Cuando la comida substituye al amor

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Y no puedo parar, estoy llorando y comiendo, te juro que no puedo”, escucho a Alejandro quien anda rondando los 200 kilos, respira con dificultad y evade la mirada, tiene 28 años y jamás ha tenido una novia o algo que se le aproxime, se esconde de todos porque no quiere volver a sufrir el acoso del que fue víctima en la escuela, “pelota, cochi, o el gordo” eran los apodos, las burlas porque no cabía en la silla o no podía subir con facilidad las escaleras, “no corre, rebota”, le decían en las clases de educación física en las que nunca lo incluyeron en algún juego en equipo, “porque nadie quería al gordo”, todos esas palabras y el casi abandono familiar fue sustituido con grandes cantidades de comida que siempre había en casa.

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El tercero de la familia, el único hombre, “recuerdo que yo lloraba y me daban una paleta, pasaba el de la nieve, los elotes, los duros de puerco y mi mamá, quien es contadora, para que no la molestara, me daba dinero para comprar, llegaba la noche y ve donde vivo, una colonia donde hay puestos de comida a cada metro, entonces me comencé a comprar hamburguesas, hot dogs, abrieron pizzas y también, refresco de este (me muestra la botella que ha sido su amiga toda la vida), pan me gusta mucho”, dice que su mamá y hermanas nunca realmente le pusieron atención, de su papá sólo recuerda que un día salió a trabajar y ya no regresó.

“Mi mamá lloraba días enteros y yo iba y me subía a la cama y la abrazaba, entonces me decía limpiándose los ojos, ve Alex a la cocina, traje pastel y refresco, voy a trabajar, me duele la cabeza, y así fue como entendí que la comida todo lo calmaba, llenaba vacíos, endulzaba no sólo mi cuerpo sino esa necesidad de un abrazo, de ver tele juntos, de salir a la Loma a los juegos y así crecí”.

Hoy ¿cuántos Alejandros hay?, que enfrentan una dura batalla contra la obesidad, cuántos habrá mañana, cada vez son más las niñas y niños que son diagnosticados con diabetes o alta presión y que su expectativa y calidad de vida es menor, donde quedaron aquellas mamás que cuidaban de sus hijas y hasta les ponían vendas alrededor de lo que un día sería la cintura para que se les marcara.

La historia de Pepe es también de dolor y comida, su mamá murió cuando él tenía 6 años de edad, su papá al año se había casado con otra que por cierto, ya estaba embarazada de él, a Pepe su mamá le dio todo el afecto traducido en comida, “ella era también muy gorda, en la casa siempre cocinaba mucho, las 3 comidas y pues era un comer todo el día, a eso le agrego que me compraba todo lo que había en la calle, traía en una mano bolsas de duritos, en la otra una paleta y un dulce de azúcar, en la primaria era el niño que más dinero llevaba así que podía comprar comida”.

Hoy de 32 años Pepe al igual que Alex vive sumido en su cuarto, rodeado de comida chatarra, su TV, una computadora no tan moderna y su celular, ambos viven de la caridad familiar, no terminaron una carrera porque no soportaron las agresiones y ahora les da vergüenza y dificultad salir, aunque no se conocen sus historias se entrelazan por los vacíos afectivos que han marcado sus vidas, por la comida que sigue siendo la prioridad en sus vidas, por su desánimo para buscar ayuda y lo peor, porque los dos están convencidos que así morirán, “gordo, cuidando a mis sobrinos y viendo la vida pasar desde la ventana”.

Sus periodos de depresión van desde dejar de bañarse por días hasta permanecer llorando tirados en cama o algún mueble, no asisten a fiestas familiares, “con trabajos voy a la tienda de aquí a media cuadra, aunque haga frío llego sudando, la respiración se me corta y los tobillos junto con las rodillas me duelen tanto”, refiere Alejandro.

Cuando platico con ellos les digo que hay terapias que ayudan, que enamorarse aunque sea ficticio o platónico ayuda porque existe la motivación a buscar ser distinto, ser mejor, quiero contagiarles mi entusiasmo porque salgan a la calle y busquen una salida a ese amasiato que tienen con la comida pero ninguno de los dos me puede entender o quizá yo a ellos; luchan con sus demonios internos, recuerdan las burlas, coinciden en que no soportan las miradas sobre ellos al mirarlos como se balancean al caminar, ambos están resignados a esperar la muerte en su cuarto, en su cama, “yo oí a mi sobrina que dijo que ella no quiere pan porque no quiere estar gorda como su tío”, me duele lo que dijo, pero tiene razón.

Alejandro y Pepe son jóvenes pero la falta de atención familiar, los vacíos afectivos que han marcado sus días los llevan a seguir buscando el refugio que no reclama, no hace burlas y que al final del festín sienten haber llenado esos huecos que nunca debieron existir de haber tenido la calidez y atención familiar y una sociedad menos cruel. Mándame tus comentarios, dudas y sugerencias a mi Facebook Juan Félix Chávez Flores o a mi correo juanfechavez@gmail.com

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