Cuando el recuerdo es también impotencia

Simples Deducciones

No son las blusas o las camisas naranjas, ni los moñitos puestos en ellos, sino la voz de las mujeres las que hacen la diferencia entre la violencia o la libertad, “¿sabes cómo empezó a golpearme?”, “no, no sé”, —le respondo—, “con una mirada le pegó a mi alma y después a mi cuerpo, sus manos me rompieron la nariz y un pisotón casi me arrancó el dedo pequeño de mi mano”, así describe Elvia la violencia que enfrentó con Mario durante 9 años y un aborto, “gracias a Dios, el doctor me dijo que iba a ser niña, pero yo qué hubiera podido hacer por ella, sino podía hacer nada por mí”.

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Paso por la plaza Bicentenario el viernes y veo infinidad de zapatos rojos y coincide en que escucho la voz dolorida de una joven, quien a través del micrófono recuerda y reclama justicia para su mamá de nombre María Asunción Mireles Ortiz asesinada, dijo, un 20 de agosto del 2015, atrás de ella una manta con el rostro de su madre y del agresor, Óscar Enrique Mora Peña.

Me quedo a oírla y mientras veo lo que después sé, es un tendedero de noticias que habla de mujeres violentadas, muertas a manos de hombres, hay de periódicos locales y nacionales, veo una enorme cruz con veladoras a su pie e identifico a varias mujeres nayaritas que se han destacado por erradicar la violencia contra su género, entonces recuerdo que al día siguiente será el Día de la Eliminación de la Violencia en Contra de Las Mujeres y decido quedarme un rato más, parado hasta al final de las hileras de sillas, como si de antemano me sintiera avergonzado de los actos que los de mi género han cometido en contra de todas ellas.

Oigo que la joven en el micrófono se llama Sagrario y describe a su madre, “fue una mujer alegre, amorosa y bondadosa, que siempre veía por los demás, incluso por ese asesino y su familia, madre, hermanas a quienes muchas veces le tendió la mano, les dio de comer, los calzó y vistió en múltiples ocasiones. Que injusta es la vida, pues mi madre ayudó a que su hermana estudiara la carrera de derecho y hoy es la misma que dirige la defensa legal de ese asesino, su hermano”.

Habla de que María dejó 4 hijos, un esposo y una nieta y añade con el dolor y el coraje contenido en la voz que el homicida aún no tiene una condena y que su defensora, o sea su hermana, está alegando demencia para que la condena sea mínima, o lo que sería peor, ni siquiera se quede preso y salga en total libertad.

Exigió y con todo derecho, que haya justicia, condenas justas y necesarias, no nada más para quien le quitó la vida a su madre, sino para asesinos, violadores y secuestradores.

Ella baja entre los aplausos de las presentes y vuelve a tomar su lugar entre los asistentes y una joven con playera blanca comienza a leer los nombres de todas aquellas que han muerto de manera violenta bajo las manos de un hombre, intento llevar la cuenta pero la pierdo cuando veo que comienzan a prender las velas al frente del público y se me enchina la piel, se ve tan triste ese panorama, ¿cuántas lleva?, si, creo que ya van más de 20 y el conteo sigue, me avergüenzo de no saberlo, y me asombro de conocer que estas mujeres presentes en este Memorial de las Ausencias llevan dicha estadística, a través de medios de comunicación y me quedó impactado de saber que condenas no hay muchas y en otros casos ni agresor señalado.

Alguien me explica que los zapatos rojos son el color de la sangre y la esperanza de que la violencia cese, de que los zapatos siempre son encontrados donde matan a una mujer y que es una acción que se viene replicando en varias partes del país; observo que hay zapatos cerrados, huaraches, zapatillas y hasta unas botas, en algunas hay flores puestas.

Me retiro de ahí indignado por mí, porque en mi familia hay muchas mujeres a quienes quiero y jamás les he hablado de que la violencia también viene disfrazada de miradas, de aventones, de pellizcos, de jugueteos toscos y violentos, de palabras y empujones, de coacción mental y amenazas veladas.

Me da escalofrío pensar que alguna de ellas pueda sufrir cualquier tipo de agresión y me comprometo a mí mismo en poner más atención en ellas y hacerles saber que mi mano está para ayudarlas y sostenerlas, una mano que quizá las víctimas de violencia no tuvieron. Mándame tus comentarios, dudas y sugerencias a mi Facebook Juan Félix Chávez Flores o a mi correo juanfechavez@gmail.com

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