 30 de abril para que fuesen recordadas las garantías de todos los niños mexicanos.

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México fue pionero en ello ya que posterior a otro hecho doloroso; la Segunda Guerra Mundial (1939/1945)  la Asamblea General de las Naciones Unidas hizo nuevamente la recomendación de que se instituyera en cada país un día propio de celebración que determinaran conveniente, estipulando aparte un Día Universal que para la ONU es el 20 de noviembre por ser la fecha en que se ratificaba la Declaración de los Derechos del Niño.

A 94 años de haberse establecido este día, en foros, congresos o platicas recurrentes es tratado el tema de los Derechos de los Niños, se habla de la principal obligación que existe por parte de los padres para alimentarlos, educarlos y protegerlos, se establecen líneas de acción y programas ambiciosos donde unidos los países, se destinan importantes recursos económicos y humanos para que de una manera más eficiente pueda cumplirse estos requisitos básicos. Quizás nunca como ahora se había tratado, hablado y escrito tanto sobre el niño, ese ser tan pequeño e indefenso que todo lo quiere, y todo lo espera de parte de los adultos, principalmente de sus padres, que confía en sus mayores, y los identifica como el principal escudo que lo proteja de todo aquello que le pueda dañar, sobre todo por la actual vorágine de peligros que se ciernen sobre ellos.

Y nos referimos a esto, porque precisamente, ya en el siglo XXI a casi cien años de todos estos planteamientos vemos como aún siguen siendo las guerras uno de los flagelos más cruentos para los niños, y añadido a ello observamos como la infancia está más expuesta a peligros tanto físicos como espirituales, donde unida a esta ya de por su triste situación de tenemos el trato inhumano de aquellas personas  que con una finalidad egoísta y unipersonal abandonan a sus hijos, creyendo que con ello salvaran su conciencia o podrán triunfar en aquellos negocios o asuntos donde el hijo es para ellos un lastre o un obstáculo que impide su progreso, esto sin recalar en aquellos que sin abandonarlos tácticamente encuentran en sus hijos la oportunidad para que mediante golpe o maltratos se desfoguen los fracasos, problemas, complejos o manías que como adulto no han podido resolver, y que decir de las enormes estadísticas de trata de infantes, pederastia, o tráfico de órganos.

En estos días los abusos, los maltratos, se ven agravados con un ataque que lleva un tono de mala entraña, de una malévola intensidad, es el ataque al alma limpia y noble de un niño,  es la perversión de su conciencias y el envenenamiento de su espíritu con una sofisticada e hipócrita apariencia de bondad, de ciencia o incluso de diversión. El ataque sistemático a sus conciencias  donde el mayor porcentaje de los  temas son de violencia descarnada y sangrienta, donde los valores son pisoteados al igual que la dignidad humana,  los tema recurrentes de violencia, drogas, degeneración sexual, el mensaje del poco o nulo aprecio por la vida están en el menú diario que se recetan en la programación televisiva, en sus juegos de video o en las principales páginas de internet a las que tienen acceso.

El resultado no se ha hecho esperar, el despertar prematuro  engrosa la lista de prostitución infantil, drogadicción, violencia escolar, la falta de respeto hacia los padres, maestros o autoridad, las pandillas, los robos, el grafiti, el alto índice de suicidios etcétera, no es sino una muestra de este infame accionar sobre los infantes y el alejamiento en la praxis de los valores.

No podemos cegarnos ante lo que es evidente, la razón no dice que todos los problemas antes expuestos no es fruto de la casualidad, que no es que en la actualidad los niños nazcan más precoces que en el pasado, al nacer su alma y su inocencia son igual para todos, sin embargo es nuestra responsabilidad como padres y maestros moldear esa alma y encaminar su corazón y su voluntad por el camino del bien, mediante el buen ejemplo, el mejor consejo y el conocimiento de sus virtudes y cualidades para ayudarles a desarrollarlas.

La tarea no es fácil y es enorme, pero es nuestro deber, si en la calle o en algún lugar se le pregunta a un padre de familia que para que trabaja, en la mayoría de los casos contestara que para mantener a su familia, a sus hijos y mucho de ellos dirán que trabajan más arduamente para dales a ellos aquello que como niños no tuvieron, y que ahora como padres desearían que sus hijos gozaran. La respuesta es noble, entendible, sin embargo; también es común que en aras de querer dar aquello que nosotros no tuvimos, olvidamos darlos lo que si tuvimos, especialmente tiempo, consejos y cuidados.

En este día del Niño en que con gran jubilo se recuerda a todos aquellos que están en esa edad de la inocencia,, de la mirada limpia y la actitudes tiernas, busquemos y propugnemos por la dignidad de los mismos en contra de tanto ataque indiscriminado que sobre su cuerpo y su espíritu a diario se recibe, pero sobre todo démosle lo poco que tenemos cada uno de los adultos, que para él en su bondad natural será suficiente, pero sobre todo démosle amor, verdadero amor, buen ejemplo y cuidado que serán los mejores escudos que los ayudaran a salir adelante y  ser mejores cada vez.

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