De cómo ir vestido a una reunión de intelectuales

Traer la cabeza ocupada en cómo se debe ir vestido a una reunión de intelectuales, es como un cazo en dónde ya están hirviendo las chanfainas.

Sucedió que me invitaron a la inauguración de la Exposición Pictórica de Vladimir Cora en una casa de calle Durango casi esquina con Abasolo, y acepté ir, pues nos debíamos un abrazo la maestra promotora América Hernández y un servidor.

Publicidad

Desde un día antes, estuve ocupado en qué ponerme para no desentonar con la moda de los intelectuales nayaritas.

Algún detalle extravagante, exótico, distintivo, dije entre mí, por si me presentan como poeta.

Un sombrerito, una chancleta, una bufanda, algo de chaquira en el cuello o en las muñecas.

Melena no, pues suelo cortarme el pelo de manera convencional. Barba tampoco pues no he usado jamás, me tarda mucho en crecer. Lentes ni dios lo quiera, solo uso los de leer de cerca.

Ya sé, la indumentaria

Entonces no me quedaba otra que elegir una vestimenta apropiada. En primer lugar un pantalón de mezclilla: no tengo. De lino, menos. De gabardina con bolsas en los costados, ni pensarlo. Dejé de pensar en el pantalón. Solo uso pantalones negros y grises de presillas.

La camisa, sí, la camisa tenía que ser el detalle de extravagancia, el toque técnico, la magia para inventarme mi disfraz de intelectual. ¿Una camisa de manta con botones de hueso, bordada en las pecheras?, no, pues no, no he usado una de esas en mi vida, ni pienso en tenerla.

Una de mezclilla como de obrero. No, jamás he usado camisas de uso rudo. Una camiseta de resaque para mostrar mis musculosos brazos, pues tampoco, parecería chora.

La solución, ¡ya sé!, sería una playera con un estampado huichol de José Luis Benítez, color rojo, la busqué entre mis pertenencias y mas tarde recordé que se la regalé a un poeta  infrarrealista en la ciudad de México. La verdad no tenía un ajuar adecuado para una reunión de intelectuales, que por cierto, se fijan más en uno que en las obras de arte. Yo creo que saben más de moda que de arte, pero ese es otro boleto.

Los zapatos

Como no tuve ropa singular para parecer intelectual, pensé en usar unos tenis con suela de burbuja, de preferencia, bicolores. No me duró mucho la idea, pues tengo varios lustros sin usar zapatos tenis. Además los tenis no combinan con pantalones Sansabelt, que es mi marca de ropa conservadora. Menos con zapatos Zuecos., ni que fuera danzante.

Huaraches, dije, sí, unos huaraches Flexis, como chancletas, unas medias deportivas blancas, y un short bermudas, tipo Chabelo. Imposible, tenía que adquirirlos y no hay dinero. Seguí el quebradero de cabeza.

Sandalias, de horcapollo, buena idea, pero no me quedaban las de mi hija. ¡A ráiz!, dije, descalzo, que al cabo nadie se fijaría pues todos los intelectuales aportan un detalle exótico. Pero no, tendría que ir por la calle sin zapatos y no me gustó la idea de pisar una caca de perro por ahí, o un chicle de menta.

Un morral no estaría mal, pensé. Una bolsa de arte huichol. No, tampoco, pues para cargar mi pequeña lap top uso una bolsa con escudo del Vaticano que le regalaron en la doctrina a mi sobrinita. No tengo bolsas bordadas de huichol.

Un perrito

Llevar a un perrito con su collar, no es mi estilo, eso es de burgueses, y si se caga el animalito, me ruborizaría.

Un aretito, no. Una pulsera de chaquira, no. Un collar de hueso, no. Un tatuaje en el cuello, no. Pensé raspar un pantalón de las rodillas y de las bolsas traseras, pero no. Un pantalón que me quede flojo y enseñar el calzón interior, tampoco me pareció aceptable. Un sombrerito o una boina, no tengo.

No tengo calzones floreados, si no, eso me pondría.

¿Encuerado?, pues sí, la mejor idea era ir sin ropa y ahí les dejo a cada quien que me vea con la indumentaria que quiera, como cuando las niñas vestían a sus muñecos.

No, mejor no, encuerado no, me dije, pues a los mejor va algún funcionario importante y me tacharían de loco.

De Traje, ni imaginarme, pues no era boda ni iba yo a estar en un presídium.

Por fin, se me había llegado la hora, y decidí vestirme como yo me visto. Me puse la ropa de diario. Desfajado. Y ya en la reunión, efectivamente destaqué por no llevar nada que me identificara como poeta, como artista, pues.

Me tomaron un chingo de fotos, les atraje; lo bueno es que se les ocurrió presentarme como reportero y cronista y no como poeta. Por eso, comprendí, fui el más extravagante y más extraño de la reunión; o quizá me confundieron como “un rico de antes”.

Seguían pidiéndome fotos, lo cual me extrañaba. Me presentaron como cronista y no como poeta, tal y cual yo esperaba.

Fotos y más fotos. Me sentí artista. Me sentí admirado. Me decían fotógrafos y fotógrafas: -A ver, voltéese por favor-. Y yo obedecía, emocionado.

La función terminó. Me vine caminando por las calles céntricas como a las siete y media de la noche. Todavía llegué a los tacos de la Mololoa. Ahí no causé admiración sino burla. ¿Qué me verán? Si vengo totalmente convencional, no sé qué me ven. Hasta que no aguanté las risitas. Le dije a un paisano, Oye, ¿me ves algo en la espalda?. Y sin dejar ese rictus casi burlesco, aunque ya apenado, el señor de los tacos me dijo.

-Traes rota la camisa de atrás, como ruñida de rata-

Efectivamente, comprobé que mi camisa de manga larga arremangada estaba visiblemente rota y descocida en la espalda.

Cené muy bien. Me cayó perfecto el taquito.

Quedé de risa y burla en la calle, pero a los intelectuales les encantó mi detallazo de ir roto de mi camisa azul. Esa fue la extravagancia que no encontré con mi cabeza durante días.

Dios me ayudó. Por ahí andan esas fotos. Las guardo con dulzura.

Publicidad