-¿Y qué hago aquí? ¿Por qué no enrolarme en el ejército misionero? ¿Por qué no ir a México, donde mis hermanos realizan empresas tan grandes por la gloria de Dios y la salvación de las almas?…
No lo piensa más, y pide a los Superiores: -¡Padre, mándeme también a mí!
Con sus más de cuarenta años encima, emprende sus aventuras misioneras. Como predicador popular, y a pesar de su pie enfermo, recorre casi cuatro mil quinientos kilómetros esparciendo por todos los pueblos la Palabra de Dios. Se ofrece para la difícil misión de los indígenas Pame, aprende su lengua, y en Santiago de Jalpán construye un templo que será referencia para las demás iglesias de la Misión y que aún es admirado y visitado en nuestros días.
Víctimas de una injusticia incalificable, los Padres Jesuitas tienen que abandonar las misiones de la Baja California, después de haber dicho al virrey que los expulsa: -Nos marcharemos sin más bagaje que el crucifijo en el pecho y el libro del rezo en la mano-. Las misiones californianas son ofrecidas a los Padres Franciscanos, al frente de los cuales va a ir Fray Junípero Serra, que tiene ya cincuenta y cuatro años, una salud no muy fuerte, un pie enfermo, la pierna llagada, y un espíritu apostólico de gigante.
La expedición, formada por nueve misioneros, llegará a tener más adelante hasta cuarenta y tres Padres y Hermanos, y dirá de ellos Fray Junípero, su presidente -¡Qué dicha, tanto misionero! Y puedo asegurar que entre un número tan grande ¡todos están muy contentos! Después de caminar más de mil kilómetros, llegaban a la costa del Pacífico, y Fray Junípero arremete con las fundaciones de la Alta California, en una aventura misionera sin igual.
Llevan la orden precisa del Rey de España, transmitida por el Gobernador: -El objetivo es la expansión de la religión cristiana entre los infieles que pueblan la California, con el medio pacífico de crear misiones y de introducir el dominio de Cristo Rey Señor nuestro.
La primera misión, San Diego. Es el 16 de Julio de 1769. Se escoge el lugar, y Fray Junípero celebra la Eucaristía. Levanta una gran Cruz de madera rústica, se construye una barraca como capilla provisional, entona el himno ¡Ven, Espíritu Santo!, esparce abundante agua bendita sobre todo el terreno, hace sonar la campana, abre los libros parroquiales de Bautismos, Matrimonios y Defunciones, que permanecen por mucho tiempo sin estrenar, ¡pero la Misión quedaba fundada!.. ¿Qué es hoy la ciudad de San Diego?..
Y con el mismo rito de la Eucaristía, la Cruz en alto, la capilla de madera, el agua bendita sobre los terrenos, y el repicar de la campana, se fundarán las Misiones de San Juan de Capistrano, San Luis, San Gabriel, Los Ángeles, San Antonio de Monterrey y otras… Pero, faltaba una muy soñada: -¿Y no le vamos a dar ninguna a San Francisco?… Se lo expone Fray Junípero al Inspector del Rey, que le responde malhumorado: -Si San Francisco quiere una misión, que él busque el puesto, y la tendrá con su nombre. El Pobrecito de Asís les hizo llegar hasta la bahía tan buscada y que nunca se encontraba; dan finalmente con ella, y en 1776 quedaba fundada la misión que se convertiría en la envidiable ciudad, hoy tan admirada.
Este es el cuadro externo, a grandes pinceladas, de la aventura misionera de Fray Junípero. Pero hay que meterse en su alma grandiosa. El misionero que entre sus sesenta y setenta años recorre miles de kilómetros entre idas y venidas, tiene un pie destrozado y una pierna llagada que no curan en manera alguna.
Llega un día en que no puede más, y exclama: -¡No puedo seguir así! ¡Cúreme! Y el otro: -Padre, ¿y qué puedo hacer yo? Yo no soy ningún médico cirujano. Soy un simple veterinario, y sólo he curado heridas de las bestias. Fray Junípero, entre broma y serio: -Pues bien, hijo mío, dese cuenta de que soy una bestia y que mi llaga es la de un animal. ¡Cúreme! El veterinario, cada vez más apurado: -Padre, es una barbaridad. Pero, sólo por complacerle, lo voy a hacer.
El caso es que Fray Junípero mejoró más o menos, y, con esa cruz siempre en su cuerpo, realizó la inexplicable aventura evangelizadora y colonizadora de su vida. Entre sus 56 y sus 71 años navegó unas 5.400 millas y recorrió aproximadamente 8.890 kilómetros, catequizó a miles de indios y administró la Confirmación a más de 5.300 bautizados.
¿Y la colonización de California? Éste fue un enorme mérito de Fray Junípero. Los indios vivían dispersos, no querían por nada agruparse, y, sin embargo, había que hacerlo si se querían conseguir frutos duraderos. En cada misión fundada, se les enseñaba a criar ganado mayor y menor, para alimentarse con carne y con leche; a conocer las diversas clases de semillas, sembrarlas, cultivarlas, recogerlas, almacenarlas y administrarlas a lo largo del año; había que canalizar el agua para regar los campos, aunque con sistemas rudimentarios; respetar un horario para el trabajo; edificar casas, aunque modestas… Para conseguir todo eso, Fray Junípero hizo llegar artesanos de México, que habían aprendido de los primeros misioneros y ahora se convertían en maestros. El mismo Fray Junípero hacía de bracero, de albañil, de acarreador de piedras, de ingeniero de caminos… De esta manera tan humilde y tan heroica surgieron en California lo que hoy son ciudades y autopistas asombrosas…
En 1784 se extinguía la vida de Fray Junípero Serra, en el silencio de un cuartito humilde dentro de la Misión de Monterrey. Santo de primera categoría. Apóstol y colonizador sin par. Reconocido por Estados Unidos como uno de los hombres más grandes que han pisado su suelo. (Con datos encontrados en internet)