DE MÉXICO PARA EL MUNDO (Segunda Parte)

Por Daniel Aceves Rodríguez

Imaginémonos por un momento qué sería de la obra artística de un pintor postmodernista como Vincent Van Gogh en que a su célebre cuadro “La recámara de Arlés” a su enigmática y célebre colcha ¿le faltara el color rojo carmín?, ¿qué sería de las obras de Rembrandt, Rubens o Van Dyke?, ¿de Diego Velázquez o Francisco de Zubarán?, ¿Qué será del tapizado vistoso de las sillas y cortinas del Palacio de Versalles y el glamour de Luis XIV?¿de las casacas de los soldados ingleses o las golas de las vestimentas papales? ¿Qué quedaría de los románticos y sensuales poemas dedicados a unos labios rojo carmesí de la mujer amada? Por no decir más  ¿que quedaría del etílico néctar “sin ese color rojo que es cálido y vivo como el vino”?.

Publicidad

Pues indudablemente que se perdería la armonía cromática y el efecto que ese hermoso color provoca en nuestros sentidos, esas y muchas cosas más no serían posibles si México no hubiera aportado al mundo un extraño pigmento desconocido para los europeos pero utilizado desde tiempo atrás por los habitantes de Mesoamérica en particular por los toltecas y por los aztecas quienes ya ilustraban con ese color algunos de sus códices y teñían elegantes ropas que a la llegada de los españoles fue una novedad y grata impresión que de inmediato llevaron al viejo mundo para regodearse con la belleza de tan vivo color.

En efecto el color rojo carmín es un producto que se extrae de un insecto parásito que se alimenta justamente del nopal, símbolo generoso de nuestra identidad nacional que nos recuerda la riqueza del subsuelo y la férrea vitalidad para sostener en él al águila majestuosa de se detiene  para devorar la serpiente representación milenaria del mal, ahí en las pencas del nopal o “tuna dactylopius coccus” se desarrolla la grana cochinilla o cochinilla del carmín que en los tiempos de proliferación de las tunas se reproduce de una manera exponencial; los aztecas retiraban esta especie, la dejaban secar, la trituraban y de ella extraían un pigmento rojizo que no es otra cosa tal que el ácido carmínico rojo el cual mezclado con ciertas diluciones ácidas nos dan el tan preciado tinte desconocido para los europeos hasta antes de la conquista.

Así es; cuando los españoles llegaron a nuestras tierras se quedaron admirados  entre otras cosas por la elegancia y colorido de las ropas que portaban los nobles y sacerdotes, así como el decorado de telas y tapices de nuestros antepasados que no dudaron en buscar la manera de llevarlo a las latitudes de Carlos V,  reproducirlo y comercializarlo al mundo entero; pronto aprendieron la crianza y la extracción del principio activo o colorante que de acuerdo a las crónicas de Francisco Javier Clavijero en su Historia Antigua de México, la grana cochinilla se contaba entre los tres productos de mayor exportación a Europa como eran: La plata, el oro y el ya mencionado pigmento que en un determinado momento llego a ser comercializado con mayor volumen que el preciado metal dorado.

Sobra decir la aceptación que este producto de palmario origen mexicano tuvo en la Europa del siglo XVI en un pleno Renacimiento artístico proclive a todo tipo de novedad y orla, por lo que telas, sedas, tapices, terciopelos fueron teñidos con este nuevo color y muchos de ellos brindándoles un significado especial, los pinceles de los maestros venecianos Tiziano, Tintoretto y los ya mencionados sevillanos, holandeses y toda la pléyade de la época incorporaron este color tan nuestro, tan mexicano a su obra artística para consumo mundial.

Claro que este importante origen no está exento de algún tipo de polémica o disputa por decidir y dar el mérito de su gestación, ya que ciertas crónicas establecen que en vestigios de los Incas en Perú se encontraron coloraciones características del producto de la cochinilla que datan de acuerdo a los estudios de tiempos previos a los de nuestros antepasados aztecas; pero independientemente de ello y de que ahora sea Perú el país que más produce y exporta cochinilla, fueron los barcos que partían de Veracruz y las huestes de Cortés quienes hicieron proliferar nuestro rojo mexicano en los dominios de aquel monarca que en sus vastas extensiones nunca se ocultaba el sol; y es curiosamente también con Perú donde se ha presentado la discrepancia de donde fue  fundada la primera Universidad en América; las crónicas establecen la dicotomía si fue primero la Real y Pontificia Universidad de México o la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima Perú, de acuerdo a las fechas de obtención de decreto de cédula Real la de Perú tuvo primero este documento Real en 1551 y la de México en 1553 con la diferencia que la de nuestro país empezó a funcionar antes de esta fecha siendo así considerada como la de mayor antigüedad en el Continente.

Podrá haber existido tal vez en Perú primero, pero lo cierto es que fueron los españoles quienes en nuestro territorio descubrieron la citada especie de insecto capaz de llevar en su ser un colorido tan preciado muy diferente al  que se tenía en Europa (conocido como quermes) siendo este más hermoso y de mayor duración, lo que generó también un fructífero comercio entre ambos Continentes que continuó por varios siglos.

Baste decir entonces que este es uno más de los aportes que nuestra Nación ha hecho al mundo y que es menester reconocer y abordar como motivo de orgullo de la propia identidad a veces tan falta de estimación por  lo que es propio, valorar lo rico de nuestras tradiciones, costumbres y raíces que dieron origen a nuestra nacionalidad.

Y para muestra dejo los bellas letras de uno de tantos versos que emergen del sentimiento donde el carmín pareciese que es producto de Europa pero en su esencia porta el alma de nuestra nación

Champán son las rubias de cutis de azalia

Bergoña los labios de vivo CARMIN

Los ojos oscuros son vinos de Italia

Los verdes y claros son vinos del Rhin…

                                                   Manuel Gutiérrez Nájera

Publicidad